- Adiós a los personajes del Querétaro eterno
- Recientes: Corona, Estévez, Pfeiffer y Águila
- Mi compadre prepara su viaje a La Rumorosa
- Llamada de un amigo: no te vayas tú también
De memoria.
“Ya no les voy a durar mucho” nos dijo Francisco Cervantes la víspera de la nochebuena de 2004, unos meses antes de morir. El mayor poeta de Querétaro, recipiendario del premio Xavier Villaurrutia y de altas condecoraciones internacionales, ya solo quería arreglar viejos asuntos familiares y despedirse de su primera mujer.
Tenía 66 años muy bien vividos.
La biblioteca del Estado lleva su nombre y una estatua suya recibe en el Museo de la Ciudad, pero aún se le debe una calle aprobada por el Ayuntamiento de Manuel González Valle.
Lo recordé en una grata comida con el joven Pablo Corona Artigas, hijo y nieto de dos grandes desarrolladores de Querétaro y la Ciudad de México, al preguntarme por los personajes que he tenido el privilegio de conocer en más de medio siglo de ejercicio en los medios locales y nacionales, entre ellos dos que estaban justo en la mesa de al lado: Víctor Mena y Abel Baca, fundadores de DRT y el Parque Industrial Querétaro.
¿Cuantos queretanos de esa talla nos quedan? Inquirió Pablo Corona, director de CR (Complejos Residenciales), al repasar las sensibles muertes de Eduardo Ruiz Posada, Rogelio Garfias Ruiz, Ezequiel Martínez Ángeles, Ricardo Ortega Rodríguez, Gilberto Ugalde Campos, Alvaro Arreola Valdés, Pedro de la Vega, Inocencio Reyes, Salvador Ochoa Juárez, Alfredo García, Juan Arturo “El Pollo” Torres Landa, Juan Velasco Perdomo, Alejandro Espinosa Medina, Mariano Amaya Serrano, Paco Rabell, Pedro de la Vega, José Arana Morán, Jesús Garduño Salazar, Abraham González Contreras, Roberto Quintanar y Jorge Mercado, a los que se agregaron después -paradójicamente- el de su papá el doctor Víctor Manuel Corona, Jorge Hernández Palma y en este mes Jesús Águila Herrera, Sergio Pfeiffer Jiménez, Andrés Estévez Nieto, Berta Rabell Urbiola y -algo personal- mi cuñada Beatriz Ruiz en Guadalajara.
Y entonces cae uno en la cuenta de haber entrevistado a quienes ya son bronces de la ciudad, incluido el mencionado Francisco Cervantes y los también poetas Salvador Alcocer y José Luis Sierra, los empresarios Bernardo Quintana y Roberto Ruiz Obregón, los fundadores de la UAQ Octavio S. Mondragón y Fernando Díaz Ramírez o los cronistas José Guadalupe Ramírez Álvarez, Eduardo Loarca Castillo y Andrés Garrido del Toral, que algún día llegará al Panteón de los Queretanos Ilustres como sus antecesores, además de todos los gobernadores, desde Ramón Rodríguez Familiar a Mauricio Kuri González.
Y no incluyo a los ex gobernadores vivientes Mariano Palacios Alcocer, Enrique Burgos García, Ignacio Loyola Vera, Paco Garrido, ni a los otros “vivos” (que no vale la pena recordar) porque la mayoría, incluido el actual, son más jóvenes que el autor de esta columna.
Por fortuna nos quedan algunos destacados representantes de la queretanidad, como el maestro Aurelio Olvera Montaño (abrazos solidarios, querido Yeyo), la decana del PAN Natalia Carrillo García, el padre Luis Ugalde Monroy, El Jefe Diego Fernández de Cevallos, los precursores de la autonomía universitaria Pedro Septién Barrón, Licha Urbiola y Manuel Suárez Muñoz, así como la ganadera Laura Herbert de Villasante, el poeta Mario Arturo Ramos, el ex director de la Filarmónica Guadalupe Flores, el zar de la gastronomía Josecho González, Fernando Ortiz Arana o el empresario Juan Germán Torres Landa que, desde hace años, se anuncia en sus tarjetas de presentación como “fallecido”.
“Cuando de verdad te mueras, no te vayas a ir al cielo, porque allá no vas a conocer a nadie y te vas a aburrir mucho; todos tus amigos están allá abajo” le decía el irrepetible Abraham González Contreras, dueño de incontables bromas y anécdotas.
Querétaro es rico en personajes, además de los ya mencionados, la única secretaria federal queretana, Silvia Hernández; el ex presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea; los pintores Fernando Garrido, Santiago Carbonell, Ramsés de la Cruz y Juan Muñoz; el generalote (perdóneme el término) Sergio Aponte Polito y la actriz Ana Luisa Peluffo, entre otros.
Por cierto.
Disfruto de la cercanía con un compadre, cuyo nombre omito por obvias razones, que tiene cinco años despidiéndose y ya hasta tiene preparado su itinerario final (CDMX, Querétaro y Sinaloa, hasta La Rumorosa, en Baja California) como el personaje interpretado por Michael Caine en la maravillosa película “Últimas instrucciones”.
Mi querido amigo es poeta y aunque todavía le quedan muchos libros por publicar, quiere que sus cenizas sean esparcidas en el desierto bajacaliforniano para convertirse en un rumor. Los poetas son así. Francisco Cervantes Vidal pidió que las suyas fueran lanzadas al Rio Tajo portugués -Tello, decía él- lo cual fue puntualmente cumplido, aunque una parte se conserva en el Panteón de los Queretanos Ilustres.
¿Y por qué tan lejos? Le pregunté, consciente de que era el único lusitano nacido en Querétaro, como decía Hugo Gutiérrez Vega.
“Nomás por joder” me contestó el inolvidable autor de “Cantado para nadie”. Y es que, según Andrés Malraux, “La muerte, sólo tiene importancia en la medida que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida”.
No están ustedes para saberlo pero yo sí para contarlo que la otra madrugada, un amigo, abrumado por la desaparición temprana de Andrés Estévez, me llamó -créanmelo- para pedirme que no me vaya.
Y bueno, le contesté que como decía Groucho Marx tengo la intención de vivir para siempre… o morir en el intento.
¡Jaque Mate, Ricardo!