Durante años, la conversación sobre el agua ha estado dominada por ciudades, industrias y legislaciones, pero se ha dejado de lado a quien más la necesita y la usa: el campo. Hoy más que nunca, es momento de reconocer que el sector agropecuario no es un actor secundario, sino protagonista indispensable en cualquier estrategia que busque garantizar el acceso, el cuidado y la sostenibilidad del agua. Lo que está ocurriendo en Querétaro es una muestra clara de esta urgencia.
El año pasado, Querétaro atravesó una de las sequías más severas de las últimas décadas. Parcelas enteras se perdieron, animales murieron por falta de pasto y agua, y cientos de productores vieron cómo su trabajo se desvanecía bajo el sol. Fue un golpe durísimo para quienes viven del campo, pero también para quienes vivimos del trabajo que ellos hacen: toda la sociedad.
Este 2025, en contraste, la lluvia ha sido excepcional. Los bordos están llenos, los mantos freáticos empiezan a recuperar niveles y el campo, por fin, respira. Pero incluso en la abundancia, hay retos: ¿cómo captamos mejor esta agua?, ¿cómo la almacenamos, cómo la usamos, cómo la cuidamos?
El sector agropecuario es el que más agua utiliza en el país —más del 70% del total disponible— pero también es el que más la desperdicia. Y no por descuido, sino muchas veces por falta de apoyo técnico, de acceso a tecnología, de acompañamiento institucional. Pedimos al campo que produzca más, que sea eficiente, que use menos recursos, pero no siempre le damos las herramientas para lograrlo.
Por eso, urge que el campo sea parte activa en la gestión del agua. Que los productores estén sentados en las mesas de decisión, que se escuche su experiencia, que se diseñen políticas con ellos y no sólo para ellos. Capacitar, tecnificar, apoyar y confiar: ese es el camino si de verdad queremos que el agua alcance para todos.
Querétaro tiene hoy una oportunidad única. Con la lluvia de este año, el campo tiene una ventana para recuperarse, y el Estado una para demostrar que aprendimos de la sequía anterior. Invertir en infraestructura para captar agua de lluvia, fomentar sistemas de riego eficientes, incentivar prácticas agroecológicas y reconocer al productor como aliado estratégico, no como villano, es una apuesta por el futuro.
Porque si el campo se seca, también se seca nuestra mesa. Y si no trabajamos juntos, seguiremos viviendo entre extremos: o con sed, o con desperdicio. La clave está en el equilibrio. Y el equilibrio empieza por incluir a quienes alimentan al país.







