- José Alfredo compuso “Un mundo raro” en Querétaro
- “Amor de estudiante” nació en La Marquesa Edomex
- “Hasta que vuelvas” de Mario Arturo en el catálogo
- Las hojas del árbol de Alberto Cortez eran abortivas
De memoria.
Las musas -y con ellas la inspiración- visitan a los poetas y compositores sin avisar. Y del mismo modo los abandonan. Eso pensé al leer en Milenio la revelación de Paloma Jiménez Gálvez, hija del irrepetible José Alfredo Jiménez, sobre una de las canciones más raras de su padre: Un mundo raro, surgida ¡en Querétaro!
“Cuando te hablen de amor y de ilusiones…”
Ese tema, cuyas mejores interpretaciones son las de Chavela Vargas, Luis Miguel y el propio autor, nació cuando el genio de Dolores viajaba a Tequisquiapan y se perdió al pasar por San Juan del Río, tomando sin querer el camino a la Sierra, cuyos extraños paisajes lo hicieron pensar que estaba en un mundo raro.
Ya conocíamos otro momento de inspiración de José Alfredo con una de sus creaciones más emblemáticas: El caballo blanco, dedicada a su viejo automóvil que salió un domingo de Guadalajara, en Los Mochis llevaba todo el hocico (el radiador) sangrando y ya en el Valle del Yaqui cojeaba de la llanta izquierda.
Esto nos lo contó el poeta queretano Mario Arturo Ramos, el de Hasta que vuelvas, que tuvo como auxiliar en la Sociedad de Autores y Compositores al secretario de Jiménez y se sabía mil historias de él.
Con mi querido compadre y tocayo pude conocer a algunos de los más importantes, como Roberto Cantoral, Armando Manzanero, Cuco Sánchez, Ema Elena Valdelamar, Claudio Estrada, Carlos Rigual, César Portillo de la Luz, Guadalupe Trigo, Jaime López, Jesús Monarrez y a Enrique Rosas, culpable de “Amor de estudiante”, interpretada por Roberto Jordán, una de las favoritas de mi Nena.
Me lo presentó Mario Arturo en su antiguo departamento de Reforma e Insurgentes. “Cuéntale a mi tocayo cómo la compusiste” le dijo. Y uno que imaginaba una apasionante historia de amor -“Es otoño, los amantes ya se fueron”- vino a enterarse del prosaico origen.
Un fin de semana el entonces joven Enrique Rosas fue a pasear a La Marquesa (paraje boscoso entre la Ciudad de México y Toluca) y se sorprendió con la gran cantidad de basura tirada por los chilangos que van de picnic.
-Así me nació la idea, remató.
Nada que ver, pues, con “Mi amor de verano, mi primer amor, amor de estudiante, ya se terminó”….
Mejor no me lo hubieras contado, le respondí al amigo de mi amigo.
No es el caso de Ema Elena Valdelamar, relatora de las miserias del género masculino con esa crueldad llamada “Cheque en blanco” -pero que mal te juzgué si te gusta la basura- y otras interpretadas por Paquita la del Barrio y mucho antes por Chelo Silva, esas que este reportero escuchó por primera vez en las rocolas de las cantinas y marisquerías de su lejana juventud.
Entrevisté a Ema Elena, de antepasados queretanos, en la casa de los compositores, en el sur de la capital del país.
¿Por qué odia tanto a los hombres? Le pregunté, armándome de valor. -Claro que no los odio. Los adoro. Odié a uno, al que le hice algunas de mis canciones más importantes, como esa de “Mucho corazón”. De mi pasado preguntas todo, ¿que cómo fue? Imagínese, yo tenía 18 años. ¡Apenas estaba haciendo mi pasado!
La inspiración puede marcar para siempre. Lo supe en una noche bohemia en Querétaro con Claudio Estrada, autor de “Contigo”, suficiente para estar en la mente canora de los mexicanos, como dice Mario Arturo, que nos lo trajo. “Las horas más felices de mi amor fueron contigo”… Esa frase contundente es el epitafio que don Claudio puso en la lápida de su esposa, a la que pudo jurar ante un altar su amor sincero.
Llenaría un libro con las revelaciones de los grandes compositores, como esa de Mario Arturo sobre “El último día del otoño” a la que Emanuel le cambió una letra y el sentido del tiempo. Es el último día del otoño, puso el cantante donde debería decir “Hasta el último día del otoño”. Yo odio el otoño, lo odio por ti, contaba el poeta, pero a partir de ese día odió a Emanuel.
Otros grandes compositores internacionales pude conocer, como Gilbert Becaud (Et maintenant) con don Emilio Nassar Jr. en Radio Mundo México o Alberto Cortez, con mi amigo Andrés Estévez, a quien le mando un gran abrazo.
Al final de cuentas, querido lector, hay algo que une a un mundo raro con el cheque en blanco, el amor de estudiante o el último día del otoño.
Y es que -parafraseando a Pepe Fonseca- los compositores no son como uno.
Quizá por eso un viejo maestro de teatro apellidado Ibañez declamaba, con inspirado acento: A mi no me gustan las masas, las mesas ni las misas, yo prefiero las mozas y las musas.
Aunque a veces, según Serrat, las musas andan de vacaciones.
Y la inspiración también.
-EL HISTORIETARIO-
Mi árbol y yo.
Les contaba arriba que Andrés Estévez nos reunió con el compositor argentino Alberto Cortez en una espléndida cena hace muchos años, en el restaurante de la Plaza de Toros Santa María de Querétaro.
Ahí, a la tercera copa, le pregunté: ¿Y el árbol de tu canción sigue lleno de nidos?
-No. Lo tiraron. Recordarás que dice “mi madre y yo lo plantamos en el límite del patio, donde termina la casa…” Ya iba a tumbar la barda del vecino.
¿Cómo era ese árbol?
-No daba frutos. Más bien sus hojas la utilizaban las viejas en un té para provocar abortos.
“Eso mejor no lo cuentes, Alberto, menos por acá” le recomendamos, argumentando que en México esa canción es casi un himno a la familia.
Bueno, a fuerza de ser sinceros, en los tiempos actuales -como en Guanajuato, diría José Alfredo- la vida no vale nada.
¿A poco no?
-JUGADA FINAL-
A propósito.
A los promotores del aborto -que ya están en la LXI Legislatura del Estado- un queretanísimo ¡JAQUE MATE!