2025 fue de esos años que desnudan la política.
A Morena se le cayó la máscara: no vino a construir, vino a romper lo que funciona y luego culpar a los demás cuando todo se tambalea.
El caso de El Batán fue de manual.
No fue un debate serio sobre el agua ni una discusión honesta sobre el ambiente: fue dinamita política.
Lo que dinamitaron de fondo fue la posibilidad de pensar a Querétaro a veinte años, de hablar con la verdad sobre la urgencia hídrica. La consigna fue simple: si no es mío, no sirve; y si sirve, lo reviento.
Después vino el berrinche por 5 de Febrero y las lluvias: no les dolía la obra, les dolía no haberla controlado. Lo que querían no era orden ni movilidad, sino meter la mano, apropiarse del discurso, colgarse la medalla.
Y más tarde, la patada al presupuesto 2026: ahí se desnuda todo.
Ahí se ve quién ama al estado y quién vive del incendio. En Morena el pleito dejó de ser táctica: es su identidad. Cuando el odio se vuelve plataforma, el desastre es solo cuestión de tiempo.
Los que sueñan con la gubernatura quedaron exhibidos.
Gilberto Herrera se hundió en su propia retórica: confundió crítica con revancha, oposición con demolición, liderazgo con resentimiento. Y su regidor estrella, el imbañable, que convirtió el insulto en modo de vida, terminó encarnando lo peor de esa camada: “te lincho, te humillo, te acuso… y tú me pagas con tus impuestos”.
Eso no es oposición, es corrupción emocional con nómina pública.
Y que nadie se haga el sorprendido cuando empiecen a salir los nombres: aviadores, estructuras, redes de cobro, operadores que viven del erario disfrazados de conciencia social. La factura viene en camino, y viene pesada.
Mientras tanto, la realidad, que suele ser terca, habló sola.
La casa encuestadora Cripeso colocó a Mauricio Kuri en el segundo lugar nacional de aprobación, con 64.46%. Eso no se imprime en una lona ni se compra con bots: se gana con gobierno. Querétaro se convirtió en referencia del Bajío porque aquí todavía hay algo que en otros lados ya se les olvidó: planeación, disciplina y resultados. No es casual que cuatro de los cinco gobernadores mejor evaluados sean de oposición; la gente distingue perfecto la diferencia entre discurso y trabajo.
Lo que casi nadie quiere decir en voz alta es que 2026 ya empezó.
Después del 6 de enero, las fichas se van a mover en serio. En el PAN, Felifer Macías llega con algo que no se improvisa: calle, oficio, resultados a la vista; uno de los mejores alcaldes del país, no por elogio gratuito, sino por datos.
Del otro lado, en la 4T, Ricardo Astudillo hizo lo que hacen los que entienden la política: avanzó sin gritos, rebasó a Herrera sin estridencias y sigue sumando mientras otros se desgastan con chismes y rumores. La política tiene memoria y una regla que pocas veces falla: caballo que alcanza, gana.
Por eso del otro lado prefieren inventar enfermedades, quirófanos y supuestas crisis: cuando ya no hay argumentos, sobreviven el rumor y la intriga.
Lo más peligroso del año, sin embargo, no fue lo que se vio en plazas o en redes.
Fue esto: el poder aprendió a censurar sin parecer autoritario. Antes era el tolete, hoy es el oficio; antes era la amenaza abierta, hoy son las “medidas cautelares”, los procesos eternos, las disculpas públicas obligadas.
Periodistas perseguidos, medios silenciados, jueces convertidos en porteros de la conversación pública.
No queman libros ni clausuran imprentas; hacen algo más fino y más cobarde: te ahogan con trámites y te dicen que es por tu bien.
Mientras tanto, desde el micrófono oficial, repiten que en México no hay censura. Y cualquiera que haya visto lo que pasa en los estados donde gobierna Morena sabe que esa frase ya suena a chiste malo.
Sí, hubo avances: el salario mínimo se levantó, algunos millones salieron de la pobreza, el bolsillo de sectores históricamente olvidados respiró un poco.
Nadie sensato lo niega.
Pero al mismo tiempo seguimos con una salud pública rota, una educación atrasada y una violencia que, en buena parte del país, marca la agenda a balazos. Se reparte mejor, pero sin instituciones sólidas todo avance es frágil, se puede desmoronar en una sola administración equivocada.
Y aquí está el punto que vale la pena subrayar con toda claridad: Querétaro no está bañado en sangre. No vivimos el paisaje de terror que se normalizó en varios estados gobernados por Morena: levantones diarios, poblaciones silenciadas, carreteras tomadas por el miedo.
Aquí todavía se puede dormir, trabajar, salir, discutir sin que todo huela a velorio.
Esa es la diferencia que marca frontera: a Querétaro no le gusta el olor a muerte, y esa es una línea que no debemos cruzar jamás.
Querétaro no necesita héroes tóxicos ni vengadores digitales, ni “mártires” de Twitter que viven del odio mientras cobran del presupuesto.
Necesita Estado, rumbo, instituciones, gobierno serio.
Que el PAN siga gobernando no es un acto de fe, es una decisión pragmática: apostar por estabilidad en vez de caos, por resultados en vez de espectáculo, por gobierno en vez de guerra eterna.
Lo otro ya lo conocemos: ruido, pleito… y después, panteones llenos.
Que 2026 nos agarre despiertos, con la memoria fresca y el carácter firme.
Que Querétaro siga siendo tierra de trabajo y de vida, no un campo de batalla más en el mapa de la violencia.
Y que Dios nos dé la inteligencia para distinguir a quienes vienen a construir de los que solo saben destruir… y, de paso, que Dios nos proteja de Morena.
A chambear.
@GildoGarzaMx
