Los mensajeros de la libertad: las tres rutas Querétaro-San Miguel
Mientras en la ciudad de Querétaro eran hechos prisioneros varios miembros de la junta conspiradora, Miguel Hidalgo, cuya actividad continuaba sin cesar en el pueblo de Dolores, tuvo noticias vagas procedentes de la ciudad de Guanajuato de que había orden de aprehensión en contra de Ignacio Allende, por lo que el 14 de septiembre mandó llamarlo con urgencia a San Miguel; éste partió de inmediato acompañado de su asistente Francisco Carrillo y llegó a Dolores a las seis de la tarde. No encontró al cura en su casa y fue a buscarlo a la de su ex compañero de armas, José Antonio Larrinúa, compadre de Hidalgo. Luego de que el cura reveló a Allende lo que había en su contra y como la escasez de noticias no permitía tomar una decisión, acordaron esperar al día siguiente las nuevas que pudieran llegar; pero nada resolvieron, pues los informes seguían vagos e ignoraban lo que sucedía en Querétaro.
La noche del 15, Hidalgo fue a casa del subdelegado Nicolás Fernández del Rincón, con la idea de obtener noticias en la misma sede de la autoridad, sondear su ánimo y saludar al español Ignacio Diez Cortina, que allí se alojaba y había llegado once días antes para hacerse cargo de la recolección de los diezmos de aquella jurisdicción. Por las noches acudían a la casa de Fernández del Rincón el cura y los vecinos principales del pueblo, quienes formaban partidas de mus y otros juegos de cartas; esa noche, Hidalgo jugó malilla con doña Encarnación Correa, esposa de Diez Cortina y doña Teresa Cumplido, esposa del subdelegado. El cura se retiró a las once de la noche, no sin antes pedir a Diez Cortina le facilitara doscientos pesos de los fondos del diezmo.
Sobre los emisarios que habían salido de Querétaro, Luis Castillo relata que Mariano Lozada fue el primero en llegar a San Miguel -no precisa el día pero debió ser el 15-, procedente de la ciudad de México, con la respuesta del marqués de Rayas y la noticia sobre el descubrimiento de la conspiración, pero ignoraba las aprehensiones de los conjurados. Ignacio Pérez, por su parte, salvaba con dificultad los contornos de la villa tratando de no ser visto por los soldados de la guarnición, que estaban alertas a cualquier movimiento sospechoso; en el camino evitó todo encuentro, rodeó los pueblos y venció los accidentes creados por la temporada de lluvias. A las diez de la noche, Pérez entró a la villa y enseguida se dirigió a la casa de José Domingo Allende. Francisco Lojero llegó mucho después, debido al rodeo que hizo por Celaya, aunque éste afirma lo contrario, como veremos enseguida.
De acuerdo con Luis Castillo, Epigmenio González y Francisco Lojero, tres queretanos llevaron la noticia de que la conspiración fue descubierta y por separado se dirigieron a San Miguel en busca de Ignacio Allende. Epigmenio González relata: “Lozada, Pérez y Lojero, no volvieron a su patria hasta la Independencia, (siendo) perseguidos por espacio de once años. Lozada murió fusilado en México en el pronunciamiento de la Acordada, Pérez falleció en Querétaro de enfermedad y Lojero terminó su vida en Matamoros, habiendo hecho su fortuna”. Es decir, los tres personajes comparten el honor de haber sido los mensajeros de la libertad, título que hasta ahora se ha adjudicado únicamente a Ignacio Pérez.
Antes de continuar con la descripción de los acontecimientos, hagamos una acotación: Pérez fue enviado por la esposa del corregidor para comunicar a Allende que la conspiración fue descubierta, mientras que Lojero fue por su propia iniciativa para informar a su jefe, Allende, que en Querétaro habían sido detenidos varios compañeros. Pero ¿cuál fue el mensaje del marqués de Rayas que Lozada trajo de la ciudad de México para Allende, en respuesta a la carta que éste le había enviado? ¿Qué instrucciones le daba? ¿Cómo debía proceder? Los historiadores de la época no dan cuenta de ello pero, sin duda, debió contener información sustancial sobre la decisión que tomó el numeroso grupo que en la capital apoyaba la idea de independencia, al conocer la noticia de que la conjura queretana fue denunciada ante el gobierno virreinal.
En su edición del 3 de julio de 1841, el periódico El Cosmopolita de la ciudad de México publicó un artículo titulado “Documento para la historia”, fechado en Matamoros el 24 de mayo de ese año. No está firmado, pero Luis Castillo Ledón pudo aclarar que su autor es Lojero. Por nuestra parte, hemos investigado que este personaje siguió activo en la guerra hasta la consumación de la Independencia, formó parte de la Junta de Jaujilla en 1817, se casó con una hija de Ignacio Allende en 1815 y luego radicó con su familia en la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, donde tuvo a su cargo la Aduana Martítima y después fue presidente municipal en 1844, por lo que tiene veracidad el dicho de Castillo Ledón. En el documento citado, Lojero (El Cosmopolita, julio 3 de 1841) refiere la ruta que siguió por su cuenta hacia San Miguel; su versión confirma lo señalado por Luis Castillo y Epigmenio González:
“[…] a las diez de la mañana entré a Celaya, haciendo el papel de recluta de la Corona. Llegué a mi casa, y mientras daba noticia a mis hermanos de todo lo ocurrido y tomaba una tasa de chocolate, se me ensilló un buen caballo, en el seguí mi marcha y llegué a S. Miguel a las cinco de la tarde del día 14. Me dirigí a la casa del mismo Allende; lo encontré en ella; le dí aviso de todo, me uní con él. Cerca de las oraciones de la noche llegó D. Ignacio Diaz [Pérez], alcaide de la cárcel de Querétaro, con igual noticia, mandado, por la patriota señora esposa del Sr. D. Miguel Domínguez, corregidor de Querétaro.
Desde hace seis décadas, las autoridades de las ciudades de Querétaro y San Miguel Allende intercambian cada año un mensaje para recordar la gesta heroica de Ignacio Pérez. El mismo es llevado por jóvenes deportistas que en relevos cubren la ruta del antiguo Camino Real el 15 de septiembre, quienes portan el fuego simbólico de la libertad. El autor de este trabajo recuerda que desde el segundo tercio del siglo XX prevalecía en la memoria de las personas mayores del pueblo de Santa Rosa Jáuregui el recuerdo de que por ahí había pasado el alcaide Pérez, portando el mensaje que le dio doña Josefa Ortíz de Domínguez el 15 de septiembre de 1810.
Incluso, atestiguaban -entre ellos mi padre J. Concepción Jiménez Pacheco- que el mensajero cabalgaba tan rápido que se vio obligado a cambiar su caballo en la posta del pueblo -el antiguo Mesón, hoy Casa Ejidal-, ubicada sobre el antiguo Camino Real. Para dar mayor realce a este suceso histórico, hace cinco décadas mi padre promovió ante las autoridades de la Delegación Municipal de Santa Rosa Jáuregui y los organizadores del que realizan anualmente los ayuntamientos de Querétaro y San Miguel Allende, que en nuestro pueblo se realizara un acto cívico con tal motivo. A partir de entonces se realiza cada año, el 15 de septiembre, el evento denominado “Intercambio de Antorchas” en la calle Independencia, conocida todavía en el siglo XX como Calle Real. De esta forma, previo a la celebración del Grito de Dolores, los jóvenes deportistas intercambian el fuego de la libertad.
También desde hace varios años en el hoy pueblo de Jalpa -que tomó su nombre de la antigua hacienda-, perteneciente a San Miguel Allende, el 14 de septiembre de cada año la Secretaría de Educación y Cultura de ese municipio y los vecinos del lugar realizan una ceremonia cívica para recordar el paso del mensajero de la corregidora. Para realizar tal celebración, los vecinos de Jalpa tomaron como base lo escrito en 1852 por Benito Arteaga: “[…] fueron dos los comisionados de la señora Ortiz para que le trajesen á Allende el propio día quince la pequeña esquela en que le participaba el peligro que corría, Francisco Lojero y Francisco Anaya, que no llegó aquí á buena hora, porque detenido en la hacienda de Jalpa con motivo de un coleadero que había en ella y á cuya diversión era muy afecto, continuó su camino hasta el día siguiente”.
Con ciertas variantes, la misma versión la maneja Valentín Frías en sus Tradiciones y Leyendas Queretanas. Dice que luego de que doña Josefa Ortíz urgió al alcaide Ignacio Pérez buscara una persona de confianza que saliera de inmediato a San Miguel para informar a Ignacio Allende que la conspiración fue descubierta. Con mucha cautela, Pérez logró hablar con Francisco Lojero y éste, a su vez, con Francisco Anaya para que le acompañara. Al no poder conseguir un caballo, mucho menos dos, cuenta la tradición y corre como verídica, que cerca de las cinco de la mañana -del día 14- pasaban los dos Franciscos por el callejón de Azpeitia -actual calle Morelos, entre Juárez y Pasteur- y de la puerta de una peluquería tomaron el caballo de un labriego que estaba arreglándose el pelo.
Serían las nueve cuando pasaron por la hacienda de Jalpan, en la cual se estaba de fiesta, pues estaban dándole al ganado el último apretón y con ese motivo había mucha gente, principalmente charros, sin faltar el pulque, barbacoa y demás comidas y bebidas apetitosas propias de esas fiestas.
Sea por interés de la fiesta, por la sed, por el cansancio de las ancas huesosas del caballo, o por lo que se quiera, Anaya, al ver aquella fiesta, le dijo a Lojero: “Voy a ver si consigo un caballo”, y alejándose rumbo al corral, le dijo: “Por ai lo alcanzo”.
Y Lojero, sin pararse más que para que Anaya se bajara, continuó su marcha, ya bastante aligerado su caballo.
Anaya, con la fiesta, el pulque y la barbacoa, no volvió a pensar en conseguir caballo. Quedóse allí, importándole un bledo lo demás.
En vista de esto, yo colijo que éste no estaba en el asunto, sino que se le vio únicamente para que acompañara a Lojero a S. Miguel, y por eso le importó un bledo que Lojero se fuera solo.
En sus Adiciones y Rectificaciones a la Historia de México, José María Liceaga da cuenta del mismo pasaje: “En un manuscrito que tengo á la vista, se asegura, que los enviados por dicha Señora -refiriéndose a la esposa del corregidor Miguel Domínguez- fueron Francisco López -tal vez cambió el apellido de Lojero-, y Francisco Anaya, el que no llegó á buena hora, porque divertido en la hacienda de Jalpa con motivo de un Coleadero, no continuó su viage hasta el dia siguiente: y que López llegó á las cinco de la tarde del quince, porque habiéndose cansado el caballo, le fue necesario andar á pié. No es inverosímil, que la Corregidora, que tenía tanto empeño, en que llegara la noticia con la mayor prontitud, enviara también otras personas […]” como comisionados a San Miguel, además del alcaide de la cárcel, Ignacio Pérez.
La controversia sobre el mensajero que tomó el camino de Jalpa
Sin embargo, es preciso decir que en la memoria de los habitantes del pueblo de Jalpa no se conserva el nombre de Francisco Lojero como el mensajero de la llamada Corregidora de Querétaro que pasó por la entonces hacienda, como lo señalan Arteaga, Liceaga y Frías, sino el de Ignacio Pérez; tan es así que la placita del lugar lleva el nombre de éste, como lo pudimos constatar durante la visita que en el 2017 hicimos a dicho pueblo Dulce María Ardón y el que esto escribe. Ya quedó claro que Lojero tomó el camino de Celaya para llegar a San Miguel y no el de Jalpa; falta señalar cuál fue la ruta que siguió Pérez: ¿la más larga que era por el pueblo de Santa Rosa y las haciendas de Buenavista y Puerto de Nieto, que era el Camino Real de Tierra Adentro o la más corta de Jalpa, por el camino de herradura?
Poca credibilidad debe darse a esta última versión. En primer lugar, porque Lojero mismo afirma que él tomó la ruta de Celaya. En segundo lugar, hasta hoy no existe constancia de que Francisco Anaya formara parte de la conspiración de Querétaro; incluso, Arteaga presenta los nombres de quienes integraban la junta de San Miguel y en la lista no figura Anaya. Lo más verosímil es que Ignacio Pérez haya ido a San Miguel por el antiguo Camino Real. Por otra parte, Ignacio Allende nombró en Querétaro como confidentes a Epigmenio González, Ignacio Carreño, Mariano Lozada, Ignacio Martínez, Francisco Lojero, Ignacio Pérez y (N) Santoyo, para buscar partidarios.
Particularmente, Allende utilizó a Lozada y a Lojero como mensajeros para ir a los pueblos, villas y ciudades de una extensa región; por lo que es de suponer que conocían todos los caminos y los transitaban regularmente, de día y de noche. En cambio, Pérez, como alcaide de la cárcel de la ciudad, estaba más acostumbrado a la vida citadina. Su gran mérito es que decidió no confiar a nadie el mensaje enviado por doña Josefa Ortiz a Ignacio Allende y lo llevó personalmente. Por ello, es muy probable que tomara el Camino Real que conducía al pueblo de Santa Rosa, las haciendas de Buenavista y Puerto de Nieto, y la villa de San Miguel. Para cumplir con tan delicada encomienda no se iba a atrever a transitar un camino desconocido para él, poco transitado, como era el de Jalpa.
Lo anterior explicaría el hecho de que Lojero pudo llegar primero a San Miguel que Pérez. ¿Y entonces quién siguió el camino por Carrillo, Mompaní, Jalpa, San José del Llano y San Miguel? A falta de un documento que así lo pruebe, nos inclinamos a pensar que pudo ser Mariano Lozada, quien como buen mensajero conocía los caminos y atajos; por lo que sabía cuál era la vía más corta para llegar a San Miguel, pues traía de la ciudad de México la orden del marqués de Rayas de regresar rápidamente y avisar de inmediato a Allende que había sido delatada la conspiración. Por ello fue el primero en llegar a San Miguel, como afirma Castillo Ledón.
Luis Castillo dice que Pérez llegó a San Miguel “tras un recorrido de quince a dieciséis leguas”. En realidad fueron 18 leguas. Veamos porqué: el 4 de septiembre de 1865, Ignacio Mariano B. Soto rindió un informe al prefecto político de Querétaro, Manuel Gutiérrez, sobre el viaje de reconocimiento que efectuó sobre los dos caminos que llevan a San Miguel de Allende, para ver la conveniencia de cambiar una parte del trayecto de la ciudad de Querétaro a la de San Luis Potosí. Dicho informe muestra que la ruta Mompaní, Jalpa, San José del Llano y San Miguel Allende, comprende 14 leguas y gran parte es camino de herradura; mientras que el trayecto de Querétaro a Santa Rosa, Buenavista, Los Ricos, Santas Marías, Corralejo y San Miguel de Allende, consta de 18 leguas y es totalmente terreno plano (La Esperanza, septiembre de 1865). Una legua equivale a 4.8 kilómetros.
Como ya se vio, ningún historiador nacional o local señala que Ignacio Pérez haya pasado por el pueblo de Jalpa, lo que de ninguna forma demerita la iniciativa tomada hace más de tres décadas por este grupo de queretanos. Lo que proponemos es que la asociación y las autoridades de Querétaro analicen la posibilidad de que, además de continuar realizando la cabalgata por Jalpa, se instituyan las rutas de Querétaro-Santa Rosa Jáuregui-Buenavista-Puerto de Nieto-San Miguel Allende y la de Querétaro-Celaya-Comonfort-San Miguel Allende; así se recordará la gesta de los cuatro personajes que por encargo e iniciativa propia tomaron las tres rutas para llevar el 15 de septiembre el mensaje a Ignacio Allende de que varios conspiradores habían sido detenidos. De esta manera, se convirtieron en los “Mensajeros de la Libertad”.
Y es que, aparte de Mariano Lozada, Ignacio Pérez y Francisco Lojero, hubo un cuarto mensajero que con igual propósito se dirigió a San Miguel el Grande. Se trata de Luis Mendoza y su identidad se debe al periódico La Esperanza. En su edición de septiembre de 1865 informó que como parte de los festejos conmemorativos del 55 aniversario del inicio del movimiento de independencia celebrado ese año en la Plaza de Armas, el 15 de septiembre hubo serenata, iluminación y a las once de la noche resonaron las descargas de la Guardia Municipal. Enseguida se organizó un “gallo, casi en su mayoría de gente decente, que pasó a saludar en su casa al Sr. Prefecto político y luego anduvo recorriendo las calles”.
A la mañana del día siguiente se efectuó la función religiosa, a la que asistieron las autoridades, empleados y militares, así como el comandante superior francés con toda la oficialidad de la guarnición -recordemos que en 1864 se instauró el Segundo Imperio en México-. El Te Dum lo cantó el obispo Bernardo Gárate y López de Arizmendi -la Diócesis de Querétaro se había erigido en 1863 mediante la bula Deo Optimo Maximo-. Al concluir la ceremonia, el prelado y los miembros del cabildo ecelsiástico se unieron a la comitiva oficial en el salón preparado en la plaza, donde escucharon el discurso cívico que pronunció el licenciado Arreguín.
Enseguida, el prefecto anunció que la Junta Patriótica de la ciudad acordó entregar un premio de veinticinco pesos al anciano Luis Mendoza, quien acompañó al cura Miguel Hidalgo en el Grito de Dolores; luego siguió en las filas del ejército insurgente y participó en las memorables batallas de Guanajuato, Aculco, Las Cruces y Puente de Calderón.
[…] este anciano fue, en union de Pérez el alcaide de la cárcel de esta ciudad, comisionado para participar a Hidalgo y demás ilustres compañeros haberse descubierto la conspiración, y tiene sobre su cuerpo cinco cicatrices de las heridas que recibió en aquellas memorables batallas.
Una década después, José Ignacio Septién y Villaseñor dio a conocer algunos datos adicionales sobre este personaje y la forma como se enteró de la prisión de Epigmenio González y sus compañeros:
Luis Mendoza, peluquero, uno de los más activos agentes de D. Epigmenio González, supo á tiempo la prisión de este patriota, por el escribano D. Manuel Prieto, quien se la comunicó á la vez que aquel le aderezaba el pelo, y poniéndose en salvo inmediatamente, se dirigió á San Miguel el grande, en donde buscó á D. Ignacio Allende, y no habiéndolo encontrado en aquella villa, habló con D. Juan de Aldama, continuando su marcha para Dolores, a cuya población llegó a las ocho de la noche del día 15. Allí comunicó al cura Hidalgo las noticias de que era portador, y tres horas después tomó parte en la solemne proclamación del plan de independencia.
El queretano Francisco Lojero, secretario de Gobierno y Guerra
La Constitución de Apatzingán se mantuvo viva en el espíritu de los miembros del Supremo Gobierno Provisional Mexicano, que se situó el 21 de diciembre de 1816 en el fuerte de Jaujilla. Ese día acudieron ante el órgano de gobierno Antonio López de Lara y Pedro Villaseñor; Ignacio Ayala, presidente interino; Mariano Tercero, vocal y Francisco Lojero, secretario de Gobierno. Luego de haberles leído un acta antecedente, juraron defender el gobierno republicano de la Nación y el interino que representan. Dos de los integrantes del Gobierno Provisional, electos suplentes, juraron defender con su vida la Constitución de Apatzingán, según consta en el acta de fecha 22 de febrero de 1817, fechada en Jaujilla. Ese día se nombró a Pedro Villaseñor como tercer vocal suplente del Gobierno y a Antonio López de Lara como comandante de la plaza.
Al narrar la historia de lo que denomina como “Junta de Xauxilla”, Carlos María de Bustamante dice que esta pequeña asamblea, “bajo cuyo régimen se hicieron cosas grandes en su esencia; pero de que pocos tienen idea porque la suerte no correspondió á sus afanes”, se organizó con los señores Ayala, Mariano Tercero, Pedro Villaseñor y, por retiro de éste, el doctor José de San Martín, canónigo lectoral de Oaxaca. En lugar de Tercero entró Antonio Cumplido; finalmente, se destinaron para secretarios en lo civil y político a Francisco Lojero, y para lo militar a Antonio Vallejo. “Los pueblos sedientos de un gobierno aplaudieron y reconocieron á éste como legítimo, y se entregaron á su discreción confiadamente”.
La Junta escogió para su seguridad el punto de Jaujilla, de donde tomó el nombre; estableció allí un fuerte, el cual tenía como dos mil varas de sur a norte y mil varas de oriente a poniente, así como cuatro fortines, dotados cada uno con tres cañones “de á ocho” y buenos parapetos. Se entraba a la fortaleza por una puerta muy estrecha, sobre la que había dos cañones chicos; estaba bastante surtida de víveres, aunque no de pertrechos de guerra, pues abastecía a todas las divisiones. Su guarnición variaba en número, pero no faltaba la necesaria para defenderse de un golpe imprevisto. Había, además, una regular imprenta, “por cuyo medio salían las luces escasas que se podían ministrar á los pueblos, casi todos oprimidos y subyugados por los españoles”.
Durante los dos primeros años de la lucha revolucionaria, los caudillos publicaron varios periódicos para demostrar la justicia y conveniencia de su causa, así como para informar de sus victorias y también de sus derrotas, pues eran ingenuamente sinceros. No pudieron hacer grandes tirajes debido a que no disponían de papel ni de tinta suficientes, como tampoco de suficientes y competentes operarios; casi todas las imprentas eran portátiles y pequeñas. Además, las autoridades realistas, civiles y eclesiásticas, perseguían con rigor a cuantos individuos recibían papeles de los rebeldes.
Después que José María Morelos ocupó la ciudad de Oaxaca, el 25 de noviembre de 1812, aprovechó la imprenta que José María Idiáquez había restaurado en 1810 para publicar nuevos periódicos insurgentes, de los cuales se conocen dos: el Sud y el Correo Americano del Sur. La imprenta se llamó entonces indistintamente de la Nación, Nacional del Sud, o Nacional del Sur. Una advertencia preliminar con que principia el Correo Americano del Sur dice que los insurgentes necesitaban quizá más de la imprenta que de “las bocas de fuego, para batir el formidable coloso” que los oprimía y “cimentar sobre sus ruinas el grandioso edificio de nuestra amada libertad”.
Tras la desaparición el 28 de diciembre de 1813 del Correo Americano del Sur, no se conoce otro periódico insurgente hasta el que con el título de Gaceta del Gobierno Provisional Mexicano de las Provincias del Poniente se publicó en 1817 en el fuerte de Jaujilla, a orillas de la laguna de Zacapu, cerca de Valladolid; el primer número corresponde al 20 de marzo de ese año. Esto no quiere decir que los insurgentes abandonaran el periodismo en estos tres años. Hay bastantes datos para afirmar que la actividad tipográfica continuó, aunque con menos intensidad y en consonancia con los demás aspectos de la insurrección que se fueron debilitando luego de la muerte de Morelos.
La Gaceta tenía carácter oficial y así lo hizo constar en su número 2 (31 de marzo), en el que insertó la orden siguiente: “Su Excelencia el Gobierno Provisional ha decretado que todas las órdenes que se publiquen en su Gaceta se cumplan, y observen puntualmente por los empleados e individuos […]” En el número 9 figura como impresor Teodosio López de Lara. Su nombre, con el título de impresor del Gobierno Mexicano y, junto con el pie de imprenta, se lee en los demás números conocidos de la Gaceta. Posiblemente originario del pueblo de Zacoalco, López de Lara, se unió a la insurgencia en 1815, en el pueblo de Taretán, bajo las órdenes del coronel Fernando Rosas; a partir de entonces se hizo cargo de la imprenta insurgente.
El editor y redactor de la Gaceta fue José de San Martín, poblano y ex canónigo de la catedral de Oaxaca; se formó como doctor en Teología en el Colegio Carolino de la ciudad de Puebla, fue párroco y consultor examinador en ese obispado. El vocal y presidente de la Junta, distinguido por la madurez de sus ideas y experiencia en la escritura y redacción, editó la Gaceta en diez números ordinarios, más ocho extraordinarios. El primero se publicó el 20 de marzo y el 16 de octubre de 1817, el último; su periodicidad fue variable. El teniente coronel Vicente Lara confiscó la imprenta en Jaujilla al padre José Antonio Torres, quien se encontraba en las inmediaciones de la fortaleza, al huir ante la presencia del ejército realista.
Cuando comenzó a publicarse la Gaceta del Gobierno Provisional Mexicano de las Provincias del Poniente, el gobierno estaba constituido por tres vocales: Antonio Cumplido, Ignacio Ayala y José de San Martín, este último en calidad de presidente y todos asumían el carácter de poder ejecutivo. Fungía como secretario Antonio Basilio Vallejo, quien dio fe de sus decretos, convenios, nombramientos, órdenes generales de gobierno y proclamas, entre otros asuntos. En el número 5, del 30 de abril, se dio a conocer la segunda parte del Bando del Gobierno Provisional, que se empezó a publicar en el número anterior del 20 de abril. El bando se expidió el 19 de febrero de 1817 en el Palacio de Jaujilla y lo firmaron los licenciados Ignacio Ayala, presidente interino y Mariano Tercero; así como Francisco Lojero, secretario de Gobierno y Guerra.
En el número extraordinario del 26 de junio, la Gaceta avisó: “El día 22 del presente llegó al Fuerte del Sombrero D. Pablo Erdozain con la plausible noticia de que el Sr. General D. Xavier Mina se hallaba en los Altos de Ybarra: que en su transito había ganado varios ataques, y que el último que dio fue el dia 19 del mismo en Pinos consiguiendo tomar aquella plaza”. Erdozain, uno de los expedicionarios llegados de Europa, era capitán de Caballería y lo había nombrado el propio Mina. Firman el parte informativo Ayala, Tercero, José de San Martín y Lojero. A partir del 1 de julio, los números ordinarios y extraordinarios de la Gaceta contienen las noticias que el presidente y vocales del Gobierno Provisional Mexicano entablaron con Francisco Javier Mina hasta el último del 16 de octubre, que fue el número 11.