QUERETALIA
EL QUERÉTARO NAVIDEÑO
Caminaba por las hermosas e invernales calles de Santiago de Querétaro aquella noche del 23 de diciembre, cuando ya la muchedumbre en torno a La Cabalgata se dispersaba rumbo a sus hogares, frenética de gozo por los vistosos carros y grupos musicales participantes en tan hermosa tradición, tan queretana como secular. Decidí encaminar mis cansados pasos por la nostálgica y angosta calle del 15 de Mayo dando vuelta de Corregidora rumbo a Pasteur, cuando en medio de la noche y el frío scherzo invernal mi vista y mis pies toparon con un bulto humano en el Portal de Valderrama; esa vieja construcción del siglo XVI rica en historias de aparecidos como la del sereno sin cabeza. Oí cómo el hombre balbuceaba palabras intentiligibles y pude oler su insoportable tufo a alcohol viejo y barato. Al quitarse el capuchón ese mendigo mi sorpresa no tuvo límite: ¡Era un viejo amigo mío al que los fracasos amorosos lo condujeron a ese lamentable estado de necesidad! Mi amor al Niño hecho Dios y la compasión a mi prójimo me indicaron que había que tenderle la mano.
Su nombre era Memo, niño y joven prodigio en el Querétaro de los años cincuenta y sesenta, aplicado estudiante, deportista talentoso, músico talentoso y administrador de altos vuelos. Ahora, empezando el siglo XXI estaba convertido en una piltrafa por culpa del alcohol en que se evadía tratando de olvidar su inmenso dolor, pero sin darse cuenta que sus rencores no aliviarían nunca su sufrimiento: ¡Por el contrario, el rencor aviva todos los males!
Lo primero que hice fue conducirlo a pesar de su obesidad a su derruida morada en una antigua vecindad de La Cruz para que tomara un baño caliente y consumiera el atole y los tamales que compramos en las cercanías. Ya sentados en cajas de cartón, presidiendo la escena una vieja vela de luz mortecina, me contó sus penares: sus hijos y sus esposas lo abandonaron por su terrible orgullo, su alcoholismo y su no pedir perdón. No tenía ganas de vivir y creía que la vida no valía la pena. Hacía mucho tiempo que no pensaba en Dios ni rezaba ni oraba ni se daba un tiempo para la autocrítica, solamente sentía que tenía mil demonios adentro de su alma y que el mundo era el culpable de su desgracia.
Cuando terminó de perorar y se desahogó por completo, el hombre que nunca contaba de su dolor a los teporochos con los que se juntaba, rompió en llanto y fue allí donde le di una serie de consejos para comenzar a vivir, para encontrar al Niño Dios en su niño interior, el que tenía escondido pero no perdido. Lo primero que hice fue comunicarlo con sus hijos y ex esposa para que les pidiera la parte del perdón que le correspondía a él pedir; acto seguido lo tomé del hombro y lo conduje a admirar el milagro de estar vivos y más en un lugar tan bello como nuestra entidad. Comenzamos con una noche de luna y estrellas en lo más profundo de la Sierra Gorda y le expliqué el resto del plan: una escapada a Cuatro Palos, Pinal de Amoles, y contemplar los volcanes del Valle de México desde ahí; visitar el sótano de El Barro en Arroyo Seco y llegar al amanecer para contemplar las golondrinas; caminar desde San Joaquín hasta La Esperanza, Cadereyta, a través del bosque, y meterte a las grutas; meditar en Ranas, en Toluquilla, en Tancama y en la pirámide de El Cerrito, en El Pueblito, visitando a la Virgen del lugar refugiándote en el convento muchas horas; perderte todo el día en la Basílica de Soriano y en su museo; asistir a una misa con un sacerdote o un fraile elocuentes, acompañada esa ceremonia con la orquesta y coro del Conservatorio de Música; subir a la Peña de Bernal, a El Zamorano, a El Doctor; a El Mintehé, a El Picacho o ya de perdida el Cerro de Las Campanas; trepar el monte de La Barreta y contemplar la Sierra de Las Margaritas y el eterno cerro Azul de las Nieves, al norte de Santa Rosa Jáuregui; devorar un chicharrón de borrego en el bosque de Campo Alegre, San Joaquín.
Le propuse también aspirar los perfumes del amanecer en el Río Concá, visitar las cinco fachadas misionales y desayunar en lo que fue la casa del padre Miracle; meterse a las cascadas de agua fría en El Chuveje y quitarse lo indejo y crudo con las heladas aguas; acampar en El Jabalí y caminar o cabalgar de Bucareli hasta La Meca, San Joaquín; trotar desde la hacienda de Lira hasta Escolásticas y bañarse en sus albercas de agua fría y adquirir figuras de cantera; echarse un chapuzón en los manantiales del árbol centenario en Concá y comer unas enchiladas serranas con cecina; subir El Cimatario y visitar sus cuevas y parque natural, contemplando cómo se ve la ciudad sin él, el niño prodigio; rezar a la Virgen Dolorosa o a la del Monte Carmelo en El Carmen o en Santo Domingo a San Judas Tadeo y a la Virgen del Rosario ahí mismo, para admirar después los retablos de Santa Clara y Santa Rosa y visitar sus anexos, ya sea ex conventos o ex colegios; rezarle con fruición a San Charbel (poderoso contra las emociones tóxicas) en San Agustín; subirse al mirador de la antigua prepa centro y contemplar el norte y oriente de nuestra levítica ciudad.
Recorrer a pie desde la Basílica de Soriano hasta el templo de San Francisco en Colón y contemplar el río y los sabinos; deambular desde El Pilancón hasta los jardines botánicos en Cadereyta y, si le sobran fuerzas, ir a comer a la hacienda de Tovares y de allí caminar hasta Tetillas, subir el cerro de San Miguel y rezar en su ermita; tomarse un whisky en Arroyo Seco con Antero Torres Ibarra y que le platique sabrosamente sus verídicas historias; escuchar Una Furtiva Lágrima con Librado Alexander Anderson y un “jo” o un “pendejo” de la boca de Yeyo Olvera Montaño, así como el violín gitano de los virtuosos Migueles Epardo; clavarse de sopetón en las albercas heladas del fraccionamiento San Isidro o de la Hacienda Club en pleno invierno.
Visitar los asilos de ancianos y quedarse un rato a platicar con los miembros de la tercera edad, escuchándolos sobre todo, lo mismo que a los niños y jóvenes de la Casa Hogar San Pablo, además de echar relajo y una canción con los débiles visuales del “ojo alegre” y mujeriego maestro Blandina; recorrer de noche las áreas jardinadas de Carretas, Bosques del Acueducto, La Cimatario, Jardines de Querétaro, San Isidro y Álamos; pegarle a los tamales y atoles de entrañable calle de Arteaga y escuchar un concierto en el beaterio de Santa Rosa de Viterbo; treparse a pie a Loma Dorada, Pedregal de Querétaro y otras colonias cercanas para contemplar de noche mi ciudad desde el oriente. Visitar las ex haciendas y volcanes apagados de Pedro Escobedo y Huimilpan y llevar una mascota a Lagunas de Servín.
Le aconsejo acudir al jardín de niños donde estudió la pre primaria y visitar también algún otro sitio donde haya sido inmensamente feliz; además de cabalgar desde San Joaquín hasta El Jabalí y después en cuatrimoto regresar hasta San Cristóbal y acampar allí contemplando el Cinturón de Orión y la Vía Láctea. Escuchar un concierto en La Alameda Hidalgo, preferentemente cuando el nuevo alumbrado de led se enciende, evocando a Pancho Villa, Francisco I. Madero, Maximiliano de Habsburgo, Tomás Mejía, Miguel Miramón, José López Alavés o ya de jodido al león “Manuel” y sus insoportables heces carnívoras, así como los olores a ácido úrico del cohete que dominó el lugar en las décadas de los años sesenta y setenta del siglo XX; trotar por Los Alcanfores en sus dos secciones y luego visitar una a una las capillitas de San Pablo, San Gregorio, Santa Catarina, San Roque, La Cruz de El Cerrito y la de Chava Rojas Paredes. Recibir la sanación del virtuoso sacerdote Javier Martínez Osornio; platicar con el fantasma del profe Loarca en el antiguo convento de Teresitas y escuchar las notas musicales salidas de los ejecutantes encerrados en las diferentes aulas. Le recomendé –por salud mental- inscribirse como penitente en la procesión del silencio.
Mi amigo Memo hizo todo esto, de la mano del padre Jesús Garduño, y encontró la paz y a su niño interior. Ahora siempre está, todo el año, con el Niño Dios que le hizo el milagro de redivirlo.
La Casa de los Perros: Si Carlos Gardel se hizo mundialmente famoso con “Volver”, Peña Nieto lo logró con “Volvido”. Les vendo un puerco ignorante e iletrado al mismo tiempo que me preguntó: ¿cómo podría seguir burlándome de mis amigos panistas por aquello de Fox y “José Luis Borgués” si el huésped de Los Pinos no me ayuda nadita? Les vendo el pedito ferial de Alejandro Fernández entonces.