Marco Antonio Mata
Si se le pregunta qué significa la UNAM, Gabriela Carrillo responde sin titubeos: “es mi alma mater y un espacio de libertad”. Para la arquitecta, galardonada con el Premio a la Excelencia Arquitectónica en la novena edición del Premio Firenze Entremuros, la universidad pública no solo fue el lugar donde se formó, sino el punto de partida de una carrera que combina práctica profesional, docencia y trabajo colectivo.
Desde que cursaba bachillerato, Carrillo tuvo clara la decisión de estudiar arquitectura; nunca fue algo que pusiera en duda. Sin embargo, alguien que la ayudó a reforzar con claridad esa idea y a elegir la UNAM fue Adelaida Sarukhán, su profesora de biología.
“Ella y el entonces rector José Sarukhán nos invitaron a visitar la Facultad de Arquitectura y en ese momento pidieron a los maestros Xavier Cortés Rocha y Felipe Leal que nos recibieran.
Yo vivía en Villa Olímpica, que también era un entorno de muchos universitarios, mucha gente de CU, muchos arquitectos; entonces, creo que ahí recibí como una energía poderosa para decidir que no solo quería estudiar arquitectura, sino que tenía que hacerlo en Ciudad Universitaria”, recuerda Carrillo.
Desde 2003, cuando comenzó a dar clases en la misma facultad, hasta la fundación del Estudio RX tras el sismo de 2017, la artífice ha construido una trayectoria marcada por la reflexión crítica y la cercanía con la comunidad.
Su obra incluye proyectos públicos de pequeña escala, iniciativas culturales y colaboraciones internacionales, siempre bajo una premisa clara: la arquitectura conmueve cuando también resuelve necesidades.
En sus años como estudiante se formó con figuras como Alberto Kalach, Ernesto Natarén, Carlos González Lobo y Humberto Ricalde. Entre los pocos referentes femeninos que encontró recuerda a Margarita García Cornejo, Yvonne Labiaga y Mónica Cejudo.
“Ellas demostraban que se podía enseñar y ejercer al mismo tiempo, algo valiosísimo para nosotros”, dice la arquitecta galardonada.
Su primera experiencia profesional llegó pronto, pues en tercer semestre participó en el proyecto del Tribunal Electoral desde el Programa de Vinculación de la UNAM. Poco después trabajó con Kalach y, más adelante, con Mauricio Rocha, con quien fue colaboradora y socia durante casi 20 años. Ahí descubrió que la arquitectura también se aprende en el contacto directo con la comunidad.
“Entendí que no es un objeto de lujo, sino un espacio de dignidad. Con Rocha descubrí cosas muy importantes, como el mundo del arte contemporáneo, la relación con gente muy importante de este universo —desde Damián Ortega, Graciela Iturbide, Cristina Fessler—, este vínculo con el mundo del arte y de la cultura, la oportunidad de hacer proyectos extraordinarios, como con el propio Francisco Toledo cuando hicimos la Escuela de Artes Plásticas”.
Carrillo evita definirse por un estilo y prefiere hablar de procesos: observar, escuchar, medir, trabajar con lo que hay. Le interesa que los espacios conmuevan, pero también que resuelvan problemas concretos.
Entre sus principales referentes destaca a la italiana Lina Bo Bardi, cuya capacidad de unir raíces y contemporaneidad la inspira profundamente.
“Bo Bardi aceptaba el desgaste, el uso cotidiano, el bullicio debajo de sus edificios. Su arquitectura era vida”, dice.
En su trayectoria profesional, el equipo siempre ocupa un lugar central. Gabriela reconoce el soporte de su pareja y socio, el arquitecto Carlos Facio; de sus colegas de investigación y docencia; y de los exalumnos que hoy integran su oficina. La arquitectura, asegura, no se hace sola; por ello le interesa más resonar que imponer una voz única.
Respecto al panorama del país, es optimista, pues considera que México atraviesa actualmente un gran momento.
“Hay arquitectas y arquitectos trabajando en distintas escalas y regiones, con propuestas libres y creativas, incluso con pocos recursos. Eso ha generado frescura y un interés creciente en el extranjero”, agrega.








