Ariel González
Sea cual sea el resultado de hoy en las elecciones presidenciales de Estados Unidos –que muy probablemente no conoceremos este mismo martes–, parece que a México las cosas no le serán fáciles en los próximos cuatro años. Esa es la conclusión más aceptada entre los diversos analistas y expertos cuando abordan el tema. Razón no les falta, puesto que algunos de los problemas medulares que han abordado los candidatos Kamala Harris y Donald Trump de cara a sus electores tienen que ver directamente con México: narcotráfico, inmigrantes y el acuerdo de libre comercio.
Desde luego, el radicalismo de Trump para enfrentar estos asuntos difiere considerablemente de la prudente firmeza con que Harris promete resolverlos. Sin embargo, los electores demandan soluciones urgentes y con ese ánimo saldrán a votar. Con o sin razón, la entrada de drogas procedentes de México es vista, por ejemplo, como la principal causa de que 107 mil 500 personas murieran por sobredosis en 2023 (según datos del Centro Nacional de Estadísticas Sanitarias de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, CDC, por sus siglas en inglés). Y es muy posible, me temo, que el violento y contundente discurso de Trump a este respecto resulte más atractivo para muchos estadounidenses, lo mismo que sus rabiosas consignas contra los inmigrantes y la supuesta pérdida de empleos y oportunidades a partir del T-MEC.
El populismo en todas partes se especializa en conectar con los ciudadanos a partir de problemas reales y de identificar a los presuntos culpables de estos. Y México es, según Trump, responsable de buena parte de los problemas a los que él dará soluciones draconianas: capturando a los narcos, si es preciso en territorio mexicano; cerrando la frontera a quienes desean ingresar ilegalmente y poniendo límites al acuerdo de libre comercio a través de aranceles y de la revisión de diversos capítulos que “afectan” a sus empresas y al empleo en su país.
Como puede verse, si Donald Trump resulta ganador parece que vamos a estar en más problemas. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedió hace 8 años, cuando llegó por primera vez a la Presidencia de EU, el público mexicano y el partido en el poder no reflejan mayormente alarma o incertidumbre. Hay que recordar que en aquella ocasión incluso hubo algunos personajes de la política y los negocios (como Manlio Fabio Beltrones y Carlos Slim) que intentaron tranquilizar a los mexicanos acerca de lo que pasaría en lo inmediato.
Es más, ahora el interés de los mexicanos por el proceso electoral en EU ha decaído, a pesar de que una parte de los movimientos a la baja del peso respecto del dólar es atribuible a la incertidumbre que encierra la posibilidad de que Trump regrese a la Presidencia. Tampoco el gobierno de Claudia Sheinbam parece mostrar gran interés y todo indica que no tiene un plan claro sobre cómo podría enfrentar una batería de medidas como las que ha venido anunciando el candidato republicano en su campaña. Creo que se da por hecho que ya gobernó una vez y que no vino el apocalipsis. Y eso podría ser cierto, pero se ve muy difícil que en esta segunda oportunidad Trump no ponga en marcha toda su locura a nivel regional y global.
La novedad es que el pragmatismo populista ha hecho posible que líderes mundiales aparentemente opuestos mantengan incluso una cordial relación. El caso del trato que mantuvo Donald Trump con Vladimir Putin, Viktor Orbán o Kim Jong-un en su primer periodo como Presidente de EU, puso de manifiesto que el desprecio común por las instituciones democráticas podía sobreponerse a las profundas e históricas diferencias entre sus naciones.
Como firme y orgullosa heredera de un gobierno populista que vio en las reglas democráticas un estorbo y que supo llevar una “magnífica” relación con Donald Trump (en realidad bastante humillante para México), la Presidenta Claudia Sheinbaum encaja perfectamente con ese modelo de liderazgo con el que a Trump le gusta llevar “la fiesta en paz”. Eso, sin embargo, parecería posible a unos 5 mil kilómetros de distancia, pero desgraciadamente para el gobierno mexicano compartimos una extensa frontera de 3 mil kilómetros, lo que ha convertido a nuestro país en el blanco favorito del discurso más agresivo y racista de que tengamos memoria.
Durante la presidencia de Biden, el gobierno de Morena ha gozado de un amplio margen de acción antidemocrática debido, entre otras cosas, a que Estados Unidos ha tenido que atender otros problemas que le resultaron más urgentes: Ucrania, el Medio Oriente o China. Pero con Trump los asuntos domésticos –de los que es culpable su vecino pobre– serán prioritarios nuevamente, porque, por ejemplo, no es partidario de seguir apoyando a Ucrania en su guerra contra los invasores rusos.
A Trump, es cierto, le importa un comino si Morena rompe el orden constitucional y pasa a formar parte abiertamente de las naciones antidemocráticas. Pero lo que no le da igual es que sigan entrando toneladas de droga, miles de migrantes y que su economía esté “desprotegida” frente a un T-MEC que favorece según él a México. Entonces, por muy buena que haya sido la relación entre Trump y López Obrador, la Presidenta Sheinbaum no podrá evitar la confrontación, aun si vuelve al juego perverso de no reconocer de inmediato la victoria de Kamala Harrism (“nosotros –dijo ayer– vamos a decidir hasta que no se termine todo el proceso electoral de Estados Unidos… no nos vamos a manifestar hasta que no termine todo el proceso electoral, así debe ser”).
Esto último sería una pésima apuesta. En caso de que gane Kamala Harris –aunque no haya terminado “todo el proceso electoral”– la intención de la Presidenta Sheinbaum es por lo visto repetir el mismo expediente que llevó a López Obrador a ser prácticamente el último mandatario en reconocer a Biden. Es una mala idea: Kamala no es Biden. Sus reflejos y respuestas políticas pueden ser más ágiles y sorprendentes de lo que su homóloga mexicana supone. Y aunque quizás tampoco ponga mucho interés en la supervivencia de nuestra democracia, seguramente podrá invocar la llamada “cláusula democrática” para presionar más a México en la revisión del T-MEC en 2026.
La paradoja es inmensa: al gobierno de Morena le gustaría más tratar con Trump, porque es un líder populista con el que comparte el mismo desprecio por las instituciones democráticas y la ley; pero al propio tiempo le teme (o deberían temerle), porque es quien puede, con sus biliosas decisiones, generarle más problemas de gobernabilidad en los próximos años.
A los mexicanos, por lo demás, independientemente de quién gane allá, no hay forma de que nos vaya bien con un gobierno que no cree que la democracia y el Estado de Derecho son factores de desarrollo.
@ArielGonzlez FB: Ariel González