Hoy de nada sirve plantearlo así, pero México y Canadá son los únicos países desde donde ha atacado el territorio continental de los Estados Unidos de América.
En el lejano 1812 los británicos, tras la batalla de Bladensburg, y la destrucción de una posta en Port Dover, en Canadá, ocuparon la ciudad e incendiaron el Capitolio de entonces en la capital americana. Si bien el agresor como un país independiente no fue Canadá quien causó estragos militares a los estadunidenses, la fuerza punitiva si provenía de ese territorio británico protegido.
El general Robert Ross comandó las fuerzas incendiarias y el presidente Madison se vió forzado a la graciosa huìda. Regresó al poco tiempo.
Otro caso de invasión fue el célebre ataque guerrillero de Francisco Villa (1916) a la fronteriza Columbus, Nuevo México (no confundir con Ohio).
Pero más allá de esos nostálgicos apuntes, hoy México y Canadà están fìsica y políticamente, separados por los Estados Unidos y los tonos de agresividad despectiva de los candienses hacia México, son ahora ingrediente desconocido en la historia de nuestras relaciones (1944).
En el clima tormentoso de los amagos arancelarios de Donald Trump contra ambos países (firmantes los tres del Tecom), los canadienses ya han tomado partido y México se ha convertido en una escuálida rebanada de jamón en el sandwich de América del Norte, región a la cual nos adherimos, desde los tiempos del salinismo modernizador, al parecer por muy poco tiempo.
Hoy los canadienses consideran un insulto cuando en el marco de los amagos impositivos, se les compara con México y frente a ese agravio, nuestra presidenta ha respondido con inusitado vigor:
“…Cada quién que vea por cada cuál y cómo nos relacionamos, nos coordinamos, nos complementamos en temas de comercio y otras virtudes que tiene la relación bilateral y trilateral, no solamente de comercio y económica, sino también culturales y de mucho… educativas y muchas otras relaciones que hay con Canadá.
“Lo que sí, es que México es un gran país, un gran país.
“Ya quisieran, la verdad, la riqueza cultural que tiene México, de nuestros ancestros, de los pueblos originarios; México tiene más de 3 mil años de historia y civilizaciones precolombinas, prehispánicas, grandiosas.
“Entonces, no por ello… México nunca va a ser menos, al contrario, somos iguales; somos distintos, sí”.
Evidentemente los agravios de hoy pueden ser respondidos con la enormidad arqueológica de Teotihuacán, el Templo de las Inscripciones en Palenque o la pirámide de Chichén Itzá y nos salen debiendo. ¿Qué se creen?
Pero ya en el mundo real, hay un hecho sustantivo en estos días: la arrogancia de Trump ha generado desde ya, un inicio o al menos un indicio de la nueva conformación geopolítica de América del Norte: el implacable desequilibrio.
Se podría decir, los canadienses nos están empujando hacia el sur y los estadunidenses, de quienes ya habíamos logrado el respeto debido al patio delantero (Biden dixit) ya nos miran de nuevo como la zotehuela de atrás.
Pero además de nuestra grandeza precolombina, prehispánica y hasta prehistórica, si se quiere, los mexicanos tenemos un arma frente a Canadá: las concesiones de la industria minera cuya vigencia podríamos cancelar, ya por la vía de una declaratoria de área natural protegida (como con Calica), ya por el sendero de la expropiación. Con la ley en la mano, como el Tata a quien tanto veneran en la 4T, hizo con la industria petrolera.
“…Esta nueva etapa de la minería en el país –dice Fundar. 2023–, se caracteriza por la preponderancia de la extracción del oro y la plata, que se lleva a cabo en el 70% de las minas que operan en el país, 68% de las cuales son propiedad de corporaciones canadienses. La mayor parte de estos proyectos mineros son tajos a “cielo abierto”, prohibidos en los llamados países desarrollados…”
Esa es una fuerte carta de negociación. ¿Quieren el oro y la plata?