LA APUESTA DE ECALA
Carta al General Don Miguel Hidalgo
El cura Hidalgo se encontraba en Guadalajara, es diciembre de 1810, aún resguarda en su mente, lo frío y sanguinaria que puede ser la gente, en el ataque a la alhóndiga de granaditas.
¡La chusma!
Allende, Aldama y Jiménez van en camino a encontrarse con él en aquella ciudad.
En un tiempo de ir midiendo sus bajas, los heridos y las condiciones, de su no tan inexperto ejército, el cura se da lugar para ir leyendo las cartas que les llegan a montones, gracias a un servicio postal instaurado por el propio Hidalgo, desde que atacaron el 28 de septiembre en Guanajuato.
Al ir leyendo las misivas, unas del propio Allende con algunas inconformidades de los ejércitos brutos del propio Hidalgo, le llama la atención en especial una carta, dirigida a su Excelentísima Figura del Señor General Don Miguel Hidalgo y de Costilla.
Es una carta bien escrita, en fino papel, con una pluma experta y con un garigoleo en la escritura, solo vista por el cura en misivas Episcopales.
La tinta a leguas se divisa de excelente manufactura y la narración le atestiguaba lo siguiente:
Estimado Sr General de los Ejércitos Insurgentes.
Es para mí un verdadero honor poder hacerle de saber acerca de la férrea defensa que presenta la plaza de Querétaro, en donde ningún gachupín ha quedado con vida, no solo en presencia, sino en el literal uso de la palabra.
Cabe señalar que la plaza está desolada, no existen familias que sostengan el comercio, los mercados están vacíos y la gente ha quedado en la ruina al perder sus fuentes que le proveen el sustento para sus familias.
Es menester de su persona, saber que la ciudad, desde los tiempos de la corona misma permanece apenas irreconocible, para la mayoría de los nativos, debido a que los españoles jamás dejaron que ellos entraran a la ciudad española, deambularan en ella o simplemente la transitaran, sino fuera como sus sirvientes o gente del servicio doméstico.
Por ello deseo hacerle saber de las condiciones que, para muchos de ellos, ha sido de asombro al conocer su ciudad, que, durante más de trescientos años, fue solo reconocible por la casa en la que trabajaban, esclavizados a ni siquiera una moneda por pago.
Inclusive le consta a su excelentísima, que ni los templos dejaban entrar a los nativos, debido a la sumisión al parte virreinal de fecha del 1676.
Se sospecha que existen túneles por los cuales los esclavos nativos de esta ciudad, eran adentrados al casco de la ciudad española, mismos que aún no hemos encontrado, pero que se miran los accesos en todas las casas señoriales.
Deseo de igual manera informarle que la gente que se anexó a sus ejércitos, cuenta con nutrida familia en esta ciudad, en los barrios que rodean el casco virreinal, y que están prestos a las condiciones que, por las fechas, desean celebrar y obtener una paga por sus servicios y lograr traerla, para acercarles un mendrugo.
Solicitándole de la manera más atenta, finque permiso para que se trasladen a celebrar las fiestas con sus seres queridos, y que, al terminar las celebraciones, regresen con su ejército, a reforzar con ahínco su causa y al de miles de ellos que deseamos el hambre de libertad y de ya no ejercer la sumisión a los europeos y las casas reales.
Sirva a Usted mi leal persona, firma:
Capitán de la ciudad, Rafael De Gonzaga y Logro.
Hidalgo tomó la carta y en un exabrupto la hizo a un lado, tomó una bocanada de su tabaco, un sorbo al licor, y pensó profundamente -tomando su mentón entre su mano derecha- mientras trataba de sensibilizarse acerca de la realidad que vivía estas familias queretanas, y de otros lugares, que durante siglos fueron esclavos, de los españoles en sus propias tierras.
– ¡Eh! Abasolo- gritó.
– ¡Diga mi General!
– ¿Qué es esta carta? ¡léala y dígame!
Rápidamente el joven Mariano pasó sus ojos a la misiva.
– ¡Es un permiso señor!
– ¡Eso ya lo sé! quiero entender que me solicitan que parte de mi ejército, se traslade a la ciudad de Querétaro, para celebrar la fiesta navideña, ¡habrase visto semejante petición!… ¡en los inicios de la liberación del yugo y obtener la libertad por siempre!, me piden un puñado de hombres para satisfacer a sus familias.
– ¡Es una amable misiva para hacerle saber que varias de esas familias no tendrán que celebrar! no habrá quien provea, y ya hace varios meses que no ven a sus padres, más no piden comida ni dinero, sino la presencia de sus seres queridos, y si es posible, el rancho de salario de sus ejércitos.
– ¡Imposible! ¡ni pensarlo!… contesta la misiva con un especial y enérgico saludo, de que es absurda tal petición. – sentenció Hidalgo, ya molesto, pegando a la mesa con fuerza.
Una chiquitina pequeña menos aún -llamada Bety- que el común de sus amigas, tiene 9 años y es muy trabajadora, pero tiene una pequeña dificultad ¡no ve bien!, una ceguera extraña que le hace ver todo borroso a cierta distancia, le hace tímida en su conducta, pero cuando ya se sabe el camino, nada le para y es ¡alegre como ninguna!
Ella vive en Querétaro, y ha estado experimentado una serie de sucesos que la han dejado extrañada, por un lado, el conocer nuevas partes de la gran casona señorial del capitán insurgente de la ciudad, y, por otro, el lograr comer el mayor número de dulces, que una personita extraña, le ha dado, una vez que el capitán sale a hacer sus actividades diarias.
Hoy se ha armado de valentía nuestra querida Bety, y se atreverá a platicar con el capitán – una vez llegue- acerca de la personita que le ofrece dulces. Sabe que ha desobedecido la disciplina de la casa, pero es que de verdad – como dice ella- ¡los dulces son deliciosos! la hacen soñar y extasiarse.
¡pero no esta bien! uno no debe de comer dulces sin permiso de los mayores – insistía Bety a sí misma.
El capitán llegó esta vez más temprano de lo acostumbrado, esta triste y con la capa caída, ¡se le nota!
Bety al recibir sus guantes y su chaqueta le pregunta:
– ¿todo está bien mi capitán?
– ¡No Bety esta vez no es así!
Bajo su carita de niña y le volvió a increpar:
– ¡Pero gracias a Usted estará bien, ¿verdad?
El capitán le tomó su mano, y sabedor de que la niña no le veía bien, le dijo:
– ¿Sabes Bety? Tengo una sorpresa para ti.
– ¿Para mí? – abriendo sus ojos de más.
– ¡sí! acércate.
Tomó de uno de sus bolsillos un pequeño paquete, de color café, lo abrió y sacó dos cristales unidos entre sí por un pequeño arco.
– ¡cierra los ojos y no los abras hasta que te diga! – ordenó amable el capitán- vamos a ver, esto va por aquí, y esto otro por acá… ¡no te muevas!… ¡listo!… ¡abre tus ojos!
Nuestra pequeña protagonista, movió su cara hacia atrás al ver tan cerca al capitán, le tomó su cara entre sus manitas, y no dejaba de verlo.
– ¿Qué es esto? – preguntó.
Mientras no dejaba de voltear su cara hacia todos lados, para asombrarse de la claridad con la que ahora veía, miraba el suelo lleno de mosaicos de colores, las maderas de las paredes, los libros, los colores, las texturas… ¡todo le parecía hermoso y nuevo!
– pero ¿qué es esto?- volvió a preguntar asombrada.
-Se llaman gafas Bety.
– ¿Gafas?
– ¡Sí! Sirven para que veas mejor, ¿a poco no te gustaron?
– ¡Me encantaron… pero… deseo contarle algo! – profirió Bety ya con un dejo alto de culpa y vergüenza
Bety le contó, que el otro día, una persona pequeña con guantes blancos, la llevó a conocer una parte de la casa, en donde había unas mesas con manzanas cubiertas con caramelo, frutas secas y dulces, dátiles, biznagas, cajetas, e infinidad de dulces deliciosos.
Que ella había tomado sin pedir permiso, todas las golosinas que quiso, se las había comido y ¡no le había convidado a nadie!
Los ojos del capitán fueron de asombro, se levantó y tomó un cigarro, lo encendió y dio una fuerte bocanada de humo aromático.
– ¿estás segura de que fue así?
– ¡sí capitán! Y estoy muy apenada con usted.
– Mira Bety, te agradezco tu honradez, por el momento déjalo así, y procura que cuando vuelvas a ver a esa personita, de inmediato le preguntes cómo se llama, en donde vive y porqué tiene que hacer las cosas a escondidas. ¿quedamos?
– ¡Sí! – respondió la chiquilla, feliz y agradecida por el presente.
Esa misma mañana, Bety había recibido una carta muy bien resguardada en un sobre sellado con una mancha de color roja, y firmada con iniciales:
G.M.H y C.
Continuará…