CRÓNICAS PEREGRINAS
JILOTEPEC
Salió de Arroyo Zarco caminando con su grupo. La lluvia era muy intensa y el lodo del camino dificultaba su marcha. Era un hombre fuerte, sin embargo, le pesó la subida hacia El Bosque. Escuchaba sin oír el parloteo de Eustaquio, y al llegar, Mateo, el hijo de Eustaquio, le tomó la mano diciéndole “Martínez, ¿quieres ser mi padrino?”Instintivamente soltó la mano del niño. “No sé que sea eso”. Mateo, riéndose, le contestó “Es que voy a hacer mi Primera Comunión, y quiero que tú me acompañes”. El niño y Martínez , llegaron al lugar donde ya loe separaban los comulgantes. Mateo preguntó: ¿Ya te contestaste, Martínez? Éste bajó la cabeza diciendo para sí mismo, no sé si podré hacerlo. He conocido las entrañas del mal, lo he visto muy cerca. Arrodillándose en el pasto, vio como Mateo recibía por primera vez a Jesucristo. Lo invitaron a almorzar, pero él se disculpó, la desconfianza seguía guiando todas sus acciones, fue lo primero que aprendió del oficio del hombre: Nadie es tu amigo, nadie te quiere, sólo confía en ti y haz lo que yo te digo, ten muy claro que de este negocio no se sale nunca. Pero Martínez sabía que él no era como ellos y había venido para caminar, para esperanzarse en Guadalupe y olvidarse de quién había sido.
En la iglesia lo recibieron una monjas de hábito blanco invitándolo a comer. “Siéntate hermano, vienes muy cansado.” Arrimó un banco a la mesa y una de ellas casi niña le dijo: “En tu expresión hay pesar y sufrimiento, cuando veas a la Señora en el Tepeyac, háblale, te va a escuchar, te aseguro que ella se hará cargo de todo”.
El tono suave de las palabras de la monja niña sosegó a Martínez y le sonrió, casi había olvidado cómo hacerlo.