En un contexto de creciente presión sobre los recursos hídricos, la gestión del agua uno de los mayores desafíos ambientales, sociales y de gobernanza del presente siglo. La escasez, la distribución desigual, la contaminación de cuerpos de agua y la sobreexplotación de acuíferos no son fenómenos nuevos, pero se han intensificado ante la ausencia de mecanismos integrales, participativos y sostenibles de gestión. En este escenario, la crítica, entendida como una herramienta constructiva y orientada al diálogo, puede desempeñar un papel clave en la búsqueda de soluciones compartidas.
Criticar, en su sentido más profundo, no implica confrontación destructiva, sino análisis reflexivo. Es el ejercicio de observar los problemas con rigor, identificar sus causas estructurales y proponer caminos para la transformación. Aplicada al tema del agua, la crítica propositiva ha permitido visibilizar desequilibrios históricos, como el acceso desigual entre sectores urbanos y rurales, la falta de regulación efectiva en el uso industrial, y la escasa participación ciudadana en la toma de decisiones sobre un recurso que es, ante todo, un bien común.
Más allá del diagnóstico, la crítica adquiere un verdadero valor transformador cuando se canaliza hacia la construcción de consensos. Experiencias en distintas regiones del país han mostrado que los espacios de diálogo entre comunidades, autoridades, academia y sector productivo no solo son posibles, sino necesarios. Estos encuentros permiten reconocer las diversas formas en que se valora, usa y protege el agua, y abren la posibilidad de construir soluciones integrales con legitimidad y pertinencia social, ambiental y económica.
El fortalecimiento de una gobernanza del agua basada en la corresponsabilidad y la transparencia requiere fomentar una cultura del debate informado. Esto implica valorar el conocimiento técnico-científico, pero también el saber comunitario y las experiencias locales. La crítica, cuando nace del compromiso y el respeto, puede actuar como puente entre sectores tradicionalmente distanciados, facilitando una visión compartida del problema y, más importante aún, del camino a seguir.
En este sentido, enfrentamos una oportunidad histórica para reconfigurar los modelos de gestión hídrica con una mirada más incluyente y sostenible. Para lograrlo, es fundamental no solo permitir, sino promover la crítica como una forma legítima de participación ciudadana. Escuchar, dialogar y construir de manera colectiva debe ser la base sobre la cual se articulen las políticas públicas, los marcos normativos y las estrategias locales y regionales.
La transformación en la gestión del agua no se dará por decreto ni desde una sola voz. Será el resultado de una voluntad colectiva, informada y crítica, que reconozca a el diálogo y el consenso como las herramientas más poderosas para manejar uno de los bienes más esenciales para la vida y el desarrollo del país.








