Hay días en que la redacción amanece distinta.
Días en que el aire pesa, en que ningún titular alcanza y el murmullo habitual se apaga sin que nadie lo ordene.
Hoy es uno de esos días.
La muerte de nuestro compañero Sergio Venegas Ramírez no es solo la ausencia de un periodista.
Es la caída de una pieza de precisión dentro de este oficio áspero y necesario.
Se nos fue El Armero, y cuando cae el armero, el batallón completo lo resiente.
No hay metáfora gratuita: en cada redacción hay soldados, capitanes, centinelas… y está ese personaje imprescindible que pocos ven, pero todos necesitan.
El armero es el que afina, el que corrige, el que advierte, el que sopesa cada palabra para que no falle el disparo.
Sergio era eso.
El hombre que calibraba el juicio, que apagaba los impulsos que contaminan, que sabía cuándo una nota tenía filo y cuándo había que reforzarla.
Una figura que se hace con décadas de trinchera, de golpes, de noches largas y de convicciones probadas.
Hoy su taller quedó en silencio.
Ahí están los papeles que tocó, las anotaciones al margen, ese lápiz que ya no volverá a golpear la mesa cuando algo no estaba bien.
Queda la escuela, queda la forma, queda la disciplina de quien sabía que el periodismo se sostiene más con carácter que con reflectores.
Porque Sergio no solo escribía: pensaba el oficio.
No presumía la experiencia: la encarnaba.
No buscaba protagonismos: buscaba claridad.
Era un periodista de los de antes: firme, directo, sin dobleces, de esos que saben que una verdad débil es peor que un silencio.
Y en esta historia también está la figura que lo formó, la que dio origen a este linaje de tinta: Don Sergio Venegas Alarcón, padre, maestro y decano del periodismo queretano.
A él lo saludamos hoy con respeto profundo.
El dolor por la muerte de un hijo no se atenúa con palabras, pero sí se honra cuando se reconoce el peso de su legado.
La talla de Sergio hijo explica, en buena parte, la grandeza del padre.
Hoy, más que nunca, entendemos que el periodismo también es una herencia.
Lo que se aprende, lo que se transmite, lo que se deja.
Y Sergio dejó carácter, dejó método, dejó brújula.
Él supo acompañar, corregir, orientar.
No imponía: enseñaba.
No gritaba: señalaba.
No dudaba: analizaba.
Dejó detrás de sí una forma de trabajar que no se improvisa y que solo nace de quien carga años de oficio, heridas y victorias silenciosas.
Por eso su ausencia duele tanto.
Porque se va un hombre que hacía falta.
Porque se va una mirada que ordenaba.
Porque se va un profesional que nos recordaba que antes de publicar, primero hay que pensar.
Desde esta trinchera enviamos nuestro abrazo sincero a su familia, con la gratitud de quienes entendemos que las mejores historias no se escriben: se viven, y Sergio vivió este oficio como pocos.
Hoy no escribiremos de política.
Hoy no habrá ironías, ni dardos, ni disecciones públicas.
A los aprendices de político les llegará su turno en el próximo Desliz, como corresponde.
Hoy la redacción está en silencio.
Hoy estamos firmes.
Hoy rendimos honores al hombre que, por años, nos enseñó que para enfrentar cualquier batalla, antes que nada, hay que tener un buen armero.
A chambear.
@GildoGarzaMx








