E
l presidente Porfirio Díaz Mori protagonizó la dictadura más prolongada que registra la historia de México: 1876-1911. La tarea primordial de su gobierno fue mantener la paz y promover el desarrollo, lo que dio pauta a una bonanza económica sin precedentes desde la época colonial. En Querétaro esta era de paz y progreso la replicó el gobernador Francisco González de Cosío (1880-1883/1887-1911), quien, por su parte, emprendió la modernización del estado.
A finales del siglo XIX, Querétaro era un estado progresista, tranquilo y obediente a los principios porfiristas, pues vivía la época más próspera de su historia desde el periodo virreinal. El florecimiento de la cultura y el arte fueron fiel reflejo del auge económico que se vivía, al que sólo tenían acceso la elite gobernante y la alta sociedad, pues sus beneficios no alcanzaban a las clases menos favorecidas, que seguían viviendo en condiciones precarias, igual que en el resto del país.
Pese a que Porfirio Díaz reprimió todo movimiento oposicionista que ponía en peligro su gobierno y la paz pública, desde principios del siglo XX el régimen porfirista comenzó a mostrar signos de decadencia. Las huelgas de Cananea, en Sonora (1906) y de Río Blanco, en Veracruz (1907), anticiparon el derrumbe de la dictadura. Las protestas populares anticipaban la rebelión que pronto estallaría y el propio Díaz la atizó al reconocer en 1908 que como el pueblo mexicano había alcanzado la madurez para ejercer la democracia, estaba dispuesto a dejar la presidencia.
Esta sorpresiva declaración provocó gran agitación en todo el país, sobre todo entre los jóvenes políticos y por primera vez la oposición apareció públicamente. Muestra de ello fue el libro La sucesión presidencial, escrito por Francisco I. Madero en 1909, que circuló en Querétaro y despertó gran expectación. Aunque en principio Díaz menospreció la fuerza de Madero, éste ganó la simpatía popular y lo mandó encarcelar. Al año siguiente, el Partido Antirreeleccionista postuló a Madero como candidato a la Presidencia de la República, pero Díaz logró reelegirse. Al salir de la cárcel, Madero movilizó a los líderes norteños y el 20 de noviembre de 1910 se levantaron en armas.
En Querétaro las señales que anticipaban la Revolución datan de 1909, cuando ocurren varios sucesos que rompieron la tranquilidad distintiva de nuestra ciudad y que, como en el resto del país, presagiaron el cambio social y político que se avecinaba. Ese año estallaron las huelgas de trabajadores del Ferrocarril Central Mexicano –inaugurado en 1882-, que suspendieron labores durante dos semanas y de la fábrica “El Hércules” –la más importante del estado-, que pararon una semana y, pese a las amenazas y la represión armada, lograron un aumento salarial del 20%. Otro hecho fue la circulación del libro escrito por Madero que, si bien no influyó todo lo que debiera por la característica que tenía Querétaro de ciudad conservadora, despertó gran expectación y contribuyó a despertar la conciencia de los queretanos.
Los primeros revolucionarios queretanos
En su texto escrito bajo este título, Juan Carmona y Aguilar hace un bosquejo histórico de los hombres que intervinieron en el movimiento de 1910 a 1920. Narra cómo inició la gesta revolucionaria el 24 de diciembre de 1909 durante el mitin que Francisco I. Madero encabezó en la Alameda Hidalgo, cómo se conformó el primer Club Antirreeleccionista, la detención de los primeros revolucionarios queretanos, el paso triunfal de Madero por la ciudad, las “levas” de ciudadanos, el calvario que vivió el periodista José A. Bustamante, la labor afanosa de los revolucionarios queretanos, dónde se imprimieron los primeros ejemplares de la Constitución y cómo se promulgó ésta.
Poco conocido es tal documento -que forma parte de la Biblioteca del Congreso del Estado de Querétaro, aunque su autor no señala el año en que lo escribió-, donde retoma lo escrito por Bustamante en el número relativo al 26 de diciembre del semanario El Fígaro, que publicó durante trece años, sobre la visita que Madero hizo a Querétaro con el objeto de hacer propaganda política de sus ideas con base en los principios de “Sufragio efectivo. No reelección”.
Como testigo presencial de los hechos, Carmona y Aguilar narra que “el día del mitin fue de gran expectación para la pacífica ciudad”. Poco antes de las diez de la mañana se presentaron en la Alameda Hidalgo los señores Francisco I. Madero, el Lic. Roque Estrada, el Dr. Isaac Barrera, el periodista José A. Bustamante, director de El Fígaro; Ernesto Hidalgo, que también fue director de El Universal Gráfico de la mañana, que se edita en la capital de la República; la señora Sara Pérez, esposa de Madero, que siempre lo acompañó en sus giras y asistió a todos los mítines, y el taquígrafo F. de la Rosa.
Al llegar, Bustamante -a quien Carmona identifica como “el decano de los periodistas queretanos”- presentó a Madero a varias personas que ahí se encontraban como Rómulo de la Torre, Francisco Gutiérrez Gelaty, Feliciano M. Calvo y otros, a quienes invitó el propio Madero a subir a la tribuna, donde hizo uso de la palabra junto con su secretario Roque Estrada. Hidalgo leyó las bases del Club Antirreeleccionista y el fotógrafo Jesús Martínez “tomó varias fotografías de los circunstantes, que hoy forman parte del Álbum Gráfico que publicó el Sr. Casasola, contentivo de todos los acontecimientos más notables que se han registrado en el país”.
Integraron el Club Ernesto Hidalgo, José A. Bustamante, Rómulo de la Torre, Feliciano Calvo y Vidal Maqueda, bajo la presidencia de Isaac Barrera, quienes formaron parte de la primera agrupación de “patriotas revolucionarios queretanos”; celebraron sus juntas “en la casa que habitó el señor Barrera, altos del edificio que hoy ocupa el Sanatorio del doctor Paulín y donde se trataron los delicados asuntos en aquel momento de opresión y de peligros”. Publicaron su periódico de propaganda política titulado Alma y Juventud, el cual tuvo que suspenderse debido a las persecuciones de que fueron víctimas.
Las órdenes para sofocar el antirreeleccionismo se esparcieron por todo el país. En 1910 se presentó en Querétaro con órdenes terminantes “el terrible Pancho Chávez”, Inspector General de Policía de México, para capturar a los miembros más connotados del movimiento, cuya “lista negra traía consigo y en la que se leían los nombres de Ernesto Hidalgo, José A. Bustamante, Feliciano M. Calvo, Rómulo de la Torre e Isaac Barrera, quienes al ser aprehendidos deberían ser llevados a la Penitenciaría del Distrito Federal”.
En un “acto de magnanimidad”, el gobernador Francisco González de Cosío salió en defensa de los primeros revolucionarios queretanos que fueron detenidos. Enérgico se enfrentó al emisario policiaco y le dijo que ya no tenían razón de ser esos encarcelamientos, toda vez que el grupo antirreeleccionista “(…) ya había depuesto por completo su actitud y nada daba señales de vida en este género de actividades, pues los aludidos se encontraban muy agenos de la política, laborando en sus diarias ocupaciones (…)”
Chávez se convenció de que ya no tenían caso esas aprehensiones y se regresó a México llevando el respectivo informe, apoyado por el gobernador, quien se hizo responsable y garantizó la seguridad y tranquilidad de la entidad federativa bajo su mando. González de Cosío salvó de esta manera a los miembros del movimiento antirreeleccionista, que fueron los primeros revolucionarios queretanos.
El pueblo ya se consideraba apto para ejercer sus derechos democráticos y, finalmente, la revuelta estalló. Madero se puso al frente de ella tras fugarse de la prisión de San Luis Potosí. Una vez iniciada la revolución, Madero, con aire triunfante se dirigió a la ciudad de México procedente de Piedras Negras. Cruzó el país entre aclamaciones y la tarde del 6 de junio de 1911 llegó a la ciudad de Querétaro, “donde se le dispensó un recibimiento muy especial, acudiendo a él infinidad de elementos que jamás fueron revolucionarios, que nunca estuvieron con los verdaderos patriotas en los momentos de peligro, pero que siempre aparecen a la hora del triunfo llamándose revolucionarios”.
Los revolucionarios queretanos, dispersos en los momentos de la victoria, no participaron del viaje triunfal de Madero a la ciudad de México, donde fue objeto del recibimiento más fastuoso de que se tenga memoria. Así terminó la primera etapa del movimiento rebelde en Querétaro, que encabezó Madero, encarnando las aspiraciones populares de liberación que agitaron a la República. Mientras tanto, el 1 de octubre de 1911 asumió el poder Carlos M. Loyola, cuya elección resultó irreprochable y única en la historia del sufragio popular; así, se convirtió en el primer gobernador electo mediante el voto desde los albores del Porfiriato.
Motines en los pueblos; revueltas de los peones en las haciendas
En los archivos judiciales, tanto el federal como el estatal, existen múltiples testimonios en torno a los diversos tumultos registrados durante 1911 en nuestra entidad, los cuales destruyen de manera tajante el argumento de que en Querétaro “no pasó nada” durante la Revolución, iniciada en el norte del país en noviembre de 1910. Ciertamente, en territorio queretano no hubo grandes ejércitos ni batallas gloriosas, pero sí se evidenció lo que en otras regiones se expresó por medio de las armas: el descontento ciudadano ante agravios y ultrajes añejos.
Esto se demuestra con los motines que los habitantes de los pueblos y los peones de las haciendas realizaron, mediante los escasos recursos de que disponían para expresar su repudio hacia las autoridades locales o a los hacendados que los ultrajaban: arrojando piedras e incendiando las casas de unos y otros. Tumultos, asonadas y motines tuvieron lugar en los pueblos de Hércules, Carrillo, San Pablo, La Magdalena, La Cañada, Santa Rosa Jáuregui y El Pueblito, a los que se suman los “complots” que fueron descubiertos y pretendían asesinar a los prefectos políticos, como el que se denunció sobre la autoridad de El Pueblito.
Roque Estrada, secretario particular de Francisco I. Madero, llegó el 26 de mayo de 1911 a Querétaro; ante la poca asistencia de los queretanos al mitin antirreeleccionista realizado en la Alameda Hidalgo en diciembre de 1909, en esta ocasión quedó satisfecho ya que muchos queretanos expresaron su júbilo por la renuncia de Porfirio Díaz de diversas formas; en general, salieron de sus casas y se reunieron para recorrer las calles de la ciudad. Otra versión habla de que los manifestantes subieron a la torre del templo de San Francisco a repicar las campanas y así lo hicieron en los demás templos por donde pasaban; asimismo, la multitud pretendió sacar de la prisión a los reos y también fue lapidada la casa del anterior prefecto Amador Ugalde.
Además, los manifestantes se dirigieron al cuartel ubicado en el templo de La Cruz, con el fin de echar a los “voluntarios” que estaban acuartelados; por lo que la guardia ordenó hacer fuego y los rurales federales, con machete en mano, lograron dispersar a la multitud, igual que la caballería hizo con los reunidos en el jardín Zenea. Al día siguiente, el prefecto Emilio Valdelamar publicó un Bando Solemne en el que hizo saber la prohibición de cualquier reunión de tres individuos o más y que, a las 9 de la noche, en las campanas de todas las iglesias volvería a sonar el antiguo “toque queda”. El día 28 los festejos continuaron y un grupo cercano a trescientas personas, entre obreros, mujeres y jóvenes, recorrieron la ciudad gritando “vivas” a Madero ante la mirada de los rurales, quienes, a caballo, cuidaban que no hubiera desórdenes.
Sin embargo, en los pueblos y congregaciones de Hércules, Carrillo, La Magdalena, La Cañada, El Pueblito y Santa Rosa Jáuregui, con motivo de los festejos que diversos grupos de vecinos efectuaron el día 27, a los gritos de “viva Madero” y “mueras” a la autoridad del lugar, se concentraron frente a los edificios públicos, a los cuales apedrearon y lanzaron algunos disparos; en algunos casos, los rurales respondieron, con el resultado de varios heridos e, incluso, muertos, así como numerosos detenidos. En el caso de Santa Rosa Jáuregui, los acontecimientos alcanzaron otras dimensiones, ya que hubo 17 “motinistas” detenidos acusados de incendio, destrucción, robo y heridas, pues el grupo en que participaron varios individuos de Montenegro, el domingo 28 de mayo rompió puertas y vidrieras del edificio de la jefatura, se introdujo a las instalaciones, sacó los archivos y los incendió.
Por otra parte, la inconformidad en el agro queretano se hizo presente el 6 de septiembre de 1911 cuando un grupo aproximado de ciento cincuenta campesinos de las haciendas de Montenegro y Santa Catarina, se presentaron ante el juez de Santa Rosa Jáuregui para quejarse de que el patrón Alberto Legarreta no quiso darles el maíz que les correspondía y que ya tenían ganado; como respuesta, Legarreta sacó la pistola y les tiró de balazos, por lo que, al ver el procedimiento tan áspero y verse agredidos, tomaron piedras y se las arrojaron al hacendado, quien resultó herido. El movimiento de “la peonada” requirió la presencia esa misma noche del propio prefecto del Distrito del Centro en la hacienda de Montenegro, para practicar las diligencias del caso. El resultado fue que 23 jornaleros de ambas fincas fueron condenados 40 días de arresto.
El calvario del político, periodista y revolucionario José A. Bustamante
A raíz de los asesinatos del presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez, ocurridos el 22 de febrero de 1913, en los hechos que pasaron a la historia como “La Decena Trágica”, resultado del golpe de Estado que encabezó Victoriano Huerta, dejaron sentir sus efectos en la política local con la imposición del general Joaquín Chicarro, “que inició la época del terror, precursora de muchas lágrimas, sangre y muerte”. Querétaro condenó el crimen y levantó una oleada de enérgicas protestas, que fueron acalladas por el pánico que invadió a la multitud.
Para sostener su efímero poderío, Huerta ordenó la creación de “la leva” en el territorio nacional, arrebatando de sus hogares a muchos ciudadanos útiles, que ya no regresaron al convertirse en “carne de cañón”. Era frecuente el espectáculo desgarrador que ofrecían las “cuerdas” y el reclutamiento forzado permitió el ejercicio de acciones innobles y la satisfacción de odios personales. Durante “la infausta época del régimen huertista, la histórica ciudad de Querétaro fue escenario de trágicos sucesos que ultrajaron la soberanía del Estado y la dignidad de sus pacíficos moradores.
Entre los muchos casos ocurridos, se encuentra el del periodista José A. Bustamante, quien al iniciar el período de la dictadura militar de Victoriano Huerta –“que mató la libertad del pensamiento escrito”-, suspendió sus labores periodísticas y tuvo que abandonar la ciudad, la cual visitaba periódicamente. Fue entonces cuando por fútiles pretextos y venganzas ruines fue capturado el 18 de marzo de 1914 el periodista José A. Bustamante, quien fue llevado fuera de la ciudad y con insistencia se rumoró que había sido fusilado, sin que esto se confirmara y por algún tiempo se ignoró su paradero.
Al regresar de uno de sus viajes en busca de salud, Bustamante fue denunciado ante las autoridades como propagador de ideas separatistas, lo que dio margen para que fuera víctima de atropellos incalificables por parte del secretario de la Prefectura, quien ordenó su captura y lo encarceló sin darle ninguna explicación sobre los motivos. Permaneció encarcelado nueve días en “la antigua fortaleza de la Cruz”.
Luego se le remitió a la ciudad de San Luis Potosí junto con 150 personas consignadas al ejército, que partieron la madrugada del 27 de marzo de 1914 y fueron internadas en la Penitenciaría. De ahí, Bustamante fue llevado al día siguiente a la capital del país, donde fue puesto a disposición de la Comandancia Militar, que ordenó se le condujera al Cuartel de la Libertad, donde permaneció incomunicado trece días, encerrado en un inmundo calabozo. “pues llegaba con la nota de reo muy peligroso para la tranquilidad pública, acusado del delito de rebelión”.
El 18 de abril fue incorporado a la columna del general Noriega que se dirigía a la ciudad de Zacatecas, donde se le llevó a la línea de fuego en las fortificaciones de los cerros de El Grillo y La Bufa, que fueron atacadas por la División del Norte al mando de Francisco Villa. El periodista queretano fue regresado a México y volvió a ser internado en el Cuartel de la Libertad, de donde se le llevó con fuerte escolta por las principales calles de la capital hasta el Palacio Nacional. Con ironía y desprecio, el personal de la Comandancia Militar lo interpeló acremente pues afirmaban tener vehementes sospechas para considerarlo “propagador de las ideas revolucionarias”.
El valiente escritor se mantuvo a la altura de su dignidad, rechazó con energía los cargos que se le imputaban y esperó resignado la decisión de sus verdugos. Con los mismos aprestos de crueldad fue regresado al cuartel, sujeto a un tratamiento infamante. Con esfuerzos inauditos, logró comunicarse con sus familiares, quienes solicitaron el amparo de la justicia federal, de cuyo recurso conoció el Juzgado Segundo de Distrito de la capital.
Durante la tramitación de dicho juicio, la Secretaría de Guerra, regenteada entonces por el general Aureliano Blanquet informó, según puede leerse en el expediente respectivo, que el digno periodista había sido enviado por las autoridades de Querétaro “acusado del delito de acaparador de oro y plata para exportarlo al extranjero, pues no encontraban manera de justificar aquel procedimiento inicuo, inspirado en la malidecencia de caníbales”.
En tanto, la víctima del huertismo era sometida a indecibles torturas y finalmente se le trasladó a la Penitenciaría del Distrito Federal, donde quedó bajo su austero régimen. El Lic. Eugenio Sánchez, 2º Juez de Distrito, quien se distinguió por su energía y rectitud, palpó la burla de los procedimientos que se estaban empleando con el reputado periodista y resaltando ante su criterio la injusticia de que era objeto, pronunció un fallo absolutorio, decretando la inmediata excarcelación del incansable luchador del
pensamiento.
El presidente interino de la República, Lic. Francisco Carvajal, mandó rescatarlo del cautiverio junto con los reos políticos que se encontraban en las prisiones. “El señor Bustamante respiró los aires puros de la libertad, el 17 de julio de 1914, después de cuatro meses de angustiosa situación próxima a la muerte. En las afueras del establecimiento penal durante ese acto, se encontraban infinidad de personas que aplaudían frenéticamente, al aparecer en sus dinteles cada una de las víctimas de los sicarios del huertismo, como protesta muda de aquella tiranía maldita, que felizmente se hundió en el abismo, con los hombres excecrables que la sostuvieron”.
Fue hasta entonces cuando la prensa capitalina informó que José A. Bustamante estuvo preso en la Penitenciaría del Distrito Federal, según se desprende de lo que publicó el periódico El Imparcial en su número 6511 de fecha 18 de julio de 1914:
La señorita María Costa estuvo ayer en la Secretaría de Gobernación, en busca del señor Secretario del Despacho, con objeto de indicarle la conveniencia de que se cancelaran las causas instruidas contra aquellas personas acusadas del delito de rebelión, pero ésto no fué necesario, por que el Primer Mandatario había ya librado las órdenes necesarias.
Anoche la citada Secretaría de Estado, por conducto del Gobernador del Distrito, se dirigió al Director de la Penitenciaría, ordenando fueran puestos en libertad las señoras Dolores Jiménez y Muro, María Gutiérrez, Inés Malvaéz, Felisa Zavala, María de la Luz Suárez Bueno, María Concención Suárez Bueno y Emeteria Suárez Buno y los señores Sabás Aguirre Real, Pablo Ramírez, Indalecio Cruz, JOSE A. BUSTAMANTE BARRÓN, Bernabé R. Gómez Sánchez, Arturo Bueno y Constantino Suárez Gavito.
José A. Bustamante Barrón, Periodista y político
Nació en Querétaro en 1869. Fue hijo del señor José Bustamante y de la señora Aniceta Barrón.
En 1901 fundó el periódico El Fígaro, que tuvo buena aceptación y circuló hasta 1913. Cuando Francisco I. Madero vino en 1909 a fundar el Club Antirreeleccionista, solamente seis personas fueron a esperarlo a la estación del ferrocarril, por lo que en ellas recayeron los nombramientos. Bustamante fue nombrado Secretario del Club.
Se inició en la política en 1911 durante las elecciones para Gobernador del Estado, al sostener la candidatura de Rómulo de la Torre y publicar el periódico La Voz del Pueblo. No tuvo éxito ya que ganaron las elecciones los hacendados, representados por Carlos M. Loyola.
Pocos meses después de que el régimen de Madero fue derrocado, se obligó a Loyola a renunciar y en su lugar se puso al general Joaquín Chicarro, quien persiguió a los partidarios de la revolución y aprehendió a Bustamante. Lo consignó al servicio de las armas, pero cuando los médicos señalaron que su mano derecha rota le impedía ser soldado, fue hecho desaparecer, sin que su familia volviera a saber de él durante el año y medio del Huertismo.
Al triunfar la revolución, el periodista fue encontrado preso e incomunicado en la Penitenciaría de la ciudad de México. Volvió enfermo a Querétaro y colaboró con el gobierno de Federico Montes al fundar el periódico La Opinión, identificado con la revolución. Además, formó la “Imprenta del Gobierno” con la que el padre Loyola dejó abandonada en el anexo del templo de San Felipe y en ella se realizaron los trabajos del Congreso Constituyente.
Formó parte del primer Ayuntamiento libre y junto con el Cabildo atestiguó la promulgación de la Constitución de 1917. Al terminar la gestión del general Federico Montes, también dejó de publicarse La Opinión y entonces editó Querétaro Mercantil, órgano de la Cámara de Comercio de Querétaro, que por muchos años regenteó.
Luego publicó El Porvenir, periódico semanario de información y variedades, que escasamente duró un año. En los últimos años de su vida ayudó a Julio Carmona en la redacción del semanario Cinema. José Bustamante falleció el 14 de agosto de 1943. “Fue Bustamante, sin disputa, el periodista del primer tercio del siglo. Vivió luchando y así murió, pobre, indomable, revolucionario sincero.
Díaz Ramírez, Fernando, Galería de Queretanos Distinguidos, Tomo I, Ediciones del Gobierno del Estado de Querétaro, 1978
La quema de los confesionarios del templo de San Francisco
Conforme al Proemio que suscribió la Comisión de Historia de la Diócesis de Querétaro en el libro Querétaro en la Revolución, 1914-1915, Diario de Genaro Licastro, publicado por la Asociación de Libreros de Querétaro, A. C. en el 2010, la Revolución Mexicana es uno de los periodos más confusos de nuestra historia -sobre todo porque una lucha por la reivindicación de los campesinos y el proletariado quedó empañada por el caudillaje y las luchas de poder- su legado es palpable.
Buena parte de la crítica revisionista a la Revolución Mexicana hace énfasis en el carácter meramente destructivo de muchas de las acciones. Vienen a la mente cómo algunos campesinos entraban a las haciendas y destruían todo lo que encontraban a su paso. La ciudad de Querétaro resalta por ser el escenario de combates decisivos durante la lucha, prestando a sus hombres, mujeres y niños, así como los edificios que sirvieron para que se cumpliera con el objetivo de la lucha y, más que servir, cómo los usaron, abusaron y destruyeron.
Ese carácter meramente destructivo quedó plasmado en el “Diario de los acontecimientos ocurridos en la Ciudad de Querétaro del día 28 de julio de 1914 al 5 de agosto de 1915” que escribió el señor Genaro Licastro, quien, con lujo de detalles, reseñó los sucesos ocurridos en nuestra ciudad durante esos días de la Revolución, la incertidumbre y el pánico causado por los tiros, los gritos desaforados y carretas de los que habían arribado a la capital queretana sin encontrar resistencia.
Cómo los soldados ocuparon los mesones, el Liceo de los Hermanos y el Colegio Pío Mariano, los templos y conventos de San Felipe, la Santa Cruz, San Francisco, Teresitas y otros, que fueron convertidos en cuarteles, mientras los jefes revolucionarios se hospedaban en casas particulares. Narra cómo la Revolución, tantas veces negada y rechazada, había llegado para quedarse. A su paso, los jefes militares constitucionalistas impusieron contribuciones forzosas a las familias pudientes, saquearon las cajas de los ayuntamientos, robaron y asaltaron haciendas. El terror entre las clases medias y las dominantes.
En particular, cómo los queretanos se atemorizaron por los constantes cateos que se efectuaban a las casas particulares, con la amenaza de la pena de muerte a quienes se oponían. “Es interesante cómo narra el repudio a la Iglesia, el hecho histórico de la quema de los confesionarios del Templo de San Francisco y cómo muchos sacerdotes fueron deportados a México en una ‘Jaula de ganado’, lo que causó gran indignación entre los queretanos. En fin, lo que se vivió durante esos días”.





