La semana anterior, el martes 4 de noviembre, se definieron dos factores de incertidumbre y poco a poco se va definiendo también el perfil de la administración a cargo del Poder Ejecutivo. La elección presidencial en USA confirma el escenario sobre el que habrá de actuar el gobierno mexicano y la resolución de la Suprema Corte sobre la supremacía constitucional, aclara también que para el gobierno federal y su corte legislativa la única ley que les gusta es la de Herodes.
Claro que esto último es una especulación que solo tiene como base una cita bíblica; Mateo: 7-16 “por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?” Especulación también resulta el pensar que con la elección de Donald Trump la relación entre los dos países se tornará más tormentosa.
La especulación algo tiene de elucubraciones, sobre supuestos que pueden o no darse y en este caso las señales serán claras hasta el 20 de enero de 2025, fecha de la toma de posesión. Señales que darán paso a mayores conjeturas, cuando se vaya conociendo la conformación del nuevo gobierno norteamericano y la influencia que en él tendrán los poderes fácticos alineados con la política del triunfador.
El que se haya resuelto la sucesión en el vecino país no destierra la incertidumbre sobre el futuro de dos aspectos cruciales: el tratado comercial TMEC y la migración, particularmente cuando en nuestro país, las reformas implementadas por el anterior gobierno y confirmadas por el actual, generan puntos de conflicto y desconfianza entre las partes.
La parte mexicana parece convencida de que la codependencia vigente en las relaciones de producción y comerciales obligará a los acuerdos pero eso actualmente es pura conjetura. Lo que ha trascendido es que ante una eventual exigencia de adecuar nuestra legislación a los términos comerciales se responderá con la tesis de la soberanía nacional, y no permitir intromisiones en la vida nacional, lo que reforzará la imagen interna del gobernante pero que augura consecuencias no agradables para la parte mexicana
En el plano nacional se advierte la intención de crear un nuevo régimen, las reformas propuestas que están siendo aprobadas velozmente y sin reflexión, denotan que hay fallas graves en el diseño porque está siendo construido sobre bases retóricas ideologizadas aprovechándose de la inmovilidad o indiferencia de la masa social, convenientemente mediatizada con aportaciones pecuniarias.
El discurso oficial intenta convencernos de que el Poder Judicial es corrupto porque no es electo por el pueblo y que una vez que el pueblo decida la justicia cambiará y eso es falso. Es un paralogismo inaceptable, como lo es en sí todo el proyecto que perfila el nuevo régimen que puede ser víctima de sus propias contradicciones.
La falta de un diseño integral que trascienda las ocurrencias de una mente trasnochada enfrenta a la ideología con la praxis y evidencia la improvisación, propia más del interés político particular que del interés nacional. Se pueden hacer escenarios sobre las consecuencias de someter a decisiones políticas las funciones jurisdiccionales, como también imaginar lo caótico que resulta para el organismo electoral resolver la conjugación de la geografía electoral con la jurisdiccional y como pretenden llevar esto al ámbito local sin lesionar la soberanía de los estados, pero todo esto cae en el terreno de la adivinación, esperando que encuentren la forma de resolverlo con el laberinto de leyes dispersas y confusas que están creando.
A poco más de un mes de haber asumido la presidencia, ya parece no haber duda sobre la continuidad de un proyecto construido sobre la repetición tautológica de conceptos como la corrupción, la desigualdad y la lucha contra la difusa imagen del adversario del jefe carismático. Convirtieron la estadística nacional en materia de debate y de sus propias conclusiones hacen leyes con ligereza, con superficialidad programática que las hace frágiles y sobre todo peligrosas.
A la incertidumbre inicial, aun no del todo resuelta, sigue ahora el momento de las conjeturas, de la especulación sobre el incierto cambio al que nos enfrenta un régimen que, sin un ejercicio dialéctico, impone ideología, genera cambios estructurales que configuran un poder político hegemónico, sin alterar la estructura sociológica del país.
Cambia el poder, no la nación, que tendrá que desarrollarse en los próximos años, entre el caos y el ejercicio soberbio del poder de la mayoría electoral. Los métodos y mañas por la que fue obtenida revelan la naturaleza del régimen y desnudan la verdad detrás de la falacia retórica de la cuarta transformación.
El inmovilismo social, la falta de una oposición articuladora de las disidencias, y el debate que no trasciende de la polémica periodística facilitan que las conjeturas sobrepasen a las certezas en esta realidad confusa que estamos viviendo.