El sistema económico actual, que se apoya en el ciclo de compra, uso y descarte, no está diseñado para fomentar la reparación, ni de las cosas que usamos ni de nosotros mismos. Vivimos en una cultura que incentiva la obsolescencia programada: los objetos se fabrican para no durar, y cuando se rompen, reemplazarlos es más fácil, e incluso más barato, que repararlos. Este mismo patrón de consumo se refleja en cómo gestionamos nuestro bienestar físico y emocional.
Reparar la ropa es un ejemplo concreto de esta mentalidad. Hace no mucho tiempo, si una camisa se rompía, la gente la remendaba. Si los zapatos se desgastaban, se llevaban al zapatero. Hoy en día, el sistema está diseñado para que desechar y comprar nuevo sea la opción más accesible. Las grandes cadenas de moda rápida producen prendas tan baratas que el costo de repararlas supera al de simplemente adquirir más. Además, las habilidades tradicionales de costura y reparación están desapareciendo porque ya no se ven como necesarias o valiosas en un mercado que promueve la gratificación instantánea. Así, nos convertimos en parte de una maquinaria de consumo desechable, en lugar de aprender a valorar lo que tenemos.
Pero este paradigma de reemplazo constante no se limita a los bienes materiales; también afecta cómo nos cuidamos a nosotros mismos. La salud, tanto física como mental, se ha medicalizado al extremo, con soluciones rápidas que, en muchos casos, no abordan las causas profundas de nuestros problemas. Cuando algo en nuestro cuerpo o mente “se rompe”, el sistema tiende a ofrecer parches superficiales: medicamentos para aliviar los síntomas sin tratar las raíces, cirugías para resolver problemas que podrían haberse prevenido con cambios en el estilo de vida, o soluciones temporales que nos devuelven rápidamente a la rutina sin cuestionar su impacto en nuestra salud.
Así como el sistema no nos quiere enseñando a remendar nuestra ropa, tampoco nos quiere desarrollando las herramientas necesarias para reparar nuestro bienestar. La velocidad y la superficialidad son premiadas, mientras que la introspección, la paciencia y la persistencia en la mejora continua son desalentadas. En lugar de aprender a cuidarnos de manera integral, a escuchar a nuestro cuerpo, y a enfrentar los problemas desde su raíz, se nos incita a buscar soluciones rápidas y fáciles, que nos devuelven rápidamente a la vorágine productiva.
En el fondo, reparar algo –ya sea nuestra ropa o a nosotros mismos– requiere tiempo, atención y un compromiso con la sostenibilidad, tanto personal como material. El sistema no quiere que repares nada porque reparar significa resistir el ciclo de consumo y desechar lo que no es necesario. Significa recuperar el control sobre nuestras pertenencias, nuestros cuerpos y nuestras mentes.