Debo a mi maestro y amigo Hugo Gutiérrez Vega mi pasión por el cine. Admiro la cinematografía particularmente estadounidense. Sus directores, pero sobretodo sus actores y actrices; cuando hacen bien su trabajo y llegan a convertirse en ‘estrellas’ , pero mi admiración crece cuando alzan la voz políticamente hablando. El arribo de Donald Trump ha desatado una ola de odio. Empiezo con Robert de Niro que, en una entrevista lo ha calificado como un psicópata, un estúpido descarado, un estafador, un perro, un egocéntrico, un fraude que no paga sus impuestos. Un desastre nacional. Y sigo con Richard Gere, un activista desde siempre que combate la violación de los derechis humanos en china y la opresión que ejerce sobre el Tíbet y que ahora exiliado en España, el racista presidente solo le merece los calificativos de matón y rufián: una tragedia para los Estados Unidos. A este gran actor que, amén de ser un políglota, se añaden Meryl Streep que desde su primera elección, y sin decir su nombre, mostró su indignación por mofarse de un reportero discapacitado.
Y si al lector de esta nota le faltaban nombres, ahí está Antonio Banderas defendiendo las aportaciones de los latinos al cine y sus esforzados trabajos fuera de él.
Por supuesto que el hombre de cabello color naranja, boquiflojo como es, no se ha quedado callado: a la gran señora Meryl Streep pese a sus múltiples premios, la ha considerado sobrevalorada. Y de Robert de Niro ha dicho que es un loco. Apoltronado en la oficina Oval de la Casa Blanca, puede decir lo que le venga en gana. Pero la verdad es que el país vecino vive un episodio de oscuridad nunca visto. Es verdad que el ‘pueblo’ votó por él. Pero también por su suicidio.





