LA APUESTA DE ECALA
Miguel Hidalgo, el cura conspirador
Hoy en día amable lector los tiempos han cambiado y las perspectivas de nuestro país, se han convertido en una nueva generación de compatriotas que, de verdad, si continuamos en el ejercicio del apoyo, dejará marca por muchos años, esperamos, décadas.
Fue un 29 de julio de 1811, cuando Miguel Hidalgo y Costilla, conspirador e iniciador de la justa independentista de estos territorios a España, dejaba una visión de su comanda, en un texto escrito, previo antes de ser fusilado:
“No me tengas lástima, sé que es mi último día, mi última comida y por eso tengo que disfrutarla; mañana ya no estaré aquí; creo que eso es lo mejor, ya estoy viejo y pronto mis achaques se van a comenzar a manifestar, prefiero morir así que en una cama de hospital”
Acusado de conspiración a la corona española, el delito ameritaba la pena capital, pasó en prisión un tiempo e hizo amistades con un teniente llamado Melchor Gausepe, quien estaba a su cuidado, y previo antes de la muerte de Hidalgo, hizo amistades con el cura de Dolores.
El asombrado teniente español, reconoció la valía y la calidad humana de Hidalgo, sus andanzas y comentarios, eran de una persona extremadamente culta y de buen humor.
La visión del llamado Padre de la Patria, quien anhelaba no solo el reconocimiento de la clase criolla por las autoridades ibéricas, la mejora de las condiciones de los indígenas, debido a que no eran considerados ciudadanos de la Nueva España, y que los poderes civiles y militares, fueran de los nacidos en estos territorios anexos a España.
Su visión de unas tierras en donde todos se ayudaran, en donde todos fueran iguales – buscando el fin de la esclavitud, circunstancia común en estos lares- el sentido de la caridad humana, más que la religiosa, le daban a Hidalgo razones para arriesgar la vida, por un patria noble y soberana.
En vano muchos años esta visión fue denigrada a una simple frase de calidad cívica, y recordada en los mínimos en fiestas patrias.
¡ahora ya no será así!
José María Morelos y Pavón, sacerdote insurgente y llamado Siervo de la Nación, fue muerto el 22 de diciembre de 1815, ordenado General por el mismo Miguel Hidalgo, quien le otorga los ejércitos del sur, en específico en Michoacán.
Con 5 campañas en donde destrozó gran parte de los ejércitos españoles, Morelos fue hecho prisionero el 5 de noviembre de 1815, en Temazcala Guerrero, el propio General de la Concha quien lo apresa, es el mismo que le lleva la orden de fusilamiento, a su ya encarcelamiento.
Sus últimas palabras frente al pelotón, aún con el rosario en sus manos fueron:
Señor, si he obrado bien, tú lo sabes, pero si he obrado mal, yo me acojo a tu infinita misericordia.
Hincado y dando la espalda al pelotón, fue dado por muerto, a las 4 de la tarde.
Sus legados hacia la formación de una nación sobrepasaron las expectativas, inclusive de la propia ilustración francesa.
Morelos deseaba una nación soberana, con un solo pensamiento religioso, desechando el pensamiento monárquico, y dejando un sentido liberal, pero profundamente dejó plasmados en su Sentimientos de la Nación, que deseaba una Patria unida.
¡por muchos años olvidados estos sentimientos!… hasta hoy.
Demasiados próceres nos dieron el país que hoy tenemos, innumerables héroes de a caballo, anónimos la mayoría, han dado su vida porque gocemos hoy día, de libertad y justicia, en sus dimensiones actuales, y en las medidas posibles.
Miguel Hidalgo y José María Morelos, al momento de su muerte, seguramente tuvieron una visión, ver al país que apenas estaban formando, unido y luchando por razones que verdaderamente valieran la pena:
¡La salvaguarda de la vida de todos y cada uno de los hoy mexicanos!, como principio básico de los derechos emanados de la ilustración.
¡que satisfechos hoy se sentirán nuestros fundadores de la patria que vivimos!, con cuanta saciedad han de pasar sus días, orgullosos de aquellos que dan sus vidas por quienes menos pueden, y menos tienen, debido a las circunstancias de los movimientos telúricos del pasado 19 de septiembre.
En donde por enésima vez, el corazón de los mexicanos se llena de igualdad y libertad, de desear auxiliar, como en el pensamiento de Hidalgo y Morelos, para la construcción de una mejor nación, por medio de una catarsis.
En aquellos años, la catarsis de la guerra en contra del enemigo, y hoy día, por el baño de la tragedia.
De esa que enluta a miles de familias, con un sentido de amargura, de destrozos y de saberse que no se cuenta con nada -por lo poco que a algunos les parece su pérdida- pero que a los más, es una verdad de dimensiones irreparables.
¡todo perdido en segundos!… ¡todo!
Y de la noche a la mañana, se tiene el sabor de la “nada”, aquél que, en varias ocasiones, hemos estado cerca, pero pocos, han sentido el duro golpe de la verdad, de haberse ya sentido olvidados, por el propio Dios.
¡porque así lo sienten!
¡Cuánto orgullo debió sentir nuestra Leona Vicario! de ver a las mujeres rescatistas, levantando piedra tras piedra, hasta llegar al corazón de la incertidumbre del que se sentía olvidado, en medio de concreto y fierros retorcidos, inclusive ya listo para morir, y que tomó la mano de su rescatista -no solo con la sorpresa de saberse salvado por una mujer- sino que, por toda una vida, no habrá nada con que pagar el acto heroico.
O aquel Vicente Guerrero, que se llena de entusiasmo, al ver a rescatistas dejando a toda su familia, hijos y padres, por ir a salvar a su compatriota, que no conoce, que no sabe en que trabaja, que probablemente, ni siquiera sabe si es bueno o malo, pero su corazón le dice al rescatista lo que debe hacer, sus habilidades son puestas a prueba, y sin decir ni siquiera ¿Quién eres?, se escucha a los lejos una vez que le grita:
¡no te desesperes te vamos a sacar!
¡la salvaguarda de la protección de la vida! se da, porque tenemos un instinto básico dentro de nuestros genes como personas: ¡no dejar que nadie muera!
Con cuanto fervor desde su tumba, debe sentir el General Allende, de ver a los cientos de jóvenes, que sin saber nada de supervivencia, ni de primeros auxilios, arriesgarse a la batalla de rescatar dentro de metros y metros de túneles de fierro y escombro, a aquellos niños héroes de la escuela -de varias de ellas- que solo deseaban tener en sus manos, el abrigo de sus padres.
Y es que ahora este 19 de septiembre, nuestra historia dejó de ser cíclica, dejó de ser continua y repetitiva, dejó de ser historia, para convertirse el pueblo mexicano, en el nuevo diseñador de su destino.
En su arquitecto de su destino, porque como en una torre de babel, se dejó de hablar diferente, para comunicarse perfectamente, en donde las edades desaparecieron, los credos se fundieron, las enemistades se disiparon.
Las visiones de cada uno de los héroes que hoy comprendemos, de aquellos que no solo rescataron, sino que ayudaron, tan solo a mover una piedra -por pequeña que haya sido- pero que nos dieron lecciones de saberse que, en esta vida, – a pesar de las enfermedades y pobreza- la mano de quien ayuda, no sabe de diferencias.
¡hoy México es otro!
Hoy México se alza en el ejemplo hacia los niños de que nos apoyemos unos a otros, es un camino ¡el único camino!
Y estos niños y niñas que por todo México vieron estas escenas de ayuda mutua, no necesitarán ir a los mejores colegios, a Harvard o Galveston, en su memoria colectiva, saben, ¡Que nada derrumba a nuestro País!
Y habrá, al paso del tiempo, mejores médicos, más enfermeras, las escuelas se poblarán de ingenieros civiles, de expertos en evitar que las tragedias se repitan.
Y habrá mejores familias, y llegarán nuevos vecinos a la provincia, y nuestro país, después de muchos años, de casi siglos, se sentarán en una misma mesa los diferentes, para nunca más, volverse a ver así.
Y es que México cambió, desde sus propias entrañas… y Usted amable lector… ¿Será resistente al cambio?
Luego entonces amigo lector, no nos quejemos del México que estamos viviendo, porque en ello quede claro: ¡Trabajemos el País que queremos!? Esa es mi apuesta ¡y la de Usted?…