Como si todo consistiera en la aplicación de fórmulas contenidas en un manual de procedimientos, acciones y reacciones, las primeras palabras de Donald Trump en su segunda victoria electoral (prueba de lo falible de la democracia electoral), se han reducido a una frase conocida para los mexicanos: estamos haciendo historia.
El manejo de la palabra historia, su aplicación innecesaria pues a la larga cualquier resultado habría sido histórico, resulta frecuente en este tipo de oratoria. Por ejemplo, si Kamala Harris hubiera ganado (como en México ocurrió con otra dama), se exaltaría hasta el fin del universo la frase, por primera vez en la historia una mujer, etc., etc.
Todo es materia prima de la historia y más de la oratoria aun cuando algunos casos, como el temido regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, sea –de principio– una historieta.
Las otras similitudes, al menos en los casos de México y Estados Unidos, son menos verbales.
Al momento del anterior cambio de poderes, en el Capitolio en Washington, donde los americanos practican la liturgia del juramento presidencial con todo y su Biblia y la mano sobre ella, Donald Trump alentó a una horda fanática cuya irrupción pretendía impedir la transmisión constitucional del mando.
Pero eso lo olvidaron y lo perdonaron los electores. Volvieron a votar por él y lo llevaron por segunda ocasión al 1600 de la Avenida Pennsylvania, para lo cual –por cierto– fueron fundamentales los votos electorales de Pennsylvania.
Aquí con idénticos propósitos un hombre (de cuyo nombre no quiero acordarme) se apropió de la Plaza Mayor, invadió con una horda fanática la principal avenida del centro de la ciudad de México y logró, tiempo después, la anhelada presidencia, para “hacer historia”. En fin.
En el Caso Trump, cuya vigencia política sigue siendo para mí una muestra de la decadencia (al menos moral) de los Estados Unidos, con los escándalos prostibularios y financieros a cuestas, la enorme mayoría hizo a un lado la condición de culpabilidad del candidato, imputado tras un juicio en Nueva York, por fraude fiscal y otras muchas felonías.
Las frases de la victoria no pueden ser más parecidas. Muchas de ellas, a los dichos de triunfo con los cuales la 4T orna sus parlamentos:
“La victoria de Trump superó expectativas…
“ (SE).- Obtendremos por lo menos 315 votos del Colegio Electoral, gané también el voto popular, lo cual es grandioso”, dijo Trump anotando que su partido, el Republicano, le arrebató al Demócrata el control del Senado y que probablemente retendrá la mayoría en el Cámara de Representantes en el Congreso Federal.
“Los vamos a hacer muy felices y orgullosos de su voto, Estados Unidos nos ha dado un poderoso mandato que no tiene precedentes, haremos grande a Estados Unidos otra vez”, dijo una y otra vez.
Allá como acá, el “carro completo”. “The full wagon”; diríamos con una libre traducción al spanglish.
Y sobre lo ocurrido aqui, indispensable la cita de ayer de Pablo Hiriart, tomada de “El Ahuizote” magonista:
“…Doloroso nos es causar al pueblo mexicano la merecida afrenta de lanzar esta frase a la publicidad: ‘La Constitución ha muerto…’. ¿Pero por qué ocultar más la negra realidad? ¿Para qué ahogar en nuestra garganta, como cobardes cortesanos, el grito de nuestra franca opinión?… cuando la justicia ha sido arrojada de su templo por infames mercaderes y sobre la tumba de la Constitución se alza con cinismo una teocracia inaudita.
“(…) La Constitución ha muerto, y al enlutar hoy el frontis de nuestras oficinas con esta fatídica frase, protestamos solemnemente contra los asesinos de ella, quienes teniendo como escenario sangriento al pueblo que han vejado, celebren este día con muestras de regocijo y satisfacción”.
Por otra parte, mirando al norte, nuestra presidenta no tendrá problemas para entenderse con Trump. Bastará una breve consulta a Marcelo Ebrard y YSQ, quienes son expertos en doblamiento y genuflexión ante DT.