En el año 2000, Ron Howard llevó a la pantalla grande El Grinch a partir del cuento “How the Grinch Stole Christmas!”, que Dr. Seuss publicó en 1957.
Lo que en su origen era una fábula sobre el rechazo a la Navidad, el material se transformó en una comedia de estudio protagonizada por Jim Carrey, con una ciudad llamada Villa Quién, diseñada para brillar como escaparate.
Dos décadas y media después, la película vuelve a salas mexicanas en reestreno conmemorativo, convertida en un producto estacional que acompaña diciembre igual que mercancías, catálogos y listas de compras.
El punto de partida está en el libro: un misántropo que observa desde la montaña el frenesí navideño, decide vaciarlo todo (regalos, comida, adornos) para probar que la celebración depende del objeto comprado.
“Quizás la Navidad no venga de una tienda. Quizás la Navidad, quizás, signifique algo más”, escribió Seuss al cerrar el cuento.
Esa postura se mantuvo en el especial animado dirigido por Chuck Jones y estrenado por la cadena CBS en 1966, que conservó los versos rimados y el énfasis en la comunidad frente al consumo.
La emisión se convirtió en presencia fija de la programación decembrina estadounidense, con repeticiones anuales que conservaron al personaje en la memoria televisiva mucho antes de su salto al cine de imagen real.
A finales de los 90, Universal Pictures y el productor Brian Grazer impulsaron una versión live action que buscaba expandir el material original.
El proyecto se desarrolló como superproducción, con un presupuesto cercano a los 123 millones de dólares y una combinación de rodaje en exteriores y sets construidos en estudio; Rick Baker encabezó el diseño de maquillaje y prótesis que permitirían convertir a Carrey en el personaje verde.
El trabajo del actor quedó condicionado por un dispositivo prostético complejo, que incluía un traje completo de pelo, lentes de contacto y aplicaciones diarias de látex. Años después, Carrey describió el proceso como una experiencia límite.





