En Querétaro hay nombres que ya no requieren presentación. César Augusto Lachira Sáenz figura como profesor de tiempo completo (Categoría VII) en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) y, fuera del aula, como asesor de discurso para Gilberto Herrera Ruiz —exrector— y para el regidor Fernando “AVSE” Flores.
La cadena es transparente: la universidad paga cátedra; la política cobra polarización. Donde faltan estructuras, él pone ruido; donde faltan razones, él pone adjetivos.
Los datos son menos estridentes que un hilo de X, pero más tercos. Formación acreditada: Licenciatura en Antropología Social por la Universidad Nacional de Trujillo (Perú, 2011).
Títulos que se ostentan: “Doctor”. Registro público: no aparece cédula de doctorado; la cédula 6785089 corresponde a licenciatura, no a posgrado. En una universidad seria, los grados se acreditan; no se declaman. En la nómina, el puesto de Maestro de Tiempo Completo, Cat. VII supone entre $40,000 y $50,000 MXN netos al mes (tabulador y prestaciones). En 2017 ya acumulaba más de $650,000 MXN brutos.
No es voluntariado: es erario.
En tribunales, el volumen baja. Juicio de amparo en trámite (expediente 118932/2025): ante la autoridad, Lachira respondió alegando improcedencia porque, dice, actúa como particular. La paradoja es obvia: servidor público universitario cuando conviene; particular cuando el escrutinio y la autoridad lo alcanza.
Valiente en el timeline; prudente frente a la jueza. Editorializa sobre libertad de expresión, pero bloquea a críticos; invoca censura, pero el expediente habla otro idioma.
El ecosistema completa el cuadro.
Gilberto Herrera lo acercó a la nómina; AVSE replica su guion con devoción de micrófono. Cuando no hay gestión, hay clip; cuando no hay proyecto, hay trending.
El método es reconocible: deshumanización del adversario, reducción de la discrepancia a etiqueta, misoginia de baja estofa en el trato y la alusión.
No es accidente: es nado sincronizado radical.
La biografía pública de Lachira se explica —que no se justifica— en clave de trinchera. Llegó a México desde un país marcado por la guerra interna peruana, desertor de Sendero Luminoso; ese telón de fondo no lo incrimina, pero sí explica su estética del conflicto: la política como guerra permanente, el ciudadano como enemigo, la plaza pública como teatro.
Fracasa donde se exige construcción —ideas verificables, alianzas duraderas, resultados— y triunfa donde basta el agravio. Su archivo local muestra proyectos rotos, alianzas efímeras y una energía inagotable para incendiar la conversación.
Épica de barricada; evidencia de sobremesa.
La parte que sí nos concierne no es su biografía privada, sino su efecto público. Lo personal no es el punto; lo público sí. No interesan sus madrugadas, sino el saldo que dejan en la vida común: cuando la cátedra se vuelve trinchera, la crítica degenera en agravio y el campus se usa como plataforma, la universidad deja de ser casa de razón para convertirse en aparador de consignas.
Frente a eso, la UAQ está obligada a algo más que el silencio: verificar, con rigor, los grados que se ostentan; poner en regla la carga académica frente a los oficios paralelos que instrumentalizan su nombre; trazar una línea nítida entre libertad de cátedra y hostigamiento; y recordar, sin titubeos, que el prestigio institucional no se alquila para campañas de descalificación.
Porque lo que aquí se ventila no es una biografía, sino el comportamiento de una institución que se debe a sus estudiantes y a la ciudad.
Hay, además, un marco constitucional elemental.
Lachira es peruano y en expedientes locales se ha asentado la ausencia de clave de elector a su nombre. La Constitución (artículo 33) es clara con los extranjeros: no deben inmiscuirse en asuntos políticos del país. No se trata de negarle la opinión —la crítica no tiene nacionalidad—, sino de delimitar la intervención organizada en procesos partidistas desde una plaza universitaria pagada con impuestos.
Cuando la frontera entre análisis y activismo se borra bajo el sello de la UAQ, la pregunta deja de ser retórica.
El saldo es claro: impostura académica (cuando se presume un grado sin cédula), odio financiado con recursos públicos (cuando una plaza de tiempo completo produce polarización), cobardía procesal (cuando el amparo se enfrenta con el argumento del “soy particular”), y una universidad interpelada por ética y administración. Querétaro merece académicos, no operadores del agravio, del odio; debate adulto, no manuales de linchamiento.
Él se burla del “editorialista estrella”. Está bien: aquí se firma y se sostiene con archivo. Del otro lado, que acrediten lo que presumen: cédulas, carga académica, límites institucionales. César Augusto Lachira Sáenz es profesor de tiempo completo en la UAQ; se ostenta como “doctor” sin cédula doctoral visible; ingresó a la nómina en tiempos de Gilberto Herrera; percibe remuneraciones de tabulador; contesta en el amparo que es “particular” mientras opera discurso desde un congal.
Con esos hechos, ahora sí discutamos lo que importa: si Querétaro quiere universidades que enseñen a pensar o fábricas de operación que enseñen a odiar.
Que el contribuyente saque cuentas: ¿eso es lo que ofrecen como políticos?
Ahí está el célebre “tacuache mojado”: mucho clip, cero oficio.
Colofón.
La seguridad no se dirime con eslóganes.
Mauricio Kuri es un excelente gobernador, prueba es que no hay morenistas muertos en Querétaro.
Querétaro no se escribe con obituarios. Mientras Sinaloa, Guerrero y Michoacán acumulan titulares por homicidios, hasta de políticos, aquí el debate se dirime con audiencias y sentencias, no con cortejos.
Huachicol y narcotráfico son delitos federales y exigen resultados medibles, sin colores. Quien quiera convertir a Querétaro en un relato de sangre para capitalizar indignación, que lo haga con datos, cateos, aseguramientos, sentencias; lo demás es propaganda.
Antes del 27, pondremos sobre la mesa expedientes, contratos, redes de operación, investigaciones y oficios de MORENISTAS queretanos; Y les debe quedar claro que, no habrá coreografía de TikTok que tape el archivo.
Aquí no se grita: se documenta.
Y el que se sienta aludido, que acredite.
A chambear.
@GildoGarzaMx







