Capitulo II
Calle de Santa Clara, hogar de la familia Serdán Alatriste, por la mañana.
El 18 de noviembre de 1910, la ciudad de Puebla despierta con frío y neblina descendiendo desde los majestuosos volcanes. Los empedrados lucen el brillante matiz del dorado reflejo del astro sol; pareciera que cada piedra está forrada de hojas de oro. Apenas comienzan los caballos percherones a repartir la leche casa por casa desde los establos. A lo lejos se escucha el llamado a la misa de seis, donde señoras y niños acostumbran asistir para comenzar el día con la bendición de Dios.
Desde la zona del Fuerte de Guadalupe, cercana a los históricos desniveles que defendieron el 5 de mayo de 1862, parte una avanzada hacia el centro de la ciudad de Puebla: ¡cuatrocientos soldados, dos capitanes y el teniente coronel porfirista Miguel Cabrera del Ejército Federal! con una orden explícita: Dar muerte y quemar el club maderista “Luz y Progreso”, que se ubica en la calle de Santa Clara ¡Descendieron por la parte oriente de la ciudad!
El ingreso del batallón tiene una estrategia bien estudiada y ejecutada para que nadie salga de la casa de Aquiles Serdán Alatriste, ni siquiera sus dos hijos ni su esposa, embarazada de seis meses. En una ocasión anterior, ya había sido arrestado en 1909 por oponerse, mediante una revuelta, a la elección del gobernador porfirista Mucio Práxedis Martínez. Le costó un tiempo en la sombra, pero ahora es distinto: la orden por escrito, fechada en la casa de mando de Puebla, lleva la firma del propio gobernador Mucio ¡Pena capital al encontrarlo!
Los vecinos, al ver el grueso de los soldados, comenzaron a cerrar puertas y ventanas. Apenas la familia Serdán se dispone a desayunar, uno de los vecinos colindantes con la ventana principal de la casona procuró llegar, pero le fue imposible: ¡un fuerte zaguán era una barrera! El gran patio, rodeado de cuartos, hacía de fortaleza.
Sus hermanos Máximo, Carmen y el propio Aquiles se dieron a la tarea de levantar a los diecisiete compañeros del club maderista que resguardan un arsenal para el levantamiento del 20 de noviembre, una vez vieron el ajetreo delante de su casa, tal como lo citaba Francisco Madero en su Plan de San Luis. Tienen en el sótano: veinte rifles Winchester modelos 1892 y 1894; veinticinco revólveres Colt y Smith & Wesson, de seis tiros, con calibres .38 y .45; dos escopetas de doble cañón; siete carabinas de repetición Winchester; tres cajas de cartuchos y algunos explosivos artesanales, además de entre dos mil y dos mil quinientos tiros calibre .30-30, .44-40 y .38. ¡Tuvieron que hacerse de ellos!
—¡Entréguense, malditos parias disidentes! —gritó el teniente coronel Miguel Cabrera, mientras trata de domar a su corcel, que ansioso por los bríos del combate, se vuelve incontrolable—. ¡Ríndanse, malditos! Por orden de quien les habla, ¡doblen las armas! – Dentro de la casa, la valentía de los acorralados crece. Se acercó Máximo a su hermano: —¡Ahora sí nos cargó la chingada! Son muchos, Aquiles. Si nos parapetamos desde los balcones, seguro podemos herir a varios. Debemos tener cuidado, seguro intentarán entrar por el portón-
¡Se asomaron por una ventana! —¡La puta madre, es verdad son muchos! —dijo Aquiles. Los soldados porfiristas cuentan con armamento sofisticado: fusiles de cerrojo Mauser 1895, carabinas Mauser; los oficiales portaban revólveres Colt y gran parte del pelotón fusiles Winchester. ¡Letales y adiestrados! Un piquete de veinte soldados fue enviado a derribar la puerta:
—¡Vamos, cabrones, entre todos empujen! – dio la orden Cabrera.
El esfuerzo fue máximo, pero no lograron nada: ¡polines de madera traban la entrada! Desde adentro se escucharon los primeros tiros: ¡comenzó el intercambio de balas! Los cristales de los ventanales se destrozaron, las paredes se llenaron de agujeros. El grosor de los muros de adobe detiene los tiros letales. ¡Aún nadie resulta herido!
¡La casa está rodeada por todas partes!
Aquiles y su hermano Máximo, al observar los destrozos en el salón de los espejos —un suntuoso sitio de la casona—, vieron que su hermana Carmen tiene una prominente herida en la cabeza. ¡No se había dado cuenta! Enardecida, Carmen salió al balcón y gritó a los soldados: —¡Pinches pelones, sirven al tirano! ¡Viva Madero! ¡Viva el levantamiento del veinte de noviembre! ¡No lo pararán ustedes! -.
¡La respuesta fueron más tiros! A lo que rápido entró al balcón, con el regaño de sus hermanos.
¡A las nueve de la mañana, el portón después de tantos arreos por los soldados porfiristas cedió! Entraron los federales. Los cuatrocientos hombres, comandados por el teniente coronel Cabrera, ingresaron a la casona, mientras un centenar de policías, después de acribillar la fachada, también entraron. Fueron recibidos por los tiros de los hombres de Aquiles Serdán.
Como emboscada, los soldados caen uno a uno. Los hombres de Serdán se atrincheran en cuartos desde donde disparaban directamente. Los federales saben que enfrentan una posición defensiva fortificada. Un mal movimiento y caerían como moscas. Cabrera ordenó una estrategia para espacios cerrados: cada cinco hombres deben ingresar a los cuartos; el primero probablemente caería, pero les permitiría saber cuántos o desde dónde disparaban. ¡Poco a poco lograban replegar a los defensores!
Máximo Serdán salió sorpresivamente de un cuarto, tratando de ganar el pasillo. Fue acribillado. Llevaba un rifle Winchester en las manos, apuntó, pero el soldado de enfrente lo recibió con un tiro directo al corazón; el siguiente soldado le disparó al vientre. Uno de los leales a Madero, desde atrás, abatió a dos soldados más con un Colt. El fuego cruzado es intenso.
Máximo sintió un fuerte dolor de espalda, como aquellos de cuando pasas mucho tiempo en una mala posición; quiso correr, pero las piernas ya no respondieron. Los siguientes tiros le atraviesan sus palmas de las manos que como reflejo trata de parar las balas que le penetran el cuerpo. Se nubló la vista como si mirara a través de vidrio sucio. Sintió el sabor del fierro, tosió sangre, cayó de bruces y murió.
Para el mediodía, la casona fue tomada. Sin presencia de Aquiles Serdán, buscaron los cuerpos. Encontraron a los sediciosos. Carmen, con la cabeza vendada, fue apresada junto con dos leales. Los soldados y policías inspeccionaron el lugar. En el último cuarto hallaron un acceso al sótano: una bodega clandestina. —¡Salgan, cabrones! ¡Manos en alto! —gritó un capitán—. ¡Ya no hay escapatoria! ¡Toda la casa ha caído! Sabemos que estás ahí, Aquiles Serdán. Mira lo que ocasionaste: ¡tus hermanos muertos! Lo pudiste evitar. ¡Entrégate!
Aquiles, junto a dos hombres —uno con un tiro que sangra en la oreja—, preguntó: —¿Damos batalla o nos rendimos? —¡Si nos rendimos, igual nos matan! —respondió uno—. ¡Demos batalla entonces! ¡Viva Madero! Salieron disparando, cayeron un capitán y tres soldados porfiristas. Procuraron llegar a la puerta. Aquiles frena y se repliega ante los tiros, volvió al sótano. Sus leales ya no.
—¡Estás solo, pinche perro! —le gritaron a Aquiles Serdán—. ¡Entrégate! —¡Vengan por mí, pinches pelones! ¡Vengan si tienen huevos! – Ingresaron tres soldados. Uno recibió un cachazo en la frente rompiéndole la cabeza; otro fue abatido con un tiro en el cuello solo se tomó con sus manos el borbotón de sangre. El tercero hirió a Aquiles en la pierna. Serdán cayó de rodillas ¡Fue golpeado y arrastrado fuera del sótano! Después de un rato llegó el teniente coronel: —¿Cuántos cayeron? —preguntó Cabrera señalando un tumulto de cuerpos en un espacio reducido. —Todos los que ve, señor —respondió el soldado.
Cabrera encendió un cigarro, lo puso en la boca de Aquiles Serdán que más parece ya un cristo de viernes santo, quien le dio una bocanada profunda, tratando de encontrar el sabor. Luego se encendió uno propio. —Dime, pinche insurgente, ¿tienes más casas con armas escondidas en la ciudad? —dijo, mientras introduce su dedo en la herida de bala en su pierna ¡Aquiles gritó cavernosamente! Pero no le dijo nada ¡Ya suda! Siente los estertores de la muerte, respira agitadamente. Cabrera esperó que terminara su cigarrillo el herido, sacó su revólver Colt y le disparó en la sien. La cabeza rebotó por el impacto.
El teniente coronel Cabrera se acercó, corroboro que realmente fuera Serdán, le limpió de sangre con sus dedos pulgares parte del rostro, al estar seguro se levantó, tiro su cigarro que se apagó en el charco de sangre, hizo un esputo con un suspiro nasal y escupió sobre el cuerpo de Aquiles Serdán. Al salir, se dirigió a su secretario: —Manda una carta al gobernador que diga:
“Como medida de seguridad hacia la paz de la nación, el reducto de insurgentes que comandaba el movimiento maderista en Puebla, la familia Serdán Alatriste, ha sido pulverizado. Los hermanos murieron en el ingreso a la casa. La hermana es prisionera…”
Labor de San Isidro, 20 de noviembre de 1910, 4:30 de la tarde.
¡Pascual Orozco Vázquez es más bien un texano! Flaco, güero, de ojos claros, con su sombrero “Boss of the Plains” —vaquero—, botas brillantes y chaparreras de rodeo, se distingue y, a la vez, se confunde como un desabrido gringo. Es uno más entre los hombres que esperan la hora de las “seis de la tarde” para darle cacería al incómodo jefe de seguridad porfirista de Chihuahua, Joaquín Chávez.
Un verdadero cacique que se dedicó a robar terrenos a cuanta persona tuvo oportunidad de embaucar. ¡La región le tiene cuentas pendientes! Aplicando el Plan de San Luis, ordenado por Francisco I. Madero, esta es la oportunidad que espera la ciudad de Labor de San Isidro para hacer justicia. Seguramente, más del centenar de hombres que lo esperan fue defraudado.
Acompaña a Pascual Orozco su confidente de toda la vida: un mal hablado y granuja Albino Frías Chacón, quien, a cuenta y costo, ha logrado regresar de manera legal algunos terrenos fértiles de esta región a un par de defraudados por el jefe de seguridad. Pero quien atora el proceso es el propio Joaquín Chávez. Se vieron las caras en los juzgados de Parras, pero no pasó a mayores de mentadas de madre y empujones.
¡El comienzo del movimiento armado convocado por Madero es un buen pretexto para acribillar a este ladrón porfirista!
Saliendo hacia el pueblo con veinticinco hombres, Pascual Orozco y Albino, después de dos días de camino, ¡juntaron más de doscientos! Así que la comitiva que atacará la casa del bandido porfirista Chávez de seguro logrará hacerse de las escrituras de los más de ciento veinte terrenos acreditados de manera ilegal a la familia del jefe de seguridad.
Por la noche acamparon afuera del pueblo de Labor de San Isidro. Las monturas y armas superan por mucho a quienes defienden al secretario de seguridad, pero son cautos: el jefe Chávez es una figura cruel y con hombres de la misma calaña ¡controla también parte del ejército porfirista en Chihuahua! Es una persona a la que solo se puede atacar por sorpresa; Albino le comentó a Pascual:
—Mira, coronel, mucho me temo que Joaquín ya tiene aviso de que estamos cerca; seguro está planeando atacarnos. ¡Debemos tomar camino y caerle por la mañana! —le comenta mientras cuentan el parque completo con el que cuentan.
—¡Ese pendejo de Joaquín Chávez es un confiado! —dijo Pascual—. Por mucho que cree que el levantamiento por todo el país será solo un amague, a nosotros nos toca eliminar esta posición que de seguro la tratarán de engrosar con más soldados, pero en lo que lo piensan, ¡debemos chingarnos a Joaquín y sus hombres! Vamos a entrar a la casona y la vamos a saquear. Una vez tengamos muerto al infeliz, entregaremos las escrituras a los interesados y comenzaremos los trámites para que se los vuelvan a adjudicar.
—¡No será fácil, Pascual! —dijo Albino. —Nadie ha dicho que vaya a ser —contestó Pascual—. Estamos ante el más sanguinario y corrupto jefe de seguridad de la región; su familia se ha hecho de propiedades que no les corresponden. El siguiente paso será atacar a esas familias y terminar el asunto. Estoy seguro de que en unos cuantos días recibiremos indicaciones de Francisco Madero para saber el siguiente paso —¿Le informaremos de lo acontecido? —preguntó Albino. —¡Sí! Tengo a su hermano Gustavo en franca comunicación.
¡Esa misma tarde el contingente de Pascual Orozco y Albino dieron captura como prisionero al infeliz de Joaquín Chávez!
San Antonio, Texas, 21 de noviembre de 1910, 8:30 de la noche
Los hombres que acompañan a Francisco Madero están al pendiente de recibir cualquier información de posibles levantamientos en la Ciudad de México, norte y sur del país, a la vez, Gustavo, su hermano, ha logrado contactar vía telegrama las respuestas de filiación al movimiento de Zapata, el forajido Arango y el senador Carranza quienes enviaron sendas participaciones, sintiéndose aliados en contra del opresor de Díaz. Entre todos ellos reúnen una cantidad considerable de hombres para los levantamientos para acechar la capital.
Madero es cauto con la disposición de la posibilidad de entrar al país. Ha juntado un pequeño ejército de no más de trescientos efectivos —realmente son pocos para la ocasión—, así que sus hombres evitan que regrese a México sin el permiso del presidente William Howard Taft, a quien solo le interesa que la estabilidad económica no se rompa.
Le leen un telegrama que recién llegó:
“… Joaquín Chávez cayó. Es prisionero. Se ha tomado la población de San Isidro. Espero instrucciones…” firma: Pascual Orozco.
Francisco Madero camina a su mapa de la república, marca con una bandera la posición de Orozco, se voltea y toma un poco de respiro, observa con las manos en sus bolsillos a cada uno de quienes le han acompañado en esta tortuosa travesía, meses de persecuciones, escondrijos de informadores, compañeros que entregaron el Plan de San Luis que fueron asesinados por el ejército de Díaz, reconoce la valentía ¡Su esposa ya le acompaña! Con voz fuerte les menciona:
-Es el comienzo señores míos ¿Alguno desea abandonar la justa? Es ahora el momento.
Continuará…







