COLUMNA INVITADA
¿Una nación de naciones?
La tensión tiene raíces profundas en la historia, pero se ha agudizado en extremo en los últimos tiempos y ha alcanzado niveles que hacen difícil imaginar un futuro terso, sean cuales fueren las medidas que se adopten.
Lo cierto es que hemos presenciado, en la coyuntura que vive España, una colección de desaciertos políticos, que lejos de permitir avizorar una solución eficaz y duradera, lo que han hecho es agravar el conflicto que, siendo antiguo, se reavivó cuando el parlamento catalán incluyó en su estatuto de autonomía una frase que se refería a Cataluña como “nación”, idea que se consideró por algunos como contraventora de la proclama, vigente durante el franquismo, de que España es “una, grande, libre”.
Es detectable, en primer lugar, una confusión clara, en el discurso que priva en los acontecimientos que hoy ocurren, entre los conceptos “nación” y “estado”, aunque hay además una significante postura republicana, y por lo tanto antimonárquica, en los planteamiento de, cuando menos, la mitad de los catalanes de hoy, a juzgar por las cifras que arrojan los referendos y otros cálculos en que las partes no parecen diferir.
Hace tres años, precisamente el domingo 26 de octubre de 2014, el profesor Emilio Suñé, de la Universidad Complutense, escribía en el periódico electrónico “Madrid Press” que “uno de los puntos más críticos para la Ciencia Política y el Derecho Público es cómo articular la convivencia en un mismo Estado, de pueblos con una identidad histórico-cultural fuerte, que quieren autogobernarse. Esta es precisamente la idea de Nación, frente a la de Estado. La Nación es una realidad socio-cultural, mientras que el Estado es una forma jurídico-política. Cuando coinciden Estado y Nación, no hay problema, porque un grupo social, con conciencia de un ‘nosotros’ (Nación), organiza los asuntos políticos, es decir de su ser colectivo, bajo un único Estado. Ahí no existen uniones forzadas ni tensiones secesionistas; pero la Historia es compleja, por lo que es muy habitual lo contrario, que grupos nacionales distintos convivan bajo un mismo Estado”
Dijo Suñé entonces también que Cataluña es una Nación, como lo es España, que “no es solo un Estado, también es una Nación. Existe la Nación Española, al menos mientras la dinámica destructiva del Estado de las Autonomías no acabe con ella”.
En consonancia con ese parecer y, sin duda en la misma línea que Suñé –aunque en otros menesteres podría no compartir posiciones políticas- se ha expresado el senador Ramón Espinar, de PODEMOS, quien en medio de los debates actuales, ha dicho que Cataluña tiene toda la legitimidad para ser nación, aunque no la tenga para declararse “estado soberano”, si nos atenemos al marco constitucional español, a pesar de que en el ámbito meta jurídico podría debatirse esto último.
¿Cómo conciliar ambas posturas? Uniendo sin unificar, integrando a los diversos en un “gran nosotros” que comparta lo que deba compartirse por ser común entre diversos “nosotros” parciales, que en cuanto a su fuero interno conservaran sus capacidades de autogobierno.
La unidad, importa destacarlo, no se rompe por la diversidad, antes puede enriquecerse y verse fortalecida; igual la grandeza y, sobre todo, la libertad, lo que requiere de un diálogo respetuoso y digno, tanto como de evitar el empleo del pseudo legítimo “monopolio de la fuerza”, si es que de verdad se quiere alcanzar soluciones duraderas y estables.
Solo podrá lograrse tal objetivo bajo un esquema firme, pero elástico, que permita compartir y tienda puentes en lugar de anular diferencias por imposición coactiva.
Ya existe una técnica de probada eficacia para alcanzar ese ideal: el sistema federal, que es un instrumento apto para aglutinar naciones en una unidad estatal, como ha pasado con Suiza, la federación más antigua del mundo.
Claro: la eficacia del instrumento requiere de pericia y buen ánimo al utilizarlo; por sí mismo no garantiza nada. Los fracasos (alguno muy cercano por cierto) no son imputables al instrumento, sino a quienes lo operan.