Heredar el poder de un líder carismático es empezar con una desventaja. El público compara. Los rivales huelen debilidad. El aparato todavía responde al anterior. La sombra es larga. El reto es doble: ganar legitimidad ante la ciudadanía y controlar las palancas reales del poder. Los que lo logran usan la crisis inicial como catapulta; los que no, terminan borrados por la memoria del antecesor.
Sin embargo, algunos han sabido convertir ese arranque frágil en una oportunidad para consolidarse. En este proceso de consolidación del poder de un nuevo líder, hay seis elementos que definen la sucesión: el origen del hueco, el tipo de régimen, las purgas, la destrucción de la imagen del líder previo, el aprovechamiento del legado y la redefinición del proyecto.
1.- El origen del hueco. Muchos líderes asumen el poder tras la muerte del jefe del movimiento, ya sea por causas naturales o en medio de un alzamiento o golpe militar. Los sucesores suelen formar parte del círculo cercano y heredar la misión de preservar el legado: la dinastía familiar KIM de Corea del Norte, los hermanos Castro en Cuba, la sucesión de Juan Domingo Perón a Isabel Martínez en Argentina, de Néstor Kirchner a Cristina Fernández en Argentina, o la transición en Filipinas, donde tras la caída de Ferdinand Marcos el poder simbólico pasó en parte a su esposa Imelda.
Otros casos, más escasos, se dan cuando el líder decide retirarse voluntariamente, como Nelson Mandela al concluir su mandato en Sudáfrica o Andrés Manuel López Obrador al entregar el bastón de mando a Claudia Sheinbaum en México. En estos escenarios, el líder en retiro se convierte en referente moral del régimen.
2.- El tipo de régimen. La forma de reemplazar a un líder depende de las reglas del sistema político. En democracias con vicepresidente, la sucesión es clara e inmediata. En regímenes de partido único, la sucesión puede ser fruto de una lucha interna, como en la URSS tras las muertes de Lenin o Stalin, en China tras Mao Zedong o en Vietnam después de Ho Chi Minh.
3.- Las purgas. Con frecuencia, la sucesión es la oportunidad para eliminar rivales y consolidar el control. Nikita Jrushchov, a la muerte de Stalin, neutralizó a la red de Lavrenti Beria. En China, tras la muerte de Mao, el arresto de la “Banda de los Cuatro” permitió a Deng Xiaoping fortalecerse. En México, Lázaro Cárdenas expulsó del país a Plutarco Elías Calles y subyugó a sus bases de apoyo. Más recientemente, Abdel Fattah el-Sisi en Egipto eliminó a figuras influyentes del ejército y de la Hermandad Musulmana que podían disputarle el mando.
4.- La destrucción del líder. En ocasiones, la demolición política o moral del antecesor es el acto fundacional del nuevo liderazgo. El XX Congreso del Partido Comunista de la URSS (1956) fue el escenario en el que Jrushchov denunció los crímenes de Stalin, marcando un antes y un después.
5.- El aprovechamiento del legado. No siempre es necesario destruir al líder anterior ni redefinir todo el proyecto: a veces basta con reapropiarse de símbolos, discursos y gestos del pasado para proyectar una narrativa que legitime al sucesor. El heredero toma elementos del legado y los resignifica para colocarse como protagonista de la nueva etapa. Vladimir Putin heredó parte del aparato de Boris Yeltsin, pero lo envolvió en un discurso nacionalista que lo presentó como el restaurador de la grandeza rusa.
6.- La redefinición del proyecto. En otros casos, la sucesión es una oportunidad para reorientar el rumbo del movimiento. Deng Xiaoping, con las Cuatro Modernizaciones, giró la economía china hacia el mercado sin abandonar el control político. Lo mismo busca Claudia Sheinbaum busca construir el “segundo piso” de la Cuarta Transformación en México con un enfoque técnico y sustentable.
En política, heredar no es lo mismo que gobernar. El verdadero examen de un sucesor no está en conservar el bastón, sino en decidir cuándo usarlo para marcar un rumbo propio. Algunos lo entienden y convierten la sombra en trampolín; otros se aferran al recuerdo del antecesor y quedan atrapados en él, como en el caso de Isabel Perón y Cristina Fernández que fueron incapaces de revitalizar el peronismo y el kirchnerismo, y perdieron el poder.
En el fondo, toda sucesión es un acto de rebelión: incluso cuando promete continuidad, el poder solo se consolida cuando el heredero se atreve a matar —políticamente— al padre que le dio el trono.








