Virginia Hernández Vázquez
Hace unos días, en una conversación que me dejó reflexionando profundamente, alguien a quien respeto y admiro mucho me preguntó: “¿Por qué estás en la política?”.
Respondí con sinceridad. Pero su reacción me hizo reflexionar. Responder desde la razón no basta cuando se trata de explicar algo que, más que elección, es vocación.
Se puede ayudar desde muchos lugares: la docencia, la empresa, el arte, el activismo o la ciencia. Todas son formas valiosas para cambiar la realidad. Pero hay algo en la política que, cuando se ejerce con propósito, tiene la capacidad de multiplicar el impacto: convierte las causas individuales en políticas públicas y la empatía en acciones colectivas que cambian vidas.
Estoy en la política porque estoy convencida de que es el espacio donde se cruzan los sueños y las decisiones. Porque ahí, entre la burocracia, los presupuestos y los discursos, siguen habitando las historias de personas reales que esperan que alguien las escuche. Porque cada vez que un joven encuentra una oportunidad, una mujer se atreve a levantar la voz o una comunidad recupera su capacidad de soñar, se confirma que la política puede —todavía— ser una fuerza del bien.
La política, bien entendida, no es poder; es responsabilidad. Es el arte de escuchar y decidir pensando en el bien común, aunque cueste. Es tender puentes donde otros levantan muros. Y es creer que la honestidad, la empatía y la preparación no son debilidades, sino actos de valentía.
Sé que la política deja mucho que desear. Ha sido lastimada por los abusos, los intereses personales y el desencanto ciudadano. Pero también sé que renunciar a ella sería dejar el espacio libre a quienes la usan para servirse y no para servir. Alejarse no resuelve nada. Si los buenos se van, los indiferentes mandan.
Nuestro país no puede seguir gobernado desde los intereses personales, el cálculo o la revancha. México no necesita más de eso; necesita mujeres y hombres preparados, con valores, comprometidos y con un amor profundo por su país. Personas que entiendan que gobernar no es imponer, sino escuchar; que servir no es escalar, sino entregar; que la política no debe ser una vía para el beneficio propio, sino una responsabilidad con el bien común. México necesita personas dispuestas a hacer las cosas bien.
Construir desde la política muchas veces implica nadar a contracorriente. Significa resistir la tentación del poder por el poder, asumir el desgaste que conlleva servir y recordar todos los días por qué se empezó. Pero también significa estar donde se toman las decisiones que cambian vidas: donde se define si las niñas y niños pueden acceder a la educación, si una mujer puede vivir sin miedo, si una familia puede salir adelante.
Estoy en la política porque no me conformo con la queja. Porque creo que transformar desde adentro es la manera más efectiva de lograr un cambio real. Porque, a pesar de todo, sigo creyendo que este país se puede cambiar si quienes amamos México dejamos de mirar desde lejos y nos atrevemos a participar.
Al final, sigo aquí porque sigo creyendo. Porque, a pesar del desencanto y del ruido, hay algo profundamente satisfactorio en intentar cambiar las cosas desde donde más cuesta.
Sigo creyendo que la política puede volver a ser sinónimo de confianza, de unión, de justicia y de futuro.
Y mientras eso sea posible, seguiré construyendo desde la política.








