Erika Bucio
Para Sebastiao Salgado (Aimorés,1944) la Amazonia es el paraíso. No un paraíso idílico e inmaculado, sino un ecosistema majestuoso que define el equilibrio del planeta.
“Amazonas es el santuario que nos queda”, dice el fotógrafo brasileño de 80 años.
Su exposición Amazonia, en el Museo Nacional de Antropología, no documenta la destrucción del bosque tropical ni el avance de la deforestación. Al contrario, exhibe la belleza intacta de los ríos, la majestuosidad de las montañas poco exploradas y la riqueza cultural de los pueblos indígenas.
“Es un llamado a la preservación”, explica Salgado. “Fotografié la Amazonia devastada, los incendios, la muerte, pero no es lo que muestro aquí. Lo que necesitamos es proteger lo que queda”.
En 2013 inició el proyecto fotográfico centrado en la selva amazónica de Brasil y las comunidades indígenas que la habitan. Su objetivo es difundir tanto la belleza como la urgencia de preservarla y protegerla de la destrucción.
Capturar la esencia de la Amazonia no ha sido una tarea sencilla.
“Es un mundo aparte, un planeta dentro de otro planeta”, reflexiona Salgado, quien durante nueve años realizó 58 viajes por la región.
Para acceder a las zonas más remotas, se embarcó en expediciones de hasta 40 días, navegando por ríos que, en la temporada de lluvias, pueden crecer hasta 25 metros, inundando vastas extensiones de selva.
El apoyo del ejército brasileño fue clave para su trabajo al contar con 23 cuarteles distribuidos en el territorio.
“Ellos son la única institución con presencia en toda la Amazonia”, explica.
Gracias a esto, pudo sobrevolar la selva en avionetas y helicópteros con las ventanas abiertas y lograr perspectivas únicas de la selva, que desde el aire parece una “gigantesca alfombra verde”.
También pasó semanas esperando la aprobación de comunidades indígenas para ingresar a sus territorios, un proceso que podía llevar meses debido a sus estrictas normas.
Vivir entre los pueblos indígenas de la Amazonia fue una experiencia que marcó a Salgado de forma profunda.
“Cuando llego a una tribu, sé el día en que llego, pero no el día en que me voy”, confiesa.
La interacción con estos grupos requirió respeto y paciencia: vacunas y cuarentenas previas para evitar la transmisión de enfermedades, semanas de convivencia para ganar la confianza.
Llevaba consigo un estudio de fotografía para destacar la belleza de sus cuerpos, sus maravillosas decoraciones en medio de la selva. Cada retrato se acompaña de una cédula con el nombre de la persona.
Dentro de la selva
Las 230 imágenes en diversos formatos están suspendidas a distintas alturas en las salas temporales del Museo Nacional de Antropología. En el centro de la exposición, hay espacios que semejan las llamadas “ocas” o chozas indígenas para evocar la vida en el corazón de la selva.
De acuerdo con Lélia Wanick, curadora y escenógrafa, la “idea era crear un entorno en el que el visitante se sintiera dentro de la selva”. El recorrido se acompaña con una creación sonora ex profeso del francés Jean-Michel Jarre a partir de los sonidos de la naturaleza.
“Amazonas es el paraíso en la Tierra”, expresa el fotógrafo que cumplirá 81 años este 8 de febrero.
La exposición, contó el propio Salgado, estaba prevista para abrir el 16 de enero, pero una parte de la iluminación no estaba lista.
“La luz sale de las fotografías, la Amazonia es la que te ilumina mirando las fotos”.
Pese a la belleza de estas comunidades, Salgado es consciente de su fragilidad.
“Estamos perdiendo culturas enteras”, advierte.
“En la Amazonia brasileña hay más de 300 tribus con lenguas y culturas distintas, hoy seguramente la concentración cultural más grande del planeta, y hay al menos 102 grupos que jamás han sido contactados. Es la prehistoria de la humanidad que vive dentro de esta selva de gigantes”.
Un viaje a la propia vida
A su edad, Sebastiao Salgado reconoce que su tiempo para emprender proyectos de esta magnitud ha quedado atrás.
“Los grandes trabajos me han tomado entre seis y ocho años, y yo ya soy un viejito”, dice con una sonrisa. “Yo estoy a la puerta del paraíso”.
Sin embargo, no ha dejado de fotografiar. Mantiene su cámara con él. Recientemente realizó un encargo para la Alcaldía de París y colaboró con proyectos recientes sobre glaciares y aves. Planea una muestra en Los Ángeles sobre la clase obrera de la Unión Soviética, basada en su trabajo de los años 80, publicado en su libro Trabajadores.
Ahora se enfoca en su vasto archivo fotográfico: “Estoy viajando dentro de mi propia vida”.
Sin falsa modestia, Salgado piensa que no hay otro que haya fotografiado tanto como él en toda la historia de su disciplina. Tomó sus primeras imágenes en 1970, con una cámara Leica comprada por su esposa desde 1967, Lélia Wanick.
Mientras trabajaba como economista en Londres, con la Organización Internacional del Café, hizo sus primeros viajes a África, a países como Kenia y Uganda, lugares que fotografió, y al año siguiente, abandonó la economía y se convirtió en fotógrafo independiente. En 1974 publicó un reportaje sobre la hambruna en Etiopía.