La fecha que no se olvida acaba de ser conmemorada con una marcha en la que el 99 por ciento de los participantes no había nacido cuando sucedieron los acontecimientos. Significada como la más notable muestra de la represión y el autoritarismo del viejo régimen, la llamada masacre de Tlatelolco ha sido, considerada por algunos, como el parteaguas de la democratización en nuestro país.
Para algunos analistas y estudiosos así ha sido, para otros es solo un elemento ilustrativo pues la falta de una posición ideológica definida en el movimiento estudiantil le impide ser reconocida como el ariete político para la transformación de la vida política nacional.
En todos ha faltado una rigurosa y honesta investigación e interpretación, pues siempre las opiniones están sesgadas por la orientación política e ideológica de quien las hace. Lo cierto es que aún en la actualidad, los sobrevivientes de esa tarde-noche obscura, que hoy han alcanzado posiciones de poder e influencia política navegan en ambigüedades y destacan por el oportunismo político.
Ninguna crónica ha sido tan exacta como la publicada por Luis González de Alba en su libro “Los días y los años” (ediciones ERA, 1971). Dimensiona y disecciona al movimiento con sus 80 escuelas en huelga representadas por 200 delegados en las asambleas de Consejo Nacional de Huelga (CNH), y son sus páginas una descripción de primera mano de lo que era y significaba el movimiento para cada uno de los integrantes de ese consejo, algunos de los cuales compartirían después su suerte en la Prisión de Lecumberri.
Para quienes ahora marchan en protesta o conmemoración sin saber qué es lo que no se olvida valdría la pena que se asomaran a estas memorias de González de Alba, miembro del CNH y parte de la comisión negociadora que entabló conversaciones con Andrés Caso y Jorge de la Vega Domínguez representantes del gobierno, en el encuentro propiciado por el rector Barros Sierra para lograr un entendimiento en las vísperas del 2 de octubre.
Igualmente deberían releerlo personajes como Pablo Gómez, hoy encaramado en el poder y veterano en curules legislativas. También quienes se asumen como hijas o hijos de ese movimiento porque vieron a sus padres marchar, como la presidenta Sheinbaum, que tenía 6 años, convendría repasar un poco esa historia.
Cierto es que la rebelión estudiantil sacudió a la estructura gubernamental que se dio cuenta que la supervivencia del sistema dependía de su apertura. Se reconoció que no se podía seguir conduciendo al país con una hegemonía cerrada a la participación de las minorías y grupos opositores
Había que dar voz a las diversas corrientes que ya se expresaban desordenadamente en ese movimiento estudiantil, como lo narra González de Alba: “por entonces, el sectarismo de los grupos políticos se había agudizado, las divisiones se multiplicaban. El POR, grupo supuestamente trotskista, iluminado por el pensamiento de un tal J. Posadas daba gritos porque Fidel Castro había mandado asesinar al Che; … Los maoístas de la Liga Espartaco se subdividían una vez por mes… José Revueltas fundador de la Liga Espartaco, y posteriormente expulsado de ella, sostenía la nueva tesis de la “democracia cognoscitiva” en sustitución del leninista centralismo democrático” … “a un activismo que rindió frutos entre la base estudiantil, pues hizo posible una mayor politización de los estudiantes, no siguió la formación ideológica de la dirección ni de los nuevos elementos reclutados” (op.cit.p21,22).
En esa ensalada teórica y con una dirigencia colectiva confundida por su pluralidad ideológica, se daba cuerpo a un movimiento que terminó sin haber podido aterrizar una propuesta coherente y atendible, más allá de las demandas puntuales de derogación de artículos constitucionales y jefes policiacos y militares.
Luis González de Alba terminó siendo un crítico feroz de los negociantes del movimiento, así como del interés de los mismos por magnificar los alcances para usufructuar en su memoria. Quienes ahora siguen medrando con los ecos lejanos y por lo mismo, poco recordados y conocidos en su esencia, puede resultar molesto releer a su antiguo compañero de luchas, y a otros sobrevivientes que en la marginalidad se expresan, especialmente quienes ahora son el gobierno, tan parecido a aquel que antes criticaban.
Convertido en símbolo para las corrientes políticas que antes fueran de oposición, ahora es efeméride que exhibe los contrastes de la “izquierda” mexicana que hoy alaba al ejército que antes denostaba. El gobierno despótico, hegemónico, que combatieron, ahora son ellos. Ufanándose de no reprimir vuelven a la demanda primigenia. Domaron al represor, pero evidentemente no lograron la democratización sino por el contrario, la restauración del régimen concentrador de poder.
La rueda de la historia ha girado sobre su propio eje, volviendo al punto de partida.