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Vejez

Desde la terraza

por Ariel González
23 septiembre, 2025
en Editoriales
Mexico embaucado
41
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Cuando se es viejo o creemos –tramposamente las más de las veces– que  apenas lo empezamos a ser, reparamos en algunas pequeñas cortesías. En las taquerías y mercados, por ejemplo, siempre somos tratados como “jóvenes”; desde luego, esta amabilidad se dificulta con un octogenario de bastón, quien podría creer que tal trato es una burla.

En las cafeterías, bares y restaurantes ocurre otro tanto. Si llegamos por nuestro propio pie y, mejor aún, acompañados, nunca faltan las meseras y meseros (muy jóvenes, por supuesto) que sin importar que ya pintemos bastantes canas te reciben con un alegre “qué tal, chicos, qué van a querer”.

La vejez es un imprevisto. Nadie la ve llegar y cuando entramos a ella comienza a ser una condición de la que nadie quiere hablar. La corrección política, que la denomina de formas por demás estúpidas: la “tercera edad” (¿no habrá una cuarta y una quinta si consideramos los cambios generacionales o periodos de 20 años totalmente trascendentes?) y esa otra que también los medios insisten en establecer, “adultos mayores” (¿hay adultos menores? ¿De qué edad? ¿no van a la cárcel si cometen un asesinato?)

Deberíamos poder hablar de la vejez sin rodeos hipócritas. Todavía cuando Simone de Beauvoir, en los años setenta, escribió esa gran obra que tiene por título precisamente La vejez  (¿Se imaginan que se hubiera llamado La tercera edad o Los adultos mayores?), señalaba:

“En Francia, actualmente, es también un tema prohibido. Cuando al final de La fuerza de las cosas [la tercera parte de sus memorias, comenzadas con la obra Memorias de una joven formal] infringí ese tabú, ¡qué indignación provoqué! Admitir que yo estaba en el umbral de la vejez era decir que la vejez acechaba a todas las mujeres, que ya se había apoderado de muchas. ¡Con amabilidad o con cólera mucha gente, sobre todo gente de edad, me repitió abundantemente que la vejez no existe! Hay gente menos joven que otra, eso es todo. Para la sociedad, la vejez parece una especie de secreto vergonzoso del cual es indecente hablar”.

De un modo u otro las cosas ahora no son muy diferentes. Nadie –menos todavía muchos viejos que a diario intentan ocultar esa suerte de enfermedad– desea abordar el asunto crudamente; se habla del tema como bordeándolo o inventándole escapatorias que todos quisiéramos fueran reales. Una que, por engañosa,  me divierte particularmente es que si tienes 60 estás viviendo “los nuevos 50” y así seguido, los 70 son los “nuevos 60”… ¡Qué piadosos descuentos consigue hacer este marketing conceptual!

No es extraño que Simone de Beauvoir examinara la vejez luego de haber escrito El segundo sexo, ese gran pilar del feminismo. Al fin y al cabo los viejos representan un sector  que, como las mujeres, que es tratado con distintas imposiciones sociales ( “alteridad” y extrañamiento, dice); no comparto todas las conclusiones existencialistas y neomarxistas de la Beauvoir, pero es muy agradecible que haya puesto el tema en la mesa con talante crítico.

Ahora bien, ser mujer y vieja en esta sociedad no es lo mejor que nos puede suceder. Es una condición doblemente discriminatoria: imperdonable en los sectores pudientes, infame y terrible entre los sectores más pobres. Pero hay un hecho, en la mayor parte de los países “en desarrollo” (otra mentira, esta a cargo de sus gobernantes, porque en muchos casos parecen involucionar), ser pobre y viejo es como un “pleonasmo” dice Beauvoir. Y aunque el asistencialismo populista ha convertido a los viejos en clientelas cautivas de un bienestar que se cae por todos lados, la injusticia, el maltrato y la exclusión son el día a día de los más viejos en buena parte del mundo.

El llamado de Simone de Beauvoir sigue siendo válido: “No sigamos trampeando; en el futuro que nos aguarda está en juego el sentido de nuestra vida; no sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja. Así tiene que ser si queremos asumir en su totalidad nuestra condición humana. Por lo mismo no seguiremos aceptando con indiferencia la desventura de la postrera edad, nos sentiremos incluidos: lo estamos”.

Y claro que lo estamos, pero tenemos que ser directos y hasta audaces para pelear no sólo el respeto como viejos (o por ellos), sino la condición de iguales, de humanos que simple e irremediablemente, como dice el adagio popular, se están viendo ya como nos veremos todos.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

Etiquetas: literaturaSimone de Beauvoir

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