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Morelos: La vigencia del libertador

Los sentimientos de la nación

por Augusto Isla
22 diciembre, 2025
en aQROpolis, Destacados
Morelos: La vigencia del libertador

La inteligencia de Morelos vio en el empleo, en el salario justo, los principios de una convivencia armónica que alejaría “la ignorancia, la rapiña y el hurto”.

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En el punto vigésimotercero y último de los Sentimientos de la Nación, su insigne autor nos pide, a la letra, que “se solemnice el día 16 de septiembre, todos los años, como el día que se levantó la voz de la independencia y nuestra libertad comenzó, pues en ese día fue en el que se abrieron los labios de la Nación…” He citado solamente un fragmento de esas líneas fundamentales en las que Morelos, en la plenitud de su lucidez, dibuja sabiamente la importancia de la conciencia histórica.

En efecto, no hay comunidad humana que pueda sobrevivir sin ese regreso persistente a sus ayeres. Olvido es confusión, laberinto mortal. Recordamos para volver al camino si nos hemos perdido, para refrendar la rectitud de nuestros pasos. Por la memoria llegamos a nuestro centro, a nuestro espejo; por ella sabemos quiénes somos. No todo regreso es dulce. A menudo tiene aromas de sangre, humillación, dolor; sabor amargo, que es también lección de vida. Los últimos días de nuestro héroe fueron atroces. Sus verdugos lo despojaron de todo: honor,dignidad, vida. Obraron, así, para escarmiento y desmemoria. Se equivocaron: su sacrificio lo agigantó a los ojos de quienes heredamos de él un sentido de libertad, justicia y patria.

De esas paradojas está hecha la tela de la historia. Cito a uno de sus biógrafos: “De la desahuciada medida del caudillo daban idea de todos los empeños del virreinato para destruir su figura ante la posteridad. De la torpeza, insidia, unilateralidad y sadismo con que trabajaron en su mezquina tarea, resultaría exactamente de lo contrario de su propósito: todo ello contribuyó no solo a la consagración del héroe, sino que le otorgó, con el martirio, una valía mayor, definitiva, para enaltecerlo en el futuro. Puede decirse que, por contragolpe, sus verdugos iniciaron su consagración”.

Es verdad. Aquel héroe torturado, que murió de hinojos, con las carnes deshechas por los grilletes,se levanta victorioso ante nosotros, como la estatua magnífica que se yergue en la isla de Janitzio. Se llamó José María Morelos y Pavón; nació el 30 de septiembre de 1765 y murió un día como hoy, el 22 de diciembre de 1814. Fue sacerdote, soldado y estadista: luz y promesa de una patria que no vio, pero que hoy nos da sombra y esperanza.

Como cura supo íntimamente lo que eran los sinsabores y la pobreza de las aldeas novohispanas: Carácuaro, donde sirvió como párroco, era la imagen lacerante de un pueblo que vivía triste, sin porvenir, en las orillas de la historia.

No es difícil comprender que aquel hombre sensible y cultivado haya añadido a su vocación pastoral la de un cambio profundo y abrazado la justa causa iniciada por su maestro Miguel Hidalgo y Costilla. Aquello de lo que lo acusó el fiscal Tirado, hoy lo enaltece. Había leído a Hobbes, Helvetius, Voltaire, para fortuna nuestra. Por sus venas de modesto párroco, corría sangre libertaria sin haber sido – hoy lo vemos desde la serena posteridad- ni hereje ni apóstata ni ateo. Sólo un hombre de su tiempo, surgido del pueblo, con la intuición penetrante de éste, cuando logra ordenar la conciencia y la acción.

Fue Morelos un buen soldado. Prudente, sagaz, disciplinado. Alguien dijo que el que matare por la causa de la justicia, o por la causa que él cree justa, no es culpable. Morelos se opuso siempre a los excesos, al abuso, a la tortura. La guerra es un mal, un extremo recurso. La emprendió con dolor, con piedad, pero también con firmeza. Entendió que sin ella no habría formas sociales. Eran éstas su único horizonte.

Como reformador y estadista, fue padre de palabras que los mexicanos nunca olvidaremos. De entre los jefes insurgentes destaca como el más decidido y original, aunque es cierto: sin un Hidalgo no habría un Morelos. Su legado intelectual y político está en las páginas perdurables de los Sentimientos de la Nación. Unas cuantas, dos o tres, guardan ese tesoro vivo. Son intenciones, ideales, soles de esta tierra. Brillan allí la soberanía, la república y su gobierno dividido en poderes que moderan unos a los otros, la noción de lo americano como principio igualitario, el liberalismo como plataforma en contra de la tiranía, la justicia, la democracia, el respeto a los derechos humanos resplandeciente en la prohibición de la tortura.

No es poca cosa como podemos ver. Pues son anhelos por los que luchamos casi doscientos años después con la misma vehemencia. Un visionario. Los sentimientos de la nación que él captó, resumió y escribió, son los nuestros, los mismos, por igual amenazados que entonces, aunque de otro modo.

Sobre la paz de la república se cierne una globalización arrasadora que amenaza nuestra identidad. Todavía nos duelen la falta de respeto a los derechos humanos, como también la impunidad; la democracia que no encuentra la altura y dignidad; pero sobre todo la injusticia.

Morelos imaginaba, con realismo político, leyes que moderasen la opulencia y la indigencia. Hoy las necesitamos más que nunca. Y necesitamos políticas públicas, como ahora se dice, que pongan en acción a aquellas. Ser independientes y soberanos carece de sentido, si no somos capaces de distribuir equitativamente la riqueza social. Con Morelos, la hazaña insurgente adquirió en ese propósito su significación; la política social es hoy la gran prioridad de nuestras tareas.

Será difícil para las entidades federativas cumplir con la nación sin la fortaleza necesaria.

A todos nos afecta la reducción de la asignación presupuestal, la resentimos particularmente en materia educativa. No dejaremos de insistir en nuestro reclamos de las nuevas fórmulas distributivas de las participaciones federales que nos permitan elevar la calidad de vida de los habitantes de esta tierra.

La inteligencia de Morelos vio en el empleo, en el salario justo, los principios de una convivencia armónica que alejaría “la ignorancia, la rapiña y el hurto”. He aquí la estrategia para combatir nuestro mayor flagelo de hoy: la inseguridad pública. Combatiendo la desigualdad y la exclusión, erradicamos la inconformidad que se expresa en la violencia, en la multiplicación de los ilícitos.

La inteligencia de Morelos vio en el empleo, en el salario justo, los principios de una convivencia armónica que alejaría “la ignorancia, la rapiña y el hurto”. He aquí la estrategia para combatir nuestro mayor flagelo de hoy: la inseguridad pública. Combatiendo la desigualdad y la exclusión, erradicamos la inconformidad que se expresa en la violencia, en la multiplicación de los ilícitos.

Ahí está el sentido primordial de nuestra tarea como guardianes de la sociedad queretana. Mientras haya un queretano sin oportunidades, una mujer agredida por la violencia intrafamiliar, un anciano desamparado, un niño habitando las coladeras, los ideales de Morelos estarán pendientes, vergonzosamente incumplidos.

A la par de la democracia, deben preocuparnos la educación, la salud, la asistencia a los grupos más vulnerables de nuestra sociedad. O mejor, impulsemos la democracia para que ésta sirva mejor a tan altos anhelos. Morelos no separó las cosas. Como estadista trazó una visión de conjunto. Y cuando actuó, lo hizo con ejemplar modestia. El congreso de Chilpancingo intentó conferirle un título con resonancias monárquicas. Lo rechazó. Sólo quiso ser el Siervo de la Nación. Más clara no puede ser su enseñanza: para servir a nuestra tierra no hace falta ser el primero entre nuestros conciudadanos, ni siquiera ocupar un cargo público. En todo caso, la comunidad pide una lucha noble de quienes aspiran servirle, pero sobre todo una responsabilidad compartida.

La responsabilidad empieza en la familia, como ámbito de la educación en libertad, en tanto que, en él, el individuo aprende a ejercer sus derechos, a tomar conciencia de sus capacidades para amar, producir, transformar la realidad.

Para Morelos, un hombre de fe, de buena fe, creía en Dios, pero también en los hombres, en su fuerza para redimirse, para cambiar en la dirección de la justicia. Por eso los Sentimientos de la Nación no abrigan sino aquellos valores que exaltan la morada en que habitan. Ningún resentimiento ensombrece el alma de Morelos. Aún en sus horas más amargas, respiramos en él indulgencia y esperanza. Su futuro soñado somos nosotros, los que hoy vivimos, los que tenemos oportunidad de inaugurar otro tiempo, un tiempo más claro, más alto para el espíritu, más libre, más justo, y por el cual tomó las armas. Escribió los Sentimientos de la Nación, concibió con otros la nueva constitución y murió en sacrificio, pensando siempre que la muerte no importaba si engendraba vida.

Honrémoslo, pues, ya sin retórica, en cada gesto de nuestras vidas que hagan coincidir con los suyos nuestros propios Sentimientos de la Nación.

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