En un rincón apacible de Tequisquiapan, donde los días transcurren entre murales que respiran y árboles que murmuran cuentos, habita el universo visual de Santiago Boldó: un artista que dibuja desde la entraña, que pinta como quien respira, y que transforma el acto de ilustrar en un gesto de memoria, juego y resistencia.
Nacido en San Cristóbal de las Casas en 1983, pero queretano por arraigo y elección desde el año de vida, Boldó encontró en el arte no una elección tardía, sino una forma temprana de habitar el mundo. “Desde que era chico me gustaba dibujar”, recuerda. De hecho, uno de sus primeros recuerdos luminosos en el arte fue haber ganado el segundo lugar en el concurso nacional El Niño y la Mar, con un dibujo de un niño sosteniendo un papalote. Aquel trazo infantil, lleno de viento y simbolismo, parecía ya anunciar el vuelo que tomaría su obra años después.
Rodeado de un entorno creativo —su padre, Jordi Boldó, pintor; su madre, Inés Suárez, artista gráfica— el arte fue su idioma materno. Pero hay dos figuras clave en su formación visual que dejaron una huella entrañable: su tía, la artista Kiki Suárez, y el creador Jaime Goded. “Al principio empecé copiando el estilo de mi tía Kiki y de Jaime Goded”, confiesa con ternura. De ella heredó la osadía del trazo lúdico; de él, la pasión por lo humano y lo expresivo.
“Amaba estar en el taller de Jaime Goded”, recuerda. Ahí se forjó un vínculo profundo con la creación como acto vital. Goded realizaba —y realiza— una obra numerosa, extensa y variada, de gran valor descriptivo y figurativo, pero pleno de expresión y fuerza, en la que predominan las figuras humanas y animales en escenarios diversos, rodeadas por objetos cotidianos que se vuelven poéticos bajo su mirada. Aquella atmósfera creativa fue semilla y refugio. Y sigue latiendo en la obra actual de Boldó.

Aunque la arquitectura lo sedujo como formación académica, nunca dejó de ilustrar. “Me metí a estudiar arquitectura en el Instituto Tecnológico de Querétaro, pero nunca dejé de pintar”. Sus primeras ilustraciones en blanco y negro nacieron en un taller de serigrafía en el Instituto de Artes y Oficios de Querétaro, donde descubrió que el blanco y el negro también pueden contar historias profundas. “Por ahí de los 18 años empecé a desarrollar más ese gusto. Desde entonces comencé con exposiciones y haciendo ilustraciones”.
Su obra, poblada de personajes coloridos, animales simbólicos y escenas que oscilan entre el humor y la poesía, es una invitación constante al asombro. “No sé cómo definir mi estilo —dice—, pero uso personajes coloridos. Trato de meter diferentes figuras, cambiar los fondos. Los que más uso son una mujer, un hombre, muchas aves y animales”.
Cada uno de sus cuadros parece narrar una historia a medio contar, dejando al espectador la tarea de completarla. “A veces pongo pistas de lo que hacen con un letrero o los pinto haciendo algo que les guste mucho, como fumar. Cuando me piden un retrato, al personaje le integró la ropa que usa, u objetos que representen a su persona”.
Curiosamente, Boldó no reniega del pasado pictórico: lo resignifica. Algunos cuadros que pintó hace años vuelven a pasar por sus manos con otra mirada. “Me gusta tomar obras de antes y transformarlas, les agrego cosas nuevas, cambio detalles… Es como una obra con memoria. Una pintura que tiene un antes y un después”. Así, su obra se convierte también en un archivo viviente de su evolución: una narrativa visual que respira, cambia, madura, se contradice o se sublima.
Durante la pandemia, su trazo encontró un cauce distinto: la literatura infantil ilustrada. Gracias a la convocatoria Apoyarte 2021, desarrolló una colección de cuatro libros digitales para primeras infancias: Fomento a la lectura, El huerto en la casa, El cielo y las estrellas y Comida divertida. Visuales en un 80%, son libros que apuestan al color, la forma y la emoción. “Siempre había tenido ganas de hacer este tipo de libros, porque desde que recuerdo me han gustado los cómics y las novelas gráficas… así que pensé en este material dirigido a los infantes de entre 2 y 5 años”.
Y como todo buen artista que escucha el pulso de su tiempo, Santiago comenzó a explorar el arte digital. Las redes sociales, para él, han sido aliadas en la expansión del arte queretano. “Antes había como 15 artistas buenos en Querétaro, ahora hay más de 100. Las redes ayudan, pero lo complicado es encontrar espacios para exponer”. Lo dice con la claridad de quien ha vivido la evolución artística desde dentro, con los pies en la tierra y el alma en el trazo.

Su trabajo ha llegado a museos como MAQRO, MACQ y el Museo de la Ciudad. Ha pintado más de 300 obras y 19 murales, muchos de ellos en el centro de Tequisquiapan, donde su estilo vibrante se ha vuelto parte del paisaje emocional del pueblo. “Mucha gente me pide el mural, pero luego los espacios son rentados, y entonces les propongo que lo hagamos en un MDF, con una medida grande, para que después puedan llevárselo”.
Creador incansable, también co-lidera el proyecto Siento volando, donde convoca a artistas a ilustrar aves migratorias en peligro, con una propuesta visual que combina arte, ecología y conciencia. “Estoy por comenzar un proyecto con cinco ilustraciones de aves migratorias que pasan por Querétaro o que son nativas. Irá acompañado de un video que explique su trayecto, de dónde vienen y a dónde se dirigen”.
Cada obra suya es una forma de conversación íntima con la realidad, una ventana a la ternura o la ironía, una búsqueda de lo auténtico. Y aunque no se limita a definirse, hay algo que resuena claro en su mirada: el arte no es adorno, es sentido.
“Lo que más disfruto —dice— es pintar un cuadro. A veces tardo 40 horas, otras veces una sola… y los que hago más rápido, a veces quedan mejor. Me gusta cambiar el lenguaje, probar cosas nuevas. Las mascotas, los retratos, los carteles, todo me permite ir encontrando nuevas formas de contar”.
En sus palabras hay humildad. En su obra, libertad. Y en su mirada, una chispa de niño que jamás dejó de imaginar.
Santiago Boldó no pinta por moda, pinta por necesidad. Porque en un mundo donde todo corre, su arte nos pide detenernos. Mirar. Sentir. Y si acaso, volver a soñar.









