Liliana Guadalupe Tapia Guillén
“Acabo de terminar la prepa… ha sido difícil mantener buenas calificaciones, entregar trabajos finales y estudiar para el examen de ingreso… Mis papás, con todo y todo, me apoyan en este viaje… Acaban de salir los resultados. ¡Wow! Pasé. Por poquito, pero pasé. Esta vez sí.”
“La emoción duró poco. Llevamos una semana y ya siento que no pertenezco aquí. Hay compañeros que parecen saberlo todo, y yo apenas entiendo qué significa ‘mesodermo’. Las desveladas empezaron antes de que llegara la primera entrega. En el grupo se compite por todo: por quién duerme menos, por quién saca más en el examen, por ver quién aguanta más la presión.”
“Hay docentes que te hacen dudar de ti. Otros que te inspiran. Pero todo se acumula: el cansancio, la frustración, la ansiedad. Avanzan los semestres, me pregunto si elegí bien. Hay días que solo quiero dormir. Otros, ni eso puedo.”
“Llega el internado. Guardias ABC. Aprendo más en tres semanas que en tres años, pero también me siento más rota. Veo cosas que me duelen. Me trago el llanto en los baños. Tomo café para aguantar. Algunos toman cosas más fuertes. Escucho historias de que ‘todos lo hacen’. Un día, yo también lo hago.”
“Pienso en renunciar. No sé si soy suficiente. Me gritan frente a pacientes, no me dejan preguntar. Me dicen que no sé nada. ¿Y si tienen razón? Pero también hay quien me explica con paciencia. Quien me dice: ‘vas bien’. Guardo eso como si fuera un suero que me revive.”
“Termino el internado. Servicio social. Pueblito. Camino en la terracería. Escucho de otros pasantes que los han agredido. Tengo miedo. No duermo bien. Pero aprendo. Hago lo que puedo. A veces, sola… a veces sin insumos….”
“Me gradué. Lo logré. Mi mamá lloró. Mis amigos me abrazaron. Es el mejor día de mi vida… y también, uno de los más vacíos. Ya viene el ENARM. ¿Y si no paso? ¿Y si sí paso? ¿Y si no puedo con la residencia?”
“Ahora soy R1. Otra vez soy la nueva. Guardias, presentaciones, regaños, más desvelos. Algunos días no quiero ni levantarme. Pero no soy de cristal, ¿o sí? Me repito que todos pasaron por esto. Que no debo quejarme.”
“También hay momentos de magia: un paciente que mejora, un adscrito que te dice ‘gracias’. Hay días que siento que mi bata vuela. Pero hay días grises. Días sin comida, sin sueño, sin paz. Días que lloro en silencio. Días que pienso en desaparecer. A veces creo que solo así dejaría de pesar tanto la bata.”
El peso invisible: datos que no se ven, pero se sienten
Aunque a menudo se hable del esfuerzo físico y académico en la carrera de medicina, hay una carga invisible que muchas veces no se menciona: la salud mental. En un estudio realizado por la Universidad Autónoma de Querétaro en 2023, se identificó que el 39% de los estudiantes de medicina presentaban síntomas depresivos, mientras que más del 40% mostraban síntomas de ansiedad, cifras que superan ampliamente los promedios en la población general. Estos resultados no fueron parte de un estudio aislado: reflejan una tendencia que se repite en distintas facultades del país y del mundo. A nivel internacional, diversos estudios estiman que hasta 1 de cada 3 estudiantes de medicina cumple criterios clínicos de depresión, y casi el 50% manifiesta niveles significativos de ansiedad durante su formación. Otros problemas también son frecuentes: Trastornos del sueño, Trastornos de la conducta alimentaria, Consumo de sustancias (alcohol, tabaco, psicoestimulantes), burnout o agotamiento emocional crónico. Además del impacto emocional, estos problemas pueden afectar el rendimiento académico, las relaciones interpersonales, y en algunos casos, conducir a ideación suicida o peor aún, a un suicidio consumado.
Dormir no es opcional: efectos reales en el cerebro
En un estudio publicado recientemente en ScienceDirect, investigadores de León Gto, analizaron a médicos residentes de primer año, encontrando que la privación crónica de sueño está asociada con cambios reales en la estructura del cerebro, específicamente una reducción del volumen de materia gris en regiones involucradas en la regulación emocional, la memoria y la toma de decisiones. Esto significa que las jornadas de 36 horas sin dormir, lejos de fortalecer la “resistencia”, comprometen las habilidades más importantes para ejercer la medicina con seguridad y humanidad. La formación médica, especialmente en internado y residencia, sigue arrastrando una cultura de desgaste y aguante que, lejos de preparar mejores médicos, puede dejar heridas profundas.
¿Y entonces, qué sí se puede hacer?
No todo está perdido. La medicina también puede sanarse a sí misma, empezando por sus futuros médicos.
• Buscar ayuda no es señal de debilidad: Pedir apoyo psicológico o psiquiátrico es un acto de responsabilidad con uno mismo y con los pacientes.
• Tener una red de apoyo: Acompañarse entre colegas, hablar sin juicio y crear espacios seguros es una forma de resistencia.
• Fomentar el autocuidado real: Dormir, comer, hacer pausas, tener hobbies y vida fuera del hospital no es un lujo. Es salud.
• Responsabilidad institucional: Las universidades y hospitales deben ofrecer programas de apoyo reales, no solo conferencias de resiliencia.
Como bien decía un maestro querido: «el médico no puede sanar si está roto por dentro». Y para que nuestras batas vuelen, primero tenemos que poder sostenerlas.







