La elección judicial por venir sí es una aportación mexicana a la democracia, como han dicho notables intelectuales del morenismo, aunque eso suene como un oxímoron. La exhibición de lo innecesario, perverso y degradante también le aporta al sistema democrático: muestra lo indebido, lo torpe, lo mal hecho, lo falso.
Y el mundo lo agradecerá.
O al menos esa parte del planeta cuyo relativo interés sea mirar hacia estas tierras con el asombro del “mexican curious” para conocer cómo se se cuecen las habas del subdesarrollo con tintes de control total y jueces por sorteo.
Durante muchos años los priistas se sintieron orgullosos y ufanos por ser estudiados internacionalmente por agudos sociólogos y politólogos del mundo (como Maurice Duverger o Giovanni Sartori) quienes se pasmaban ante la originalísima fórmula del eficaz y gran partido cuya longevidad fue única.
Ni siquiera los soviéticos lograron esa avanzada edad. Los chinos ya se aproximan con su doble sistema donde conviven gatos de diferente color, capaces de atrapar los ratones del mundo entero.
Hoy, en este atribulado país de los ridículos constantes y la cansina repetición de la palabra pueblo, los talleres nacionales de impresión trabajan a marchas forzadas para emitir cientos de millones de boletas cuyo mejor destino será el cesto de los papeles inútiles. También ahora el mundo nos mira con pasmo, como sucedía con las cabezas reducidas de los jíbaros.
Papeletas con un diseño incomprensible cuyo mejor análisis ha sido hecho por uno de los precursores de la actual condición política nacional, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, cuya participación electoral-judicial ha sido condicionada por su propia ironía: votaré si logro entender la boleta.
Con esas imples palabras ha sintetizado todo el enredo generado por el delirio de un demagogo, no por un diseño serio de una necesaria reforma al Poder Judicial.
El resultado será simple: como no se quiso reformarlo en términos de responsabilidad republicana, como parte de los poderes nacionales, se le deformó como una más de las parcelas laborales del partido, con todo y la insufrible ramplonería de aspirantes cuya mayor exigencia era incluir sus apodos cursis en la papeleta: la ministra del pueblo, por ejemplo, pura rebaba.
En esas condiciones todo el sistema ha fallado. El Instituto Nacional Electoral no opuso ni siquiera una opinión ante las iniciativas cuya compulsión populista deformó al Poder Judicial. En sus momentos de mayor preocupación se convirtió en abonero de la farsa.
No se manifestó ni por los derechos ni de los jueces desplazados, no de la ciudadanos burlados: regateó un presupuesto y se hizo el sueco con la perversa utilización del mecanismo electoral. Fue a pedir dinero para prolongar la mojiganga.
Se dirá, no es su función, pero siempre es obligación de las instituciones defender o al menos opinar cuando se comete un atropello de esta naturaleza. Y lo mismo se podría decir del Senado, la Cámara de los Diputados o el Tribunal Electoral del PJF. Todos doblados, todos obsecuentes.
El otro componente de una elección, el elector, ya ha sido convocado a participar en la conformación de las mesas de votación. El INE, en fingida normalidad (y así la presenta), invita a quienes resultaron sorteados (otro sorteo) a someterse a una capacitación para tal efecto.
A mi casa llegó una convocatoria de participación la cual –por supuesto–, no pienso atender. Primero porque en esas fechas estaré fuera de la ciudad y segundo porque de estar aquí no me daría la gana.
En la invitación hay un teléfono de la junta distrital a cuyo número he llamado en varias ocasiones para avisar, pero nadie contesta. Yo lo hago públicamente.
Ignoro cual va a ser el porcentaje de votación. No me queda duda alguna de la capacidad de acarreo y presión hacia la burocracia y la clientela de Morena a través de los dadivosos programas sociales. Lo hemos visto.
Pero si saben contar… conmigo no.