EL CRISTALAZO
La moral, el sexo y la batalla de Puebla
Todavía resuenen los ecos del escándalo provocado por Andrés Manuel López y su evangélica constitución moral.
El análisis –sin embargo– se fue por la adjetivación y no por la sustancia. El candidato “moreno”, quiere, simplemente, hacer otra Constitución en este país lo cual, jurídicamente no estaría mal (cada presidente la modifica a su antojo), pero políticamente podría ser un riesgo de presentar otro esperpento como el champurrado de la “Carta Magna” de la ciudad de México (magnita, vendría siendo), un verdadero galimatías entre el analfabetismo legal y los sueños de cannabis de los políticamente correctos.
Andrés Manuel no ha definido la moralidad a la cual aspira. Oscila peligrosamente entre el Sermón de la Montaña y los refritos juaristas. Es, en sus mejores momentos, un predicador del cristianismo primitivo con la mezcla jacobina de los liberales del siglo XIX y un poco de asistencialismo piadoso. Un populismo espiritualizado.
Ha dicho, una constitución moral, como pudo haber dicho cualquier otra cosa.
Lo importante es su anuncio: hacer otro texto básico para redefinir desde ahí las funciones del Estado y en eso –ojalá sus devotos me perdonen–, se parece al Comandante Hugo Chávez quien se juramentó para la presidencia vitalicia interrumpida sólo por la enfermedad y la muerte, sobre los restos –dijo–, “de esta moribunda constitución”. Entonces hizo otra y convirtió a Venezuela en el actual fracaso.
Después de estoquear a la moribunda, como si fuera un matador en el “Nuevo Circo” de Caracas, pues así se llama la plaza donde triunfaron los matadores venezolanos de apellido Girón.
Pero cuando se habla de moral se nos olvidan muchos pecados. Quiero decir, el listado de los siete capitales se reduce casi siempre a dos: la lujuria y la avaricia. El sexo, pues, y la acumulación insensata de riqueza.
Hoy el mundo vive en la crisis de la avaricia y su hermana gemela la codicia. Vemos por aquí y por allá cómo los políticos caen como pinos en el boliche de la vigilancia (o la venganza), por haber dispuesto de los fondos públicos, ya sea en Brasil, Holanda, Alemania, el Perú o Rusia. La deshonestidad no necesita pasaporte.
La corrupción dicen; la corrupción, y todo mundo saca sus expedientes para probar una pureza a toda prueba, así lo pillen con los dedos en el Registro Público de la Propiedad de Querétaro o el cómodo exilio de Vancouver.
Y ya no digamos los pecados de la carne, esos frente a los cuales no hay vegetarianos en el mundo, pues cuando no son los escándalos de curas abusivos, son las tardías revelaciones de actrices cuyo éxito en pasarelas y pantallas tuvo como precio el aflojamiento glúteo involuntario, debido al acoso de directores, productores o poderosos compañeros en la industria del exhibicionismo apoyada en su propia “constitución inmoral”.
Son tiempos de venganzas fáciles e hipocresías bien retribuidas tanto en lo político como en lo personal.
Los anhelados cinco minutos de fama ya catalogados en los Derechos Humanos de la novena generación (cada semana se inventan nuevos derechos humanos, como el reciente de la energía eléctrica), hoy se alcanzan por tuiter con el sólo dicho contrito de cualquiera con pestañas postizas y silicones en los pechos, capaz de decir, hace veinte años, cuando era una joven inexperta, perengano de cual me pellizcó el culo y me forzó a la posición horizontal, de cuyo dominio hice después doctorado en mis nueve matrimonios y catorce amasiatos.
¡Ay!, la moral tan invocada y tan traicionada. La corrupción tan traída y tan llevada como recurso de ataque o lema de campaña.
En días recientes hemos visto la lucha de un grupo de vecinos por abatir la línea séptima del Metrobús, cuyo trazo tiene muchas irregularidades.
El adalid de esa campaña es un editor de muchos años, llamado Víctor Juárez González quien ha descubierto una trama de aprovechamiento publicitario a lo largo de una ruta innecesaria, con grave perjuicio para el entorno urbano; en especial en la zona de Chapultepec y la Calzada de los Misterios.
En es negocio publicitario, no servicio de transporte público (colocar muebles y autobuses con anuncios a lo largo de la enorme ruta) en el cual interviene hasta una empresa francesa (J.C. Decaux), a la cual ya le ha salido una defensora: la encargada gala de prensa en la embajada de esta ciudad, mademoiselle; Carole Simonnet, quien deslinda de esos empeños a su gobierno, como promotor o como protector, y amenaza con acciones legales contra Víctor Juárez, quien ya se apresta para librar su muy personal versión de la Batalla de Puebla.
¡Ay!, los pecados. El Becerro de Oro, la codicia del conquistador, los ídolos con ojos de esmeralda, las huríes en el paraíso musulmán, las valkirias del Valhala, las actrices de los estudios Churubusco (ya de perdis), las daifas de la TV, los padrotes de la telenovela, las feministas furibundas, “me too, me too…”, los políticos inmobiliarios, la sociedad inmóvil. Mundo, demonio y carne. Pero ahí viene la moralidad constitucional y el cambio de Los Pinos al Palacio Nacional o de perdida a la Hacienda de los Morales.