Las manifestaciones que hoy vemos en distintos estados del país, protagonizadas por el sector agropecuario, no son un hecho aislado ni espontáneo. Representan el resultado acumulado de una ausencia profunda de gobernanza, de participación ciudadana y de sensibilidad social en la toma de decisiones públicas. Cuando estos elementos se dejan de lado, cualquier reforma —por más técnica o necesaria que sea— se convierte en un factor de incertidumbre y descontento social.
La reforma a la Ley de Aguas Nacionales y a la Ley General de Aguas ha generado un legítimo malestar entre productores, ganaderos, asociaciones de riego y múltiples actores del campo mexicano. No se trata únicamente de aspectos jurídicos; se trata del sentimiento generalizado de vulnerabilidad que emerge cuando quienes dependen directamente del agua para producir alimentos perciben que la ley nace sin escuchar sus realidades, necesidades y riesgos. Y es ahí donde la técnica, cuando se ejerce sin empatía, pierde su propósito.
Yo siempre he dicho que el que pregunta no se equivoca. El diálogo no retrasa las decisiones públicas; las perfecciona. Las preguntas abren caminos para entender, ajustar y construir soluciones más equilibradas. Cuando se legisla de espaldas a la ciudadanía, la ley nace frágil; cuando se construye con la sociedad, nace legítima.
El arte de gobernar está precisamente en ese equilibrio: combinar el rigor técnico con la sensibilidad humana. Una reforma puede ser técnicamente impecable, pero políticamente inviable si no reconoce a las personas a las que impacta. La gobernanza moderna exige escuchar, abrir espacios, dialogar y corregir. Exige reconocer que la certeza jurídica solo es posible cuando la ciudadanía siente que la ley la protege, no que la vulnera.
Querétaro ha demostrado que sí se pueden hacer las cosas de otra manera. La construcción del Programa Hídrico Estatal ha sido un ejercicio ejemplar de participación multisectorial: industria, municipios, academia, especialistas, organismos operadores y, por supuesto, el sector agropecuario. Cada foro, cada reunión y cada opinión ha enriquecido un documento que nace desde la realidad y no desde la imposición.
Cuando se gobierna escuchando, la ciudadanía se vuelve aliada. Cuando se gobierna sin sensibilidad, la sociedad responde desde la inconformidad. Hoy México nos recuerda, a través del campo, que la técnica jamás debe caminar sin empatía. Porque solo cuando ambas conviven, la política se convierte en verdadera solución.





