Si hemos de tomar en serio el relato publicado por el NYT y sus tres redactores (Shane GoldmacherMaggie Haberman y Michael Gold), la asamblea política de Donald Trump en el Madison Square Garden fue verdaderamente salvaje.
No hay otras palabras para esa exaltación del fanatismo supremacista (ahora tenemos de moda la supremacía), de quienes creen en la patraña de hacer a América grande una vez más mediante esos métodos primitivos y rudimentarios dignos del peor far west film.
Dice el diario neoyorquino cuya visión vale la pena referir:
“El mitin de clausura de Donald Trump en el Madison Square Garden el penúltimo domingo antes de las elecciones en Estados Unidos fue una descarga de rabia contra un sistema político y legal que lo impugnó, imputó y condenó, una muestra vívida y a veces racista de la energía sombría que anima al movimiento MAGA.
“Un cómico inició el mitin calificando a Puerto Rico de “isla flotante de basura”, luego se burló de los hispanos por no usar métodos anticonceptivos, de los judíos por tacaños y de los palestinos por lanzar piedras e insultó a un hombre negro del público con una referencia a una sandía.
“Otro orador comparó a la vicepresidenta Kamala Harris con una prostituta con “proxenetas que la manejan”.
“Un tercero la llamó “el Anticristo”. Y el ex presentador de Fox News Tucker Carlson se burló de Harris —hija de madre india y padre jamaicano— con una etnia inventada, diciendo que aspiraba a convertirse en “la primera samoano-malaya, ex fiscala de California de bajo coeficiente intelectual, en ser elegida presidenta”.
“Para cuando el propio ex presidente subió al escenario, un acto que fue programado para transmitir el mensaje final de su campaña, a nueve días para de la conclusión de una contienda reñida, el mitin se había convertido en un carnaval de agravios, misoginia y racismo.
“Si el desfile de oradores pareció por momentos una reunión de la Convención Nacional Republicana —aparecieron el senador JD Vance por Ohio, Carlson, Vivek Ramaswamy, Alina Habba, Lee Greenwood, la familia Trump—, parecía que habían vuelto para una quinta noche extra más incendiaria que la original de julio”.
Obviamente el incendio verbal no tendría mayor importancia si no fuera porque tras la violencia de las palabras sobreviene siempre la violencia de las acciones como claramente se mostró en el ataque al Capitolio, cuya memoria parece haberse deshecho en la cabeza de los electores republicanos dispuestos a perdonar una asonada, un intento de golpe de Estado, una maniobra inconstitucional.
Y más grave aún, en Estados Unidos parece haberse instalado el imperio de la sinrazón, la incultura y la negación de la realidad.
En una cabeza sana sería impensable la victoria electoral de un candidato cuya vida todavía pende de una sentencia en el feble sistema judicial americano tan alejado de las glorias justicieras de otro tiempo y según el cual Trump es un criminal declarado culpable de una veintena de cargos de diversa magnitud, ante lo cual el electorado republicano se siente como frente a un justiciero héroe de la transgresión liberadora.
La conducta de Trump y sus seguidores haría las delicias de cualquier dictador bananero. Y lo grave para quienes han visto en el modelo americano el ideal de una salvación democrática, es que no se necesita el trópico para establecer regímenes dictatoriales asentados en la ignorancia, el patrioterismo y la avidez, como sucede ahora en esa descascarada nación donde sólo falta una capucha KKK sobre el mármol de Lincoln en el monumento de Washington.
Eso sucede cuando un país erosiona sus instituciones, cuando la desvergüenza se apodera de la moral pública, cuando gobiernan los impreparados, los fanáticos y los racistas.
Sólo así es posible este remate:
“Es el Madison Square Garden, es el centro de todo, y tener este lugar lleno de gorras MAGA y partidarios de Trump realmente te demuestra que no es solo la victoria sorpresa de 2016: es un movimiento nacional”.
Pues vaya nación capaz de crear semejante movimiento.