Primera parte
Sin duda alguna los intelectuales han jugado un papel importante en la política ambiental, desde la formulación de visiones, enfoques, teorías, paradigmas, conceptos, alternativas y en la propia creación de las políticas públicas, lo cual ha contribuido a la discusión, reflexión y la transformación del medio ambiente.
Las conversaciones, discusiones o debates intelectuales contribuyen a estimular ideas, explorar diversas perspectivas y examinar críticamente diversos temas para obtener una comprensión más profunda del mundo y del medio ambiente.
Lo anterior, permite establecer un núcleo central con un código central y un entramado de elementos periféricos.
No obstante, a que el internet ha servido a un mayor acceso, difusión y democratización de las ideas, hoy en día, hay una carga excesiva de información que en su mayoría no es consistente, fundada o sólo versa sobre amarillismo o cuestiones en extremo plasmadas de pragmatismo u orientadas a esquemas de negocio lo cual poco aporta a la discusión ambiental.
El estado actual de la situación ambiental mundial y local, requiere de nuevas visiones y propuestas de soluciones a contra reloj.
Y aunque hoy se retoma el enfoque de soluciones basadas en la ciencia, ello no es suficiente, pues lo que se ha obtenido principalmente son estudios, análisis, evidencias y datos duros, que sirven de apoyo, pero no proporcionan nuevos paradigmas. Pues tal pareciera que estamos en una época donde predomina el declive de las interpretaciones y de las concepciones, en la cual la relación estrecha entre política ambiental y el pensamiento, exhibe una profunda crisis (véase el 11° Informe de la Plataforma Intergubernamental científico-normativa sobre diversidad biológica y aprobado por alrededor de 150 países, que sólo recomiendan estrategias como: conservar, restaurar y regenerar lugares de valor para las personas y la naturaleza; impulsar un cambio sistemático e integrar la biodiversidad en los sectores más responsables del declive de la naturaleza. Y también esta el: actuar de inmediato también puede generar importantes oportunidades de negocio e innovación a través de enfoques económicos sostenibles).
Se propuso hace tiempo, dar mayor peso al enfoque de autorregulación (como en las auditorias ambientales) en lugar del enfoque de comando y control, sin embargo, tuvo muy poco impacto y continuó la crisis ambiental. Asimismo, frente al cambio climático, se optó por la transición energética y posteriormente se priorizó la eficiencia energética, pero continúan las emisiones contaminantes. Se ha propuesto soluciones basadas en mecanismos y figuras económicas, como los Bonos de carbono, pero sucede lo mismo, no han sido tan eficaces para frenar el cambio climático. Y en materia de biodiversidad, para contener su declive, sólo se han considerado metas de porcentaje de protección (30%) en superficies terrestres y marinas hacia el 2030, mas mecanismos de compensación.
Y lo más reciente, ha sido, para el control de la generación de residuos, el enfoque de economía circular, mas sin embargo, aun es temprano para evaluar su efectividad.
Por otra parte, en razón de los derechos humanos ambientales, se han priorizado, los juicios ante los tribunales, en lugar de los procedimientos administrativos. Y en las últimas COPs tanto de Cambio Climático como de Biodiversidad, la discusión se ha centrado en el financiamiento, cuando este tema, observa ya una crisis pues los gobiernos ya no cuentan con amplios recursos económicos o solvencia y los grandes bancos americanos de Wall Street están abandonando la Alianza Bancaria de Net Zero (2025).
Y si a lo anterior le sumamos, la visión inmediatista, existencialista, afectiva, pragmática, de corto plazo, del hoy, sin tomar en cuenta que hay procesos ecológicos de mediano y largo plazo y más de fondo que de forma, continuaremos en la crisis del pensamiento.
Todo ello, nos indica sobre la necesidad de generar nuevos enfoques, teorías, conceptualizaciones, paradigmas e interpretaciones que provean soluciones mas efectivas.
Pero sin duda, la cuestión central descansa en la relación hombre-naturaleza, en el contexto actual. Es decir, en cómo conceptualizamos que debe ser dicha relación.
Y un primer elemento, consiste en conceptualizar la finitud del ser humano y los recursos naturales, lo cual no es nada nuevo, pero que, si tiene que ver con la generación de nuevos enfoques, ya que la finitud no es la muerte sino la vida.
El concepto o término finitud, podemos considerarlo como la sustantivación de los atributos del ser o de los seres finitos, cuya existencia es presupuesta como su condición. Que los seres son finitos como también los recursos naturales es evidente, tal como lo muestra su multiplicidad, diversidad y limitaciones, tanto en su esencia misma como operativa. La finitud es, pues, categoría atribuible a todo ser o recurso natural.
La finitud puede hacer referencia también a aspectos cuantitativos físicos no vivos (lo abiótico), espaciales y temporales para designar aquello que está delimitado y circunscrito.
Los actos intelectivos, tienden, por sí mismos, a integrar las perspectivas, a sobrepasar lo conocido y a buscar lo incondicionado o el infinito, por ello, se requiere de un mayor ejercicio intelectual hoy en día.
En tal medida, la relación hombre-naturaleza es intrínsecamente condicionada por la finitud, ambos aspectos por si mismos son finitos y ahora la carrera, es quien se extingue primero, ¿el Hombre o la Naturaleza?
Pero tal carrera, implica la desaparición o extinción de otras especies vivas, tal como se ha venido insistiendo con la futura Sexta Extinción mundial, más sin en cambio, en los últimos 50 años de acuerdo a estudios recientes, se ha perdido hasta un 6% de la biodiversidad por década, afectando a millones de especies y ecosiste+ ‘0pvmas esenciales para la vida en la Tierra.
Ya desde 1972 con el Informe titulado Los Límites del Crecimiento se daba cuenta que los recursos interconectados de la Tierra –el sistema global de la naturaleza en el que todos vivimos– probablemente no puedan soportar las tasas actuales de crecimiento económico y demográfico mucho más allá del año 2100, si es que dura tanto, incluso con tecnología avanzada. En la conclusión del informe de 1972 se asienta que si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos 100 años. Pero la tesis principal del Informe es que, “en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (población y producto per cápita) no son sostenibles”. Sin duda, la polémica tiene su origen en el crecimiento económico y su relación con el medio natural.
Esta finitud espacial, nos remite a lo que llamamos biosfera, que es una capa bien estrecha, de no más de 50 kilómetros de espesor, y tan sólo de 0,9 % el radio del planeta de 6.500 kilómetros. Y es en ese espacio en el que se desenvuelve toda la vida conocida, de miríadas de virus y bacterias, y de millones de especies animales y vegetales, con el único input exterior de la energía solar.
Hay que considerar la necesidad de recurrir a la autolimitación voluntaria. Porque, en definitiva, los humanos, en vez de seguir la senda de la razón definible por la curva logística, continúan en su crecimiento exponencial y consumismo.
No se puede omitir que dentro de los intelectuales mexicanos, esta Enrique Leff, que ha propuesto como paradigma que la crisis ambiental es una crisis civilizatoria, al igual que el concepto de racionalidad ambiental.
Pero recordemos que dentro de los antecesores del actual humano, también ya han desaparecido el homo erectus, y el hombre de Neanderthal, que convivió con el sapiens durante decenas de miles de años, hasta su definitiva desaparición, seguramente a manos del propio sapiens. Quizá lo que sigue, después de tanto tiempo del homo sapiens, sea el homo ecologicus.
La segunda parte, en la siguiente semana, abordaremos la política ambiental.