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La palabra antigua en la Tradición Espiritual Conchera

En el corazón del cerro del Sangremal

por Lila Cruz
4 agosto, 2025
en aQROpolis, Destacados
La palabra antigua en la Tradición Espiritual Conchera

La palabra sagrada, dicen los concheros, es “Él es Dios”. Así se reconocen entre ellos, se saludan y despiden, piden la palabra, abren y cierran sus rituales. Fotos: Arturo Pérez

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En el corazón del cerro del Sangremal, donde la tierra vibra con historia y los cielos alguna vez se abrieron para mostrar la Santísima Cruz de los Milagros, aún resuenan los pasos de una gran tradición viva que ha atravesado los siglos. Allí, donde el alma de Querétaro nació, la ofrenda de flor y canto, música y danza de los Jefes Concheros Chichimecas no es un espectáculo: es una oración hecha cuerpo, una memoria viva heredada de los antepasados naturales que habitaron en esta tierra queretana.

Fui testigo de una conversación que no fue entrevista, sino una introducción al conocimiento de este patrimonio inmaterial que resguardan los danzantes concheros chichimecas. La presencia de María Guadalupe Barrera Muñoz y Aldo Norman Alfaro Lara fue una bendición: dos puentes humanos entre el presente y un linaje ancestral que se resguarda con respeto absoluto. Hablaron para reverenciar al Signo Sagrado y en reconocimiento a quienes salvaguardan su devoción desde hace 496 años Cada palabra fue pronunciada como quien entra a un templo: con el alma descalza y el corazón en la mano.

María Guadalupe, ha dedicado más de 30 años en documentar, cuidar y preservar la historia de los 23 Jefes Danzantes Concheros Chichimecas del Cerro del Sangremal. Su testimonio es estremecedor por la profundidad con la que expresa sus vivencias entre ellos “No hay manera de explicar la espiritualidad de los concheros desde la lógica moderna”, dice. “Es algo que se vive, que se siente, que se hereda como se hereda la sangre: con respeto, sin hacer ruido, sin pretender saber”.

Desde su infancia, Lupita –como la llaman con cariño– fue tocada por la sabiduría del pueblo. Aprendió de una nana que vivía en el Tepetate, de los silencios pesados que dicen más que cualquier discurso, de las calles donde lo sagrado no se predicaba: se encarnaba. “La espiritualidad no tiene lengua”, afirma, “es estar vivo ante lo divino”.

Su relato es un tapiz complejo y conmovedor donde se entrelazan los saberes indígenas, la presencia franciscana, los códices mesoamericanos y la vivencia cotidiana del pueblo. Y siempre, siempre con una reverencia absoluta hacia quienes verdaderamente custodian esta tradición: los Jefes Danzantes. “Yo sólo soy un gato de azotea”, dice. “Ellos son portadores de la palabra sagrada, los que la han vivido, los que la transmiten con su andar. Yo estoy para documentar, para escuchar, para no ensuciar la memoria histórica de estos custodios ancestrales a su Signo Sagrado de la Santa Cruz de los Milagros”.

María Guadalupe Barrera Muñoz, cronista, investigadora y autora de la actualización editorial sobre los Jefes Danzantes y Aldo Alfaro expresidente del colegio de arquitectos y tejedor de caminos entre lo espiritual y lo terrenal.

El arquitecto Aldo Alfaro, por su parte, se ha sumado a esta causa con una entrega generosa y silenciosa. Su mirada, formada en la arquitectura y la restauración del patrimonio, le ha permitido levantar puentes entre lo visible y lo invisible. No sólo ayudó a digitalizar el Cerro del Sangremal y el Templo de la Cruz, sino que ha acompañado la gestación de un compendio histórico monumental que, gracias al esfuerzo de más de 40 cronistas, fotógrafos, historiadores y jefes, está a punto de ver la luz.

“No se trata de rescatar una tradición”, afirma. “Porque no se ha perdido. Se trata de honrarla, de entenderla, de dejarla hablar con su propia voz”. Y eso han hecho: guardar silencio, sostener el espacio, abrir caminos para que los verdaderos depositarios de la palabra sagrada puedan seguir danzando en el tiempo.

Este texto no busca explicar, ni traducir, ni simplificar lo que es profundamente simbólico. Este texto es un gesto de reverencia. Una ofrenda a quienes, como Lupita y Aldo, han comprendido que la sabiduría antigua no se enseña: se custodia.

La palabra sagrada, dicen los concheros, es “Él es Dios”. Así se reconocen entre ellos, se saludan y despiden, piden la palabra, abren y cierran sus rituales. No es una frase: es la palabra sagrada en todo su sentido, contenido y profundidad. Cada paso, cada alabanza, cada pluma, cada concha, cada tambor, cada caracol, cada dirección del viento, tiene un significado que no se improvisa. Es una cosmogonía milenaria donde el universo entero es convocado en la ofrenda ancestral de flor y canto, música y danza.

El Cerro del Sangremal es la tierra sagrada de esta tradición. Allí ocurrió –según la memoria ancestral– la aparición de la Santa Cruz. Para los concheros, esta afirmación no es un relato de conversión, sino de comunión. Porque la cruz, dicen, no era ajena a su visión del mundo. En todas las culturas mesoamericanas, los cuatro puntos cardinales ya formaban una cruz viva: una brújula cósmica.

Foto: Arturo Pérez

Y si hoy los concheros veneran a el Signo Sagrado la Santa Cruz, es porque en ella ven el símbolo del abrazo de una Madre Espiritual, “, el Madero Sagrado que lo abrazó hasta su muerte”. dice Lupita. La reconocen también como la Generala de Generales, la que comanda el ejército que conquista corazones en una guerra florida para ponerlos a sus pies, recordando la batalla que se dio en la cima del cerro del Sangremal cuando apareció Ella ante el que sería el pueblo de indios que daría origen posteriormente, al actual.

La transmisión de este legado no es una instrucción académica. Es una iniciación. Los jefes eligen a su heredero entre quienes han mostrado humildad, disciplina, silencio y servicio. No hay títulos ni concursos. Hay reconocimiento espiritual. La palabra antigua se hereda como un fuego: con cuidado, con ceremonia, con absoluta devoción. Y no se puede explicar: sólo se vive.

En cada festividad, los jefes danzantes dejan un espacio vacío en las procesiones. Ese hueco es para las Animas Conquistadoras de los Cuatro Vientos. Porque los difuntoss no están ausentes: caminan con ellos. La muerte, en esta cosmovisión, no es final, ni castigo, ni duelo. Es tránsito. Es permanencia en otro plano. Es comunión con los que fueron y siguen siendo.

Los padres franciscanos, encabezados por los guardianes del santuario y convento de la Santa Cruz, han resguardado al Signo Sagrado por cerca de cinco siglos, desempeñándose como guías espirituales de la comunidad conchera. Y es que todo en esta historia gira en torno a un principio fundamental: el respeto. El respeto sagrado a lo que no se dice, a lo que no se muestra, a lo que sólo se comparte cuando el alma está preparada.

Por eso este trabajo no busca brillar. Busca rendir homenaje. No se trata de convertir la danza en atractivo turístico ni de convertir la devoción en espectáculo. Se trata de escuchar. De detenernos. De recordar que, como dice Lupita, la espiritualidad no tiene lengua. Y sin embargo, danza. Habla en flor y en tambor. En silencio. En círculo. En cada corazón que aún sabe reverenciar.

Él es Dios.

Y que esta palabra no se lea. Se sienta. Se honre. Se abrace. Que se quede danzando en nosotros.

Foto: Arturo Pérez
Etiquetas: ConcherosculturaSangremaltradiciones

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