Desde el largo periplo que lo llevó a la presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador usó una retórica basada en la crítica a los regímenes neoliberales, autoritarios y corruptos del PRIAN. Para remarcar la diferencia repetía como estribillo, “no somos iguales”, y convirtió en su villano favorito al expresidente Salinas de Gortari. Una gran ironía resulta que al término de su mandato resulten, salvo algunas proporciones guardadas, muy parecidos.
El autoritarismo es uno de los puntos de semejanza, al igual que el éxito electoral de sus políticas. Al término de su mandato Salinas conservó para su partido 30 entidades federativas y un congreso afín; López Obrador entrega 24 estados a su partido y el congreso con mayorías absolutas. Al final de la gestión de Salinas la economía quedó prendida de alfileres, con López Obrador también, pero con mayores salvaguardas, paradójicamente, dejadas por Salinas y los neoliberales satanizados.
En las diferencias, que son muchas, resalta la forma de ejercer el poder, particularmente en su relación con los estados de la federación. Lázaro Cárdenas y Carlos Salinas utilizaron el poder para afianzar su liderazgo, el primero urgido de sacudirse el Maximato Callista y el segundo para borrar la imagen de ilegitimidad de su elección fundamentalmente; el primero removió a 19 gobernadores durante su mandato y el segundo movió a 17 gobernadores, 8 por motivos electorales y el resto por conflictos en sus entidades o desencuentros políticos o por ser llamados al gabinete.
En ambos casos, esto sirvió para afianzar la gobernabilidad y establecer sin dudas la magnitud de su poder. En el caso de López Obrador, la relación con los gobernadores fue basada en la sumisión y obediencia. El poder fue ejercido en plenitud y los gobernadores comparsas, aún los de oposición que, sin un liderazgo partidista que los protegiera entregaron sus estados.
A diferencia de sus dos referentes presidenciales, uno admirado y el otro vilipendiado, López Obrador no necesitó mover gobernadores; centralizó el poder, la obra pública y lo demás lo hizo la ineficiencia de los gobernantes que recibieron a cambio cotos de impunidad.
Sin importar lo bueno o malo de las administraciones, bastaba la obediencia para ganar el favor presidencial y el reparto de embajadas y consulados fue generoso sin que denuncias de corrupción e ilegalidades fueran óbice. Así se incorporaron al servicio exterior: Carlos Ayza exgobernador de Campeche, Claudia Pavlovich de Sonora, Quirino Ordaz de Sinaloa, Omar Fayad de Hidalgo y Carlos Joaquín Gonzáles de Quintana Roo, todos ellos con cuestionamientos serios al final de su gobierno.
Hoy la práctica continúa; tras la elección del 2 de junio, 9 gobernadores han dejado la silla y unos han recibido la promesa de ubicación privilegiada mientras otros ya la ocupan, es el caso de Martí Batres que despacha en el ISSSTE, o Rutilio Escandón de Chiapas que será Cónsul en Miami, y Salomón Céspedes de Puebla en el Instituto Nacional de Migración, siguiendo con Carlos Merino de Tabasco y Cuitláhuac García de Veracruz que tienen prometido un “cargo estratégico”.
Atenidos a los hechos, López Obrador premió las deslealtades a sus partidos de los gobernadores de oposición y Claudia Sheinbaum estará pagando las cuentas de su antecesor en tanto se gana la lealtad de los sucesores.
Resalta el hecho de que, a diferencia de los presidentes anteriores, los de la denominada Cuarta Transformación no defenestran a nadie, ni siquiera a quien como Rocha Moya en Sinaloa altera las evidencias de un crimen del cual es sospechoso natural y que ha confesado que llegó al poder pactando con el narcotráfico, o a Cuitláhuac García cuyo gobierno está señalado como el peor que ha tenido su estado, o a Rutilio Escandón que dejó a su entidad inmersa en la violencia con comunidades enteras desplazadas y refugiadas en el extranjero. Por mucho menos que esto cayeron gobernadores priistas y hay exgobernadores en la cárcel o perseguidos y los que no, se han refugiado en Morena con cuya afiliación quedan libres de culpas, o protegidos como Javier Corral.
Se dice que todo esto sucedía también en el PRI del siglo pasado y que la complicidad protegía a los amigos dándoles impunidad y fueros, pero AMLO dijo que no eran iguales en Morena y que cambiaría el régimen para bien. No ha sido así, los priistas premiaban y castigaban, aquí no se castiga.
La corrupción campea por sus fueros, la opacidad es distintivo y la militancia garantía de impunidad. Definitivamente no son iguales, aunque en otros modos, malos modos, se parezcan demasiado.