No es de extrañar que en estos tiempos se desconozca el verdadero significado que tenía el término “diva” cuando se acuñó para nombrar a las cantantes de ópera y luego a las actrices más cotizadas de Hollywood como Gloria Swanson; de manera que en esa trayectoria se introdujo en la comunicación de espectáculos cuya distinción es repetir hasta el cansancio las mismas palabras todos los días, como se revuelcan las mismas notas chabacanas que distinguen a este género periodístico en nuestro país y así, ha resultado fácil nombrar a muchas luminarias artísticas con este término que en muchos casos también tiene una connotación peyorativa. Al mismo tiempo, el término conlleva un ingrediente que convierte en leyenda a quien se le llama diva y Silvia Pinal no fue una leyenda. Lo supimos aquella mañana en el AICM, donde mi entonces esposo y yo la encontramos descendiendo de un auto y la seguimos detrás admirando su hermosa figura, el movimiento que hacía su falda sobre sus piernas de diosa y su hermosura por demás inmarcesible cuando aquel mujerón cifraba los cuarenta años.
Su vida, dedicada a las artes escénicas la perfila como la más completa de todas las actrices que distinguieron la llamada Época de Oro del cine mexicano pues no sólo actuó en dramas y comedias, bailó, cantó, rio y lloró, pudo experimentar todas las emociones humanas desde una mojigata comesantos a una cínica vividora o una infeliz y descompuesta soldadera como la punitiva desnudez en una comunidad extraña. Una trayectoria sin par que fue cincelada a base de esfuerzo y olvido de sí misma y de aspectos propios de su vida personal, que llegado el tiempo le cobraron factura pues conocidos son los muchos conflictos y escándalos en los que se han visto sus descendientes, los vástagos de su vida en quienes dejó deudas de atención manifiestas a lo largo de los años.
¿Qué hubiera querido yo? Haber sido hombre para amarla como ninguno de esos que pasaron por su vida debió hacerlo. ¡Qué pena señores! que no hayan estado a la altura. Habiendo sido tan mal amada agregó a su experiencia pérdidas a cuál más dolorosa que la pérdida de una hija y haber sido maltratada físicamente en algunas ocasiones de las cuales guardó silencio, reflejo fiel en ella de una época en la que las mujeres guardaron provechoso silencio para el patriarcado y reproducción del nada honroso machismo mexicano. En su favor tuvo el privilegio de compartir créditos con los galanes más apuestos y connotados del cine nacional, ser inmortalizada por nuestro pintor nacional, revelada por el mejor cinefotógrafo de la historia del cine mexicano y conducida por multipremiados directores.
En su larga y productiva vida Doña y bien merecido el Doña, Silvia Pinal desarrolló una gran capacidad para hacer cosas dentro del cine, teatro y ejecución de obras con objetivos sociales como su programa que visibilizó hace décadas los problemas de violencia hacia las mujeres. Desde su trinchera de trabajo y las excelentes relaciones que siempre sostuvo con el otrora imperio televisivo, la señora Pinal tuvo a su disposición un equipo completo de producción como todos los que la rodearon a lo largo de su carrera; desde su primer marido, después convertido en piedra angular de los incipientes teledramas de los inicios de la gran industria telenovelera, pasando por productores y directores cinematográficos y teatrales de calibre internacional que apuntalaron sus talentos maduros a fuerza de trabajo porque, si solo hubiera que decir algo bueno de ella, sería la ejemplar trabajadora incansable que fue hasta hace muy poco tiempo; sumo su versatilidad histriónica, su belleza de arriba abajo, simpatía por el secreto pues estoy segura que donde quiera que repose Silvia Pinal, muchos secretos debe haber llevado consigo; los guardó celosamente, nunca habló de muchas experiencias que como mujer, madre y artista vivió.
Sobre ella pueden y podrán decirse muchas cosas, buenas y no tan buenas, como sus profundas diferencias filiales con sus hijas, sus pérdidas como madre, demandas laborales de sus trabajadores que la retratan como un ser humano real y no legendario y sin cualidades de diva pues difiero de esos calificativos, amén de que las nuevas generaciones han olvidado a otra luminaria del llamado cine de oro mexicano y que sobrevive, alejada del mundanal ruido, que dado que esta nota es una plegaria por las buenas obras de Silvia Pinal, no diré su nombre.
¿Qué hubiera querido yo? Platicar largamente con ella. Preguntarle por todo lo que nadie le preguntó, por sus emociones en tal o cual escena de las que en alguna ocasión dijo que, aunque había sido difícil desnudarse frente a la cámara, luego ya no sintió nada; que su compañero ícono del cine era un buen besador pero muy enamoradizo; que aquel pintor se dio por bien pagado sólo por contemplarla frente a él enfundada en entallado vestido y no desnuda como habría deseado. ¡Bravo por ti Silvia Divina! Tu legado es recordarte siempre como un ser humano excepcional por su belleza suprema y perfecta, por su trabajo de ejemplar entrega y sanador de emociones. Vaya un largo aplauso para usted ,Silvia Pinal Gran Maestra del Cine.