En Querétaro, la Navidad siempre llega con un balón escondido en el clóset.
Aparece cuando alguien mueve las cajas de esas luces con piquitos para desenredarlas, cuando se desempolvan los adornos que tienen veinte años y que solo salen una vez al año, cuando el frío baja temprano y la tarde se vuelve excusa para quedarse un poco más en casa. Ahí, entre cables enredados y recuerdos, aparece el balón viejo. Desinflado. Marcado. Con historia.
No importa si ya no juegas. El balón sigue sabiendo tu nombre.
La cena de Navidad tiene su propio ritual futbolero. El tío que insiste en hablar del partido que sí fue penal. El primo que presume que ahora juega los domingos “en serio”, aunque todos sabemos que tiene el pie izquierdo donde debería estar el derecho. El abuelo que ya no ve bien la tele, pero adivina el resultado por cómo se calla la mesa. En algún momento, alguien pregunta: “¿Te acuerdas cuando…?” Y entre tragos de ponche, el fútbol vuelve a unir lo que el año separó.
En Querétaro, el frío no cala tanto como la nostalgia. La cancha puede ser la calle, el patio, el estacionamiento vacío del barrio. Basta una chamarra haciendo de poste, una carcajada como silbatazo inicial, y la Navidad se vuelve partido improvisado. Se juega sin reloj, sin marcador, sin VAR. Se juega como antes: para estar juntos.
Hay goles que no entran, pero se celebran igual. Hay resbalones que duelen menos porque alguien se ríe contigo. Hay abrazos que solo se permiten después de una barrida mal medida. Y hay silencios, esos silencios largos, cuando falta alguien. Entonces el balón rueda más despacio. Como si supiera.
Eso también es fútbol. Y también es Navidad.
Juego profundo no es hablar del resultado. Es entender que el fútbol, como estas fechas, sirve para recordarnos quiénes somos cuando bajamos la guardia. Que hubo un tiempo en que bastaba salir a jugar para ser feliz. Que hubo personas con las que compartimos la cancha y hoy solo compartimos la memoria.
Porque al final, cuando se apagan las luces del árbol y el frío se cuela por la ventana, el balón se queda quieto en una esquina. Nadie lo patea. No hace falta. Ya hizo su trabajo: reunirnos otra vez, aunque sea en silencio, en el mismo juego profundo de siempre.





