A Jaime Zúñiga, ejemplar defensor de la cultura y tradiciones de Querétaro.
Ni los pueblos ni las personas estrenan su existencia en el momento que viven y conviven. No somos palomitas de maíz que de pronto irrumpamos en el mundo, hongos que brotamos espontánea y milagrosamente. Pueblos y seres humanos somos resultado de nuestra historia. Es a partir de nuestras experiencias pasadas como actuamos en el presente. Por algo es reconocido que la historia es la gran maestra de la vida. Todo esto viene a colación porque estamos ante la inminente realización del proyecto del tren eléctrico México- Querétaro, pero no podemos deslumbrarnos ante los efectos positivos inmediatos, sino también profundizar seriamente en los graves riesgos que el día de mañana puede tener para el Estado y todos sus habitantes.
Los queretanos, diríamos los aficionados al box, tenemos mucha lona galopada, los cazadores afirmarían, somos liebres ya muy apiedradas en el tema. En lenguaje cervantino, el tren eléctrico es un proyecto de sobra conocido por pueblo y gobierno de Querétaro, con una nueva variante de reflexión, lo que le ha sucedido a nuestros hermanos yucatecos con su tren. En el fondo y en la forma de la cuestión, está la relación del poder central con las autoridades y comunidad del territorio en el que se encuentra la magna obra. En este sentido, la recuperación de Los Alcanfores para Querétaro, espacio que era propiedad de Ferrocarriles de México, nos puede aportar grandes luces. Queremos recordar esta jornada, las experiencias que de aquí se desprenden nos pueden ayudar para afrontar el tren eléctrico, que sin duda puede tener grandes beneficios pero también acarrear preocupantes peligros. Transmito la historia de Los Alcanfores, no presumo que sea la verdad histórica, es de lo que me acuerdo. Afortunadamente lo narrado aquí tiene constancia por escrito en la prensa local y nacional.
En el ya lejano 1985, presente lo tengo yo, diría el corrido, fui propuesto como candidato a diputado federal por el PRI, en el que entonces militaba. El candidato a gobernador era Mariano Palacios Alcocer, con una popularidad y simpatía de los queretanos abrumadora; era el candidato soñado por cualquier partido. Yo había nacido en Querétaro, pero lo había dejado para irme a estudiar a México y después a Europa. Si bien venía con frecuencia a Querétaro, la realidad es que los queretanos no me veían como un queretano químicamente puro, sino una imposición del centro. El candidato que preferían los militantes y simpatizantes del PRI era a Enrique Burgos.
Mi opción para ganar las elecciones era cubrirme bajo el sacratísimo manto de popularidad de Mariano y confiar en el PRI local, que coordinaba Rubén Galicia y que tenía a efectivos colaboradores como Norberto Plascencia. Tenían la maquinaria electoral partidista muy bien aceitada. Durante la campaña en todos los actos masivos, Mariano me daba la oportunidad de que hablara para que me conocieran. Soy de carisma lento, por no decir, bastante sangrón de entrada; los simpatizantes del PRI seguían sin aceptarme. Decidí lanzarme a construir mi imagen personal sostenido por alguna causa. ¿Cuál?
En un recorrido cerca de la estación de ferrocarril recordé que mi abuelo, Constantino Llaca, quien fue gobernador de Querétaro, en invierno nos llevaba a caminar a un terreno que se llamaba los Alcanfores, se suponía que nos protegía contra la gripa si olíamos los eucaliptos, con su olor a farmacia, como diría Borges, La hermosa área verde con árboles centenarios se había convertido en espacio de asentamientos irregulares, basurero, hotel de paso, área de asaltos y violaciones. Una auténtica zona de peligro para peatones y vecinos. Había encontrado la causa: recuperar los Alcanfores.
Inicié en los periódicos con un llamado: “Salvemos los Alcanfores”. El Periódico “Noticias y el Diario de Querétaro”, encabezaron la causa en la prensa. Como primer paso para su recuperación fue limpiarlo, para este propósito tuve que pedir autorización; por más oficios que envié a Ferrocarriles no tuve respuesta. Visité a nueve funcionarios federales, sí, a nueve, algunos de ellos más de una vez. Todos aparentemente podían dar la autorización formal, pero cuando la pedía por escrito, ninguno se consideraba competente y aducía los más variados y hasta chuscos argumentos. A continuación algunos: “Para qué lo limpia, si luego lo ensucian”; “Primero haga una campaña de educación y luego hace la petición”.
Acudí al PRI nacional que tenía una Dirección de Gestoría presidida por Roberto Madrazo, quien fue delegado en la ciudad de México, gobernador de Tabasco y candidato a la Presidencia de la República. Le comenté que era más fácil abrir un giro negro que limpiar un terreno. Tampoco le hicieron caso, fue el Presidente del PRI, Adolfo Lugo Verduzco, quien tuvo que hablar con el Director de Ferrocarriles para que nos dieran la autorización de limpiar. No diré el nombre del Director pues ya murió y no puede dar su versión, basta saber que sus dos apellidos correspondían a dos mexicanos ilustres en el campo de la filosofía y de la política.
Mi primer acto de campaña personal fue limpiar los Alcanfores, Mariano le dio legitimidad a la causa, se presentó personalmente y dio la primera palada recogiendo basura. Me impresionó la colaboración de la ciudadanía, asistieron hasta de otras colonias a limpiar la zona verde. Un ejército de cientos de personas permitió que en tres días se quitara la basura de varias hectáreas.
Terminada la euforia del triunfo electoral, en mi primer diálogo con Mariano, ya como gobernador electo, le comenté mi intención de recuperar los Alcanfores para convertirlo en una zona verde para la ciudad; le pregunté su opinión. Palabras más palabras menos me dijo: “Como diputado federal tienes la obligación de legislar pero también de gestionar. Querétaro tiene un gran déficit de zonas verdes y campos deportivos, la causa de los Alcanfores me parece oportuna. Cuenta con mi apoyo”. Así lo hizo.
Solicité una cita con el Director que nunca me dio, cansado de llamadas telefónicas me dediqué a recopilar firmas de habitantes de la zona y colonias cercanas a los Alcanfores, junté en unos cuantos días cerca de cinco mil firmas y las envié a Ferrocarriles. Tampoco obtuve respuesta. En mi columna de Excélsior publiqué el drama de Querétaro en zonas verdes, en una ciudad cada ser humano tiene derecho a nueve metros de zonas verdes en ese tiempo los queretanos solo disponían de un metro por habitante. Los Alcanfores ocupaba un espacio de aproximadamente 13 hectáreas.
El tema trascendió nacionalmente y una de las primeras asociaciones de ecologistas: “El grupo de los Cien”, que eran organizados por el poeta Homero Aridjis y mi estimado maestro Arturo González Cosío se unieron a la causa, me reuní con ellos y les expliqué el problema, como reacción dieron entrevistas y publicaron un manifiesto. Destacaron el déficit que tenían las zonas verdes en el país y la importancia de los Alcanfores. Para parafrasear comparación actual, en Ferrocarriles se quedaron callados como momias.
En mi columna de Excélsior escribí un artículo burlón: “No hay No hay”, era la frase de un burócrata personificado por el gran cómico Héctor Suárez; en un programa de tele aparecía tras de un escritorio, se negaba a cualquier petición ciudadana: “No hay no hay”, repetía, Recorrí otra vez el caminito de Madrazo y, finalmente Lugo Verduzco. Como resultado, sin duda, de todas las presiones, el Director me dio una cita para tratar el tema. En esa ocasión fui con Roberto y como después viajaba yo a Querétaro y ella a San Miguel Allende, también vino conmigo mi amiga, la gran escritora y compañera de legislatura, la China Mendoza. Fue un encontronazo tan inusitado como violento, lo se da por llamar con toda puntualidad: zipizape.
Un ayudante nos condujo a los tres a la oficina del Director, quien saludó a Roberto, besó familiarmente a la China y a mí me ignoró por completo, dándome la espalda. Se sentó atrás de su escritorio. Mirando al techo empezó a hablar como si reflexionara, diciendo que él era guardián del capital inmobiliario de ferrocarriles y que primero se moriría, antes de permitir que se lo desmembraran. Luego se paró y dirigiéndose a mí, dijo que era un político profesional y que no lo matarían como a las moscas a periodicazos; se refería de seguro a mis artículos. Que tampoco lo espantaban los manifiestos de intelectuales “exquisitos”, obviamente se refería al Grupo de los Cien. Yo estaba entre sorprendido y paralizado, por momentos pensé ilusoriamente que hablaba en broma y que después de su perorata rectificaría; magnificando su decisión. Nada de eso, me apuntó con el índice y elevando la voz me gritó:
“Menos aún me espanta un diputadete, que no tiene ni el nivel para estar aquí”. Yo soy pacifista, una especie de Gandhi cara pálida, me levanté de mi asiento, me dirigí a su escritorio, lo agarré de la camisa y la corbata y lo jalé hacia mí, medio se cayó sobre su escritorio. Con una mano me tomaba del antebrazo para que no lo estrangulara y con la otra mano pegaba por todos lados sobre su escritorio, buscando los timbres de sus ujíeres y su secretaria. La China gritaba, Roberto me tomaba del brazo, los dos me pedían que lo soltara. No se me ocurría una frase histórica al estilo de Guillermo Prieto: “Los valientes no asesinan”. Sólo echaba espuma de la boca exigiendo respeto. La escena era digna de un pleito de vecindad y no de una audiencia en una lujosa oficina pública.
Finalmente nos sentamos todos, los guarda espaldas y la secretaria que en ese momento llegaban apresurados, sin saber exactamente qué había pasado, nos miraban a todos los visitantes con deseos de desquitar su sueldo. El Director se acomodó la corbata y la China seguía gritando y convocándonos a la paz; como buena originaria del Bajío, nos pedía que nos comportáramos como gente decente. Pasaron varios segundos en silencio, mientras los cuatro recuperábamos la respiración y la compostura.
El primero que habló fue Madrazo, le pidió en nombre del Presidente del Partido, que analizara la petición de un diputado priísta. El Director, con la voz temblorosa, dijo que analizaría la posibilidad de ceder el terreno al municipio de Querétaro, pero que eso lo trataría con el gobernador Palacios Alcocer. Practicando algo que es clásico en la política nacional, el “arte del ninguneo”. Simplemente yo no existía, se despidió de todos, menos de mí.
Lejos de cumplir su palabra de ceder el terreno al municipio trató de convencer al Gobernador sosteniendo que no podría obsequiar el terreno y que en los Alcanfores construiría un gran centro ferrocarrilero; además elevó las apuestas en mi contra. Por un lado Mariano Palacios confirmó la petición de los Alcanfores y desestimó el proyecto del Director. Por otro lado, me envió personalmente a sus siniestros emisarios.
Días después de la trifulca, estaba en la Cámara de Diputados sentado en mi curul, cuando alguien preguntó en voz alta: “¿Dónde se sienta González Llaca?” Sin identificar a la persona que gritó levanté la mano. Pocos segundos después sentí un brazo que me pasaba por la espalda y me jalaba, un rostro se me pegaba de lado casi hasta tocarme la cara, con el riesgo de chocar. Pensé, solo falta que este desconocido me diga que nos demos un besito para quitarnos la tensión del debate. Habló y me preguntó: “¿Sabes cuántos aviadores, sin trabajar reciben sueldo, en Ferrocarriles?” Apenas moviendo la cabeza para no chocar las caras, negué saber esa información. Otra vez iluso me imaginé que era un diputado que me quería dar municiones contra el Director de Ferrocarriles; para variar, fallé. Siguió: “Pues somos diez mil. ¿Y sabes una cosa? Todos, cada uno de los diez mil, estaríamos muy satisfechos y hasta presumiríamos si te partimos la madre, hijo de la chingada”.
Recuperado de la sorpresa, retrocedí la silla para salir de la curul y encarar al tipo el amenazador, lo que aprovechó para correr entre las curules y lo perdí de vista. Al no encontrarlo me dirigí al lugar que ocupaba el líder de la fracción priísta, Eliseo Mendoza Berrueto; chismoso como buen queretano le platiqué lo acontecido. Simplemente esbozó una semi sonrisa al estilo de la Mona Lisa y me dijo: “Ya me pidieron que te desaforara, pero no te preocupes, vete a tu curul y deja de sonajearte en tu columna de Excélsior al Director de Ferrocarriles”. Me sentí incomprendido, la amenaza había sido hecha por un profesional y no dudaba de su intención. YO, toda proporción guardada con Borges, pero también soy un héroe civil, algo tenía que hacer en mi defensa.
Hice un artículo en el que modocito llamaba a la prudencia al Director de Ferrocarriles. Textualmente escribí: “No haga Usted de este grave asunto del pueblo una cuestión personal entre Usted y yo. La política está casada con la pasión pero está divorciada de las vísceras. Por mi parte le ofrezco disculpas si alguna palabra o comparación lo han ofendido, lejos estoy de haberlo intentado”. El texto no enfrió la cuestión sino que envalentonó a los emisarios. Las amenazas se repitieron por teléfono y en recaditos que me dejaban por todos lados, aparentemente inofensivos y sólo fácilmente interpretados por mí.
Vagamente recuerdo algunos mensajes, que encontraba en mi curul al llegar en la mañana o estaba en el parabrisas de mi coche al salir. Uno decía: “Los árboles pueden retoñar, la vida no”; “¿No has escuchado como se rompe un hueso? Suena como una rama de alcanfor cuando se troncha”. Los miserables pensaban que me iban a espantar. Pues tenían razón, sí me espantaron. Tenía que volver a blindarme.
No se me ocurrió otra cosa que hablar con Regino Díaz Redondo, director de Excélsior, que era auténticamente lo que decía sus anuncios: “El periódico de la vida nacional”. Lo busqué con cierto escepticismo, pues Regino no recibía a los editorialistas, sólo platicaba con nosotros en fechas excepcionales como Navidad o alguna conmemoración significativa del periódico. Para mi sorpresa me recibió. Desde que llegué a su oficina la Secretaria me advirtió que fuera breve, pues tenía diez minutos. Regino me recibió puntual, me senté. Regino era todo un “Padrino” e impresionante como tal, sólo le faltaba recibirme sentado y acariciando un gato.
Iba a empezar a hablar cuando sonó uno de los múltiples teléfonos que tenía en una mesa de atrás, recorrió la mirada e identificó al que sonaba, lo levantó. Era el Presidente de la República, escuchó lo que aparentemente eran instrucciones y respondió con monosílabos; “Entiendo. Está bien. Así será”. Con un ojo a su colección impresionante de búhos de adorno y con los dos oídos, seguía la conversación. Acto seguido marcó un teléfono y habló con Aurora Berdejo, la periodista que escribía la columna más leída por la clase política. La citó en su oficina. Se volteó hacia mí, intenté hablar pero me interrumpió.
¿Cómo está? ¿Cuál ha sido la reacción de Ferrocarriles?
Señor Director, tuve un encuentro muy desagradable con el Director, se portó muy majadero y violento. Estaba presente la China Mendoza (que también era editorialista), le puede Usted preguntar.
Por supuesto que no, le creo. Usted provoca esas reacciones iracundas, su ironía que es el gozo de sus lectores, es sarna para los políticos, enfermos de solemnidad. No se preocupe, no le harán nada. Ahora respóndame una pregunta, conteste con sinceridad, porque si descubro que es mentira no volverá a publicar en Excélsior.
Yo pasé aceite.
¿Le asiste la razón en ese terreno que reclama para su Estado? Le insisto: Dígame la verdad. Está advertido de la consecuencia hasta por una media verdad. ¿Tiene razón?
Apenas me salía la voz y contesté:
La razón y el derecho.
No me respondió, recogió un papel del escritorio y empezó a escribir. Para entonces ya estaba su secretaria a mi lado, quien me tocaba el hombro. Antes de que me sacara a fuerzas como un parroquiano que se le pasaron las copas, me paré y me encaminé a la salida con la esperanza de que Regino volteara para despedirse, nada, siguió escribiendo. Al salir del edificio de Excélsior estaba devastado, no había servido de nada hablar con Regino. Respiré el aire de Reforma, ni con el smog era suficiente para llenar mis pulmones.
POSDATA. Si Sergio Arturo Venegas nos abre otra vez el espacio en sus páginas, narraré la conclusión de este logro colectivo de los Alcanfores y las lecciones que pueden servirnos en la realización del Tren Eléctrico.