Adriana Fernández
Érase una vez, un hombre que construyó un extenso reino narrativo. Este rey, creativo e inteligente, tomó los cuentos clásicos europeos y los aderezó con magia, convirtiéndolos en joyas cinematográficas animadas. Un tesoro que cuidó celosamente, hasta su muerte.
Veamos qué pasa con la versión live-action de la primera de sus maravillas: Blancanieves.
Una noche nevada, unos monarcas, bondadosos y justos, son bendecidos con la llegada de su hija. De ahí su nombre: Blancanieves. La familia real era trabajadora y bienhechora del pueblo. Desgraciadamente, la reina muere, el rey se vuelve a casar y el resto, es historia.
El historial de Disney de las versiones live-action de sus clásicos animados no es estelar. Salvo un par de excepciones (El Libro de la Selva, Aladdín), las cintas que han pasado por este tratamiento han ido de lo malo a lo regular.
Pero queremos equivocarnos; finalmente el elenco es atractivo y al conocer el relato de memoria, hay mil interrogantes (¡los enanos!) que causan curiosidad.
Nos topamos con un guion parchado e indeciso, en el que se alternan escenas innecesariamente largas con otras, más bien apresuradas.
El ritmo fallido también tiene que ver con las canciones, insertas a destiempo. El inicio tiene punch, pero el resto de las melodías no son pegajosas y las olvidamos. Esto también afecta a los diálogos: hay momentos cómicos en los que nadie se ríe, y otros que tienen humor involuntario.
¿Y las actrices? Sin duda, a Rachel Zegler la escogieron para encarnar a Blancanieves por su extraordinaria voz. Pero le falta algo, amén de que no luce en el doblaje en español.
Todo buen cuento de hadas necesita a una gran villana, malvada, pero carismática. Tristemente, Gal Gadot está muy desangelada como la reina mala.
¿Resultado? Se rescata el mensaje positivo, la buena producción y los efectos especiales, pero fuera de eso, Blancanieves queda del lado más regularcito de las versiones live-action. Eso sí: el rey Disney ya no está para presenciarlo.
