Israel Sánchez
Abordo de un avión que aterrizaba en Frankfurt, Alemania, donde haría escala rumbo a la Conferencia Solvay de Química en Bruselas, al químico Omar M. Yaghi le llegó la llamada que tantos científicos anhelan recibir cada octubre.
El investigador, originario de Amán, capital de Jordania, pero de ascendencia palestina, contestó su teléfono y supo que le era concedido el Premio Nobel de Química 2025 junto con sus colegas Richard Robson y Susumu Kitagawa, por sus contribuciones al desarrollo de los marcos metal-orgánicos (o MOF, por sus siglas en inglés), una arquitectura molecular pionera.
“Me invadió una alegría inmensa. Después de tanto trabajo y tantos años de esfuerzo, fue un momento indescriptible”, comparte Yaghi a REFORMA, de paso reciente por el País.
“Asombrado, encantado, abrumado”, fue como describió al teléfono con Adam Smith, director científico de Divulgación del Premio Nobel, su reacción tras conocer el fallo el pasado 8 de octubre.
No es la primera vez que al académico de la Universidad de California en Berkeley, considerado el padre de la química reticular, lo toma por sorpresa una noticia semejante.
En 2017, por ejemplo, se encontraba visitando a su familia en Jordania cuando, de pronto, el World Cultural Council (WCC) le comunicó que había sido reconocido con su Premio Anual de Ciencias Albert Einstein.
“De hecho, en el momento en que recibí la llamada estaba comiendo mi comida callejera favorita (kunafa, un postre árabe de capa crujiente y relleno cremoso de queso), que me recuerda a mi infancia. Me sentí encantado y emocionado”, rememora Yaghi en entrevista.
“Fue uno de los primeros grandes reconocimientos que recibí, y uno de los premios más prestigiosos”, prosigue. “Ayudó a elevar el campo que desarrollé y a darle mayor credibilidad dentro de las ciencias”.
Ocho años después, ya consagrado con el Nobel y ahora como presidente del WCC, tocó a Yaghi entregar el Albert Einstein a su colega Mercouri Kanatzidis. Tal fue el motivo de su visita a México, pues la ceremonia de premiación tuvo lugar en Monterrey, el 22 de octubre.
Y si el premio que lleva el nombre del físico alemán tuvo como consecuencia que más investigadores talentosos se aproximaran al campo de los MOF —“lo que nos permitió avanzar en aplicaciones como la recolección de agua del aire del desierto”, destaca Yaghi—, lo que viene luego de hacerse con el máximo galardón de las ciencias es, sencillamente, de un alcance insospechado.
“Para mí, éste es el comienzo de un nuevo capítulo en la investigación científica”, expresa el químico jordano-estadounidense de 60 años, cuyas palabras lo revelan emocionado ante ese incierto pero fértil porvenir.
Idilio de infancia
Lo de Omar Mwannes Yaghi con las moléculas fue amor a primera vista.
El flechazo ocurrió cuando el futuro investigador, criado en el seno de una familia de refugiados palestinos que había huido de su tierra a causa de la guerra, observó unos diagramas en un libro de la biblioteca escolar.
“Tenía 10 años y no sabía que eran moléculas, pero me cautivaron”, recuerda el científico.
“Ese día volví a casa sintiendo que había conocido al amor de mi vida, y lo guardé como un secreto”, relata.
“Y cuando aprendí que las moléculas son los componentes de todo lo que existe —vivo o inerte— quedé fascinado para siempre”.
Pocos habrían augurado que, movido por esa atracción y sentido de belleza, aquel menor que vivía en un cuarto con sus nueve hermanos, con padres que apenas sabían leer o escribir y rodeado del ganado que criaban, algún día daría los pasos necesarios para cumplir el sueño de todo químico: construir estructuras químicas mediante la unión de bloques moleculares.
“Hemos descubierto la fórmula para hacerlo, las condiciones óptimas”, remarcó Yaghi en su llamada con Smith al saberse laureado con el Nobel.
A lo que el químico se refería, por supuesto, es a los MOF, construcciones altamente porosas creadas al combinar iones metálicos con moléculas orgánicas, cuya principal y excepcional característica es el inmenso espacio interno —o cavidades— que contienen, capaz incluso de albergar reacciones químicas.
“¡Un solo gramo de polvo de MOF contiene tanto espacio como un campo de futbol!”, ilustra Yaghi, resaltando que esa porosidad puede resultar útil para incontables aplicaciones. Captura de agua y dióxido de carbono (CO2), fabricación de sensores o terapias, y conversión de moléculas dañinas en inocuas son algunas de las más relevantes.
Robson, científico británico con quien compartió el Nobel, fue el precursor de este campo de las también llamadas “esponjas moleculares”, al crear en 1989 un frágil cristal luego de combinar iones de cobre con una molécula tetradentada (cuatro ligantes). Más tarde, el japonés Kitagawa, el tercer galardonado, conseguiría desarrollar materiales porosos más robustos que permitían la entrada y salida de gases sin destruir el armazón molecular.
Yaghi, quien partió a Estados Unidos a los 15 años por insistencia de sus padres y se graduó con honores como químico en la Universidad Estatal de Nueva York mientras se ganaba la vida embolsando comestibles y limpiando pisos, introdujo el enfoque de diseño racional para construir y modificar MOF con propiedades específicas.
“Los MOF han sido descritos como los materiales del siglo 21 por la flexibilidad con que pueden diseñarse, fabricarse y producirse”, apunta el investigador, quien ha abonado a esa diversificación cambiando los “ladrillos” moleculares para ajustar sus propiedades.
¿Cuándo cayó en cuenta de que se trataba de un material tan revolucionario?
Cuando resolvimos la estructura cristalina del MOF-5 (uno de sus logros más emblemáticos), y luego descubrimos que tenía una superficie interna que rompía todos los récords de porosidad. Fue emocionante y, al mismo tiempo, aterrador; estaba nervioso porque estábamos reportando un avance científico importante.







