SERENDIPIA
Esperanzas propias y pifias ajenas
En el cuarto de guerra de José Antonio Meade no hay focos rojos. “Estamos en una posición competitiva, como esperábamos en diciembre estar en febrero”, dijo ayer el candidato del PRI al reunirse con periodistas de El Heraldo.
Meade derrocha entusiasmo al expresar la certeza absoluta de que aún puede ganar la presidencia. Un buen número de variables determinarán el resultado de la elección del 1 de julio, pero me concentraré en dos que el ex secretario de Hacienda subrayó como elementos vitales de su campaña.
El primero es una esperanza siempre viva mientras viva El Peje: Meade le apuesta, en un deseo colectivo priista, a que AMLO se comporte como AMLO en campaña. En la fase previa, que terminó hace unos días, el equipo del candidato anotó las siguientes pifias significativas del hombre de Macuspana:
–La amnistía para delincuentes.
–El exabrupto contra Jesús Silva Hérzog y Enrique Krauze, a quienes llamó intelectuales conservadores.
–Llamar huachicolero a Peña.
–Dirigirse a los ministros de la corte como “alcahuetes del poder”.
Meade está convencido de que todas estas “pejiñas” hubieran tenido otro efecto en la campaña, que formalmente empezará el 30 de marzo, aunque en realidad comenzaron en diciembre pasado con las pre campañas que no son otra cosa más que actos de proselitismo en el periplo por la presidencia.
¿Por qué deberían tener estas típicas conductas de AMLO un efecto adverso en los porcentajes de simpatía de López Obrador? ¿Nada más por el hecho de que sus declaraciones pueden ser disparates o ideas sin desarrollar?
Puede ser un costoso error esperar que lo que sucedió hace doce o seis años en la campaña a la presidencia, vuelva a ocurrir.
En febrero de 2006, las preferencias electorales eran de 38 por ciento para AMLO, 31 por ciento para Felipe calderón, del PAN, y 29 por ciento para Roberto Madrazo, del PRI. En el mismo mes de 2012, Peña, candidato del PRI, era puntero con 45 por ciento, seguido por Josefina Vázquez Mota, del PAN, con 32 por ciento y AMLO con 22 por ciento.
El panorama electoral que enfrenta el PRI de Meade y de Peña pinta mucho peor que hace seis y doce años. Un punto central es la consolidación de la corrupción política, los asesinatos y la impunidad como los problemas más importantes del país, lo que ha propiciado unos niveles de reprobación sin precedente –8 mexicanos de cada diez–, en la actuación del presidente de la República.
Jugar esperando a que López Obrador cometa errores (y a que se revierta el humor social anti PRI) parece un juego arriesgado, pero no es mucho más lo que puede hacer Meade cuando carga la cruz de la desprestigiada marca del partido.
Donde espera avanzar es en el debate y la confrontación de ideas de país. El problema es que a Meade le cambió la ecuación la reciente resolución del INE para impedir que los candidatos debatan en este periodo tan raro de la elección. El tiempo sigue corriendo en su contra.