Joaquín Sabina ya era una estrella consolidada cuando el 14 de septiembre de 1999 publicó su undécimo álbum de estudio, ’19 días y 500 noches’, pero aún así conocería un éxito mayor que lo renovó con un disco que rompía algunos de sus cánones y que vivió varios cambios trascendentes antes de su edición.
Así lo confirmó en su reciente biografía Alejo Stivel, su productor, cuando contó que su intención y la del cantautor era que aquel fuese un álbum doble con 23 cortes, de ahí probablemente que, como consecuencia, se mantenga como su LP más largo, por encima de los 74 minutos con éxitos como ‘Cerrado por derribo’, ‘Una canción para Magdalena’ o la canción que le dio título.
“No iba a funcionar”
Más curioso que el recorte por cuestiones de costes y de un mercado no habituado a este tipo de producto, está el hecho de cómo forzó la decisión el entonces presidente de Sony, José María Cámara, que “presionó de mala manera, presentándose en casa de Joaquín con nocturnidad y alevosía para decirle que en ese formato no iba a funcionar”, según afirmó Stivel a EFE.
“Claro, si el presidente de una compañía te dice eso, tienes miedo de que él se esfuerce por tener razón”, añadía el también exmiembro de Tequila sobre las razones por las que cedieron al cambio respecto a sus planes iniciales.
Hoy por hoy es fácil acceder en plataformas digitales a una edición especial en dos discos y, ya en su momento, buena parte de los descartes aparecieron como material extra de los diferentes sencillos, pero originalmente ’19 días y 500 noches’ se lanzó de manera oficial con 13 temas (2 más en la versión para Argentina).
Su mejor pluma
Entre ellos está el que lo tituló, en referencia al tiempo que en teoría tardaba Sabina en olvidar un desamor, aunque en esa colección de cortes hay otro que también en principio iba a bautizar todo el álbum, ‘A mis cuarenta y diez’.
Su autor decidió huir de una fórmula que de repente le pareció “demasiado solemne”, sin el punto cínico que buscaba para un trabajo que, cocinado en noches de cocaína, cigarrillos y whisky a raudales, tal y como él ha confesado a menudo, a punto estuvo de ilustrar en portada con una cajetilla de tabaco.
“No se pudo publicar porque era demasiado malote para Ducados, para Tabacalera, y decían: ‘Es que se va a morir cualquier día y se van a creer que es por fumar Ducados’”, comentaba quien fuera director de Sony, Carlos López, en el libro de Juan Puchades ’19 días y 500 noches, Sabina fin de siglo’ (Efe Eme, 2019).
En opinión de muchos, el de Úbeda vertió ahí lo mejor de su pluma. Figura en todos los temas, en algunos de ellos junto al escritor Antonio Oliver, con apuntes de otros invitados como el propio Alejo Stivel, su entonces fiel escudero Pancho Varona y Antonio García de Diego, en un corte que parafraseaba a Luis Cernuda (‘Donde habita el olvido’, que a su vez referenciaba a Bécquer).
Con Chavela y Milanés
Entre boleros, milongas y hasta un rap, en lo musical no se quedó corto al buscar puentes entre las tradiciones de varios países, de España a México (ahí aparece Chavela Vargas, por ejemplo, en ‘Noches de boda’, la que cierra el álbum), pero también Argentina o Cuba (con dúo al lado de Pablo Milanés), en un momento en el que ese intercambio de ida y vuelta no era tan fluido como ahora.
Uno de los grandes cambios de timón de este álbum fue la decisión de Stivel de desnudar de artificios la voz del artista y exponerla más cruda. “Fue sin duda el ‘highlight’, tanto por lo que yo aporté como por la calidad del artista, uno de los más brillantes dentro de la canción internacional”, subrayó a EFE.
Tan contento quedó Sabina del resultado que incluso le ofreció un contrato para sus próximos cinco discos, aunque el teléfono del productor nunca volvió a sonar. “Entendí su decisión. Los matrimonios con papeles no garantizan que uno cambie de idea y se quiera ir con otro”, contó también a EFE.
Sabina, que con 75 años acaba de anunciar su gira de despedida, conectó entonces con una generación más joven y recibió cuatro Premios de la Música, el aplauso de la crítica y el del público, con unas ventas en ese momento por encima del medio millón de ejemplares, una cifra que una década después ya se había duplicado.
Fue el clímax de una década gloriosa que había alumbrado otros álbumes con muchas luces como ‘Física y química’ (1992), con
‘Y nos dieron las diez’, y tras la que sobrevino un frenazo con el que leve infarto cerebral que sufrió en 2001 y que le hizo replantearse la vida canalla que alimentaba muchas de sus canciones.