El ascenso del populismo y el marchitamiento de la democracia han tenido como una de sus causas la gran crisis de los partidos políticos. Es tal el descrédito de los partidos, afirma el talentoso académico Jorge Márquez, en el ensayo que escribe con Palmira Arias, en el libro: “Populismo y polarización”. (Coordinadores: Fernando Ayala Blanco y Salvador Mora. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM. 2025), que Morena huyó de la “Palabra maldita: partido. Prefirió definir su organización como “Movimiento”. ¡Claro! Ante la ley y en el momento en el que se trata de recibir recursos públicos y prerrogativas electorales, recuerdan que son realmente un partido político. Una lana bien vale desmentir un nombre.
Tienen razón los investigadores, es tal el descrédito de los partidos políticos, que causas sociales reconocidas e inobjetables, como la de los padres de los niños con cáncer o las madres buscadoras, lo primero que exigen es que ni políticos destacados, menos aún si están identificados como miembros de un partido, caminen en sus manifestaciones. Los partidos contaminan todo lo que apoyan.
Si el marco legal estipula que la representación social se haga fundamentalmente a través de un partido político, estas instituciones son la gran matriz electoral, pues las candidaturas independientes son prácticamente imposibles de triunfar. Este panorama nos obliga a analizar la problemática de los partidos políticos. como condición para avanzar en la democracia.
Las tiranías, afirma Elías Canneti, son esencialmente paranoicas, la pluralidad partidista, que representan visiones diferentes que la sostenida por los autócratas, es peligrosa y es necesario aplastarlas. El gran problema es que los partidos, principales antídotos contra el populismo fascista, que actualmente nos corroe, viven un trance que los tiene prácticamente en la cuneta de la vida política.
Aunque no representa ningún consuelo, debemos reconocer que la crisis de los partidos políticos, no es un fenómeno exclusivo de México, sino que el mal lo comparten todos los países que presumen tener rasgos democráticos. En su origen, los partidos eran organizaciones de ciudadanos en torno a una serie de ideas y proyectos. Actualmente las ideologías mundialmente han quedado vacías, mojigangas huecas; hacen bulto pero no dicen nada y, en consecuencia, no motivan el voto. Al electorado no le interesa cómo se ubican los partidos en la geometría ideológica de antaño. Decir que se es de izquierda o de derecha, hoy por hoy, es menos trascendente que irle al América o al Guadalajara.
El actual cemento de los partidos, y cuando digo partidos no hago ninguna discriminación, ya no son la coincidencia de sus miembros y simpatizantes con una ideología, sino lo que los une son los intereses cupulares y las redes de corrupción de los grupos internos. Como me decía un campesino en recientes elecciones: “Yo no voto por las letras (las siglas de los partidos) sino voto por los monos (las personalidades concretas que prometen defender sus intereses como individuos). El electorado está también contagiado por la inmediatez, por un pragmatismo vulgar de que, mientras se gane, todo vale.
Obviamente de esta realidad están conscientes las élites políticas en el mundo y han tirado al basurero del discurso a las ideologías. Su propaganda, más que tener la intención de convencer con ideas, tratan de seducir con el tipo de “jingle” o la calidad de las imágenes del spot. No se difunden posiciones políticas sino poses mercadotécnicas.
La consecuencia es que los partidos políticos se distinguen cada vez menos entre sí y la apuesta de estas organizaciones es a candidatos que den prueba de fuerza popular, sin importar ningún compromiso ideológico. El tributo de los partidos, al traicionar el motivo de su existencia, ha provocado que sea el abstencionismo realmente el partido mayoritario.
Otra causa de la crisis de los partidos que se comparte en el mundo, es la globalización y/o multipolaridad. La inevitable cercanía política y comercial de los Estados, exige líderes políticos con amplias facultades de decisión. La columna vertebral del régimen democrático exige un poder que tenga frenos y contra pesos, lo que evidentemente “alenta”, los españoles dicen, “ralentiza”, las decisiones.
En una reunión de jefes de Estado, es inadmisible la lentitud de una democracia. Recuerdo una reunión que tuvo Trump, en su primer mandato, con el entonces Presidente López Obrador. El cabello de zacate, amenazó desde entonces con los aranceles y le pidió al de Macuspana un compromiso más decidido para frenar la migración a su país, López Obrador dijo que lo reflexionaría, pues su demanda era brutal. Trump, le dijo, palabras más palabras menos; “Muy bien, tiene dos horas para responder, de otra forma, mañana se aplican los aranceles”. Obviamente antes de ese tiempo, el entonces Presidente aceptó la exigencia.
Imaginar que el ex Presidente hubiera tenido que consultar su decisión con el Senado de la República, responsable de las relaciones internacionales, resulta una ilusión democrática.
Otra razón de la crisis que mundialmente agobia a los partidos políticos, es el financiamiento de las campañas, mismas que resultan cada vez más onerosas. En México, nunca en su historia, ni ninguno de los partidos anteriores y actuales, ha sobrevivido en su cotidiana acción política, mucho menos en sus campañas electorales, exclusivamente con sus ingresos o con las cuotas de sus militantes. En México tampoco es suficiente el financiamiento otorgado por el Estado. Es mucho el dinero que se gasta en medios de comunicación, bardas, camisetas, molcajetes, delantales, gorras y hasta aparatos eléctricos.
En Estados Unidos, ya lo vimos, fue Musk quien se puso con su espléndido cuerno a la campaña de Trump. Esto es algo aceptado, reconocido y divulgado por el partido republicano y el empresario. En el caso de México, ha sido el narco uno de los principales proveedores. En los juicios en Estados Unidos a los narcos aprehendidos, es una rutina escuchar el patrocinio en dinero, en especie y en violencia a los ganadores. Cuando declare Ovidio, otro capo del Bienestar, con expectación morbosa, volveremos a escuchar la misma historia con nuevos actores.
Obviamente en ninguno de los casos las aportaciones del crimen organizado tienen como motivos la filantropía electoral o su convicción ciudadana. En su momento exigen y han exigido la retribución correspondiente. Y si esta metástasis del narco en la política avanza agresivamente, pronto en las elecciones ya no votaremos por partidos sino por cárteles.
A estas plagas que invaden a todos los partidos políticos del mundo, nuestra clase política, astuta y maliciosa, ha aportado otros pecados que dan por resultado que en México: salvo limitadas de por sí y honrosas excepciones, los partidos políticos, son más representantes del grupo en el poder, del dinero y de la delincuencia organizada, que de la sociedad.
En el próximo texto me aplicaré para revisar nuestra realidad partidista.








