La Conspiración de Valladolid
En Nueva España, los ideales de libertad surgidas en 1808 no fueron propios de los integrantes del ayuntamiento de la ciudad de México; estaban dispersas por todo el virreinato y se habían arraigado en numerosos grupos de letrados, eclesiásticos, criollos y mestizos. Universidades, colegios y seminarios eran centros de renovación, de transmisión de las tendencias jurídicas y políticas en boga, de los principios que todos los hombres tienen una serie de derechos que deben ser respetados y también una participación en la definición y formación del Estado. Se había cobrado conciencia de la discriminación de criollos y mestizos en los puestos directivos, la inmovilidad social de grandes núcleos y el aumento de poder de la oligarquía metropolitana, buena parte de ella incapaz de realizar un buen gobierno y amante de privilegios y prebendas.
Las ideas de Independencia surgidas en la capital del virreinato, se transmitieron rápidamente a todo el territorio. Brotaron en mayo de 1809 en la provincia de Michoacán, donde surgió un movimiento que el 21 de diciembre afloró al ser descubierta la conspiración que tuvo su centro de operaciones en Valladolid, una de las ciudades novohispanas más prósperas e ilustradas. La revuelta se había proyectado para finales de diciembre, sin que hubiera sangre; el objetivo era apresar a todos los gachupines -excepto los eclesiásticos- y enviarlos a España o, en caso de oponer resistencia, matarlos. Los líderes de la conjura fueron José María García Obeso y los hermanos Mariano y Nicolás Michelena; tenían grupos promotores en los principales pueblos de Michoacán y Guanajuato, donde estaban de acuerdo Ignacio Allende y Mariano Abasolo, afirma Genaro García con base en la Relación escrita por Mariano Michelena.
Mariano Cuevas refuta tal versión y dice que Mariano Michelena no fue quien convocó a las juntas en la casa de García Obeso, sino fray Vicente de Santa María en el convento de San Francisco; sus principales integrantes eran el cura de Huango, los licenciados Manuel Ruiz de Chávez y Soto Saldaña, los militares Michelena y Obeso, y la mayor parte de los prelados de la catedral vallisoletana. Y cuestiona la afirmación de Michelena: “¿A qué ocultar esta intervención del ‘alto clero’ en la formación de los primeros núcleos de nuestra independencia?”, al reproducir parte de la carta que el virrey Venegas escribió a la Regencia en 1810.
Ernesto de la Torre es más preciso al aportar los nombres de quienes participaron en la conjuración vallisoletana: varios militares del disuelto cantón de Jalapa; José María García Obeso, capitán de milicias de infantería; el alférez José Mariano Michelena; Mariano Quevedo, comandante del regimiento de Nueva España; los capitanes Ruperto Mier y Manuel Muñiz; así como los licenciados José Nicolás Michelena -hermano de Mariano- y José Antonio Soto Saldaña; el licenciado Manuel Ruiz de Chávez, cura de Huango; fray Vicente de Santa María y varios más. Tenían de su lado a los indios de los pueblos vecinos, cuyos gobernadores estaban en comunicación con García Obseo, señalado como jefe principal de los conjurados; aunque el alma de todo era Mariano Michelena.
Carlos Herrejón dice que la conspiración cobró fuerza a partir del mes de julio, cuando el cura Miguel Hidalgo se vinculó a ella por medio de tres contactos: en San Miguel el Grande, su amigo el capitán Ignacio Allende, quien era corresponsal de los conjurados vallisoletanos; en Querétaro hacía cabeza Manuel Iturriaga, quien sucedió a Hidalgo en el rectorado de San Nicolás, sujeto de muchas luces, matemático y teólogo; y Luis Gonzaga Correa, quien era arrendatario de la hacienda de Jaripeo, en Taximaroa, que tenía embargada Hidalgo. La conspiración fue delatada el 21 de diciembre, pero no fueron descubiertos todos los corresponsales, como fue el caso de los de San Miguel y Querétaro.
En las casas de García Obseo y los Michelena se realizaban las juntas secretas, donde se acordó que aquél tendría el mando político y militar, y éste iría con los dos regimientos provinciales a la intendencia de Guanajuato a propagar la rebelión; a los indios se ofrecía perdonar el pago del tributo, con lo que pronto se tendrían unos 20 000 hombres. En esta conjura hay presencia de militares, funcionarios -influidos por grupos masónicos- y eclesiásticos. El promotor intelectual del grupo fue fray Vicente de Santa María: “de notable preparación y quien después de ese fracaso no abandona sus ideas sino que las difunde con más vehemencia, alineándose decididamente en las filas de patriotas en las que descuella por su elevado pensamiento y sus adelantadas ideas políticas”, señala De La Torre.
Manuel Iturriaga, autor del plan revolucionario
Después de que fue denunciada la conspiración vallisoletana, Allende tomó la iniciativa y siguió adelante con la idea de independencia; al inicio de 1810, formó con ese propósito una junta en la villa de San Miguel el Grande y luego hizo lo propio en la ciudad de Querétaro. Aquí hace su aparición, al lado de Ignacio Allende y Miguel Hidalgo, una figura que jugó un papel notable en la gestación del movimiento: Manuel Mariano Iturriaga y Alzaga, quien fue el autor del plan revolucionario, como veremos enseguida. Cuando ambos grupos habían avanzado en los preparativos y fijado la fecha para el inicio de la insurrección, Hidalgo se involucró de lleno, a invitación de Allende.
José María Luis Mora indica que, al fracasar la conjura de Valladolid, varios involucrados pudieron sustraerse a la vigilancia del gobierno; uno de ellos fue el doctor Manuel Iturriaga, hombre ilustrado, quien por haber sido capitular del obispado de Michoacán logró relacionarse para trabajar a favor de la Independencia. Iturriaga entró en contacto con Miguel Hidalgo, cura de Dolores y con el capitán Ignacio Allende, vecino de San Miguel el Grande, para que se sumaran a su proyecto. Hidalgo -dice Mora- no era un hombre de talentos profundos como para elaborar un plan de operaciones; en cambio, Allende era de un carácter opuesto al cura, aunque no tenía la reputación de éste ni sus relaciones, pero su resolución era capaz de las mayores empresas.
Según el mismo Mora, Iturriaga -artífice y orquestador intelectual de la revuelta-, Hidalgo y Allende fueron los principales personajes que, con la cooperación de varios más, “tomaron a su cargo el hacer la independencia de Mejico […]” Y plantea la posibilidad de que todos o alguno de los tres haya hablado con los agentes del nuevo rey de España, José Bonaparte o fueron, al menos, influidos por ellos, como lo indica la coincidencia muy notable de los motivos que se alegaron para el pronunciamiento dado el 16 de septiembre en el pueblo de Dolores, según consigna un documento dado a conocer en agosto de 1810 en España, donde constan las instrucciones dadas por el Ministerio de Napoleón a su agente principal en Baltimore, M. Desmolard.
Sea de esto lo que fuere, desde febrero de 1810 el doctor Iturriaga se puso de acuerdo con Hidalgo y Allende, y estendió un plan que abrazaba dos partes, la primera contenia los medios de realizar la independencia, y la segunda lo que deberia hacerse despues de verificarla. Por la primera se debian crear en las principales poblaciones otras tantas juntas, que bajo el mas riguroso secreto sobre el fin que se proponian propagasen el disgusto con el gobierno de España y los Españoles […] Estas juntas, luego que se alzase el pendon de la independencia en el punto que se tuviese por oportuno, debian hacer lo mismo, cada una de ellas en sus respectivas poblaciones, disponiendo en el acto las autoridades que opusiesen resistencia, y apoderandose de los Españoles ricos de quienes se temiesen fundadamente lo mismo, aplicando sus bienes a los gastos de la empresa. Obtenido el triunfo, los Españoles todos debian ser expulsados del pais y privados de sus caudales que se destinaban a las cajas publicas: el gobierno debia encargarse a una junta compuesta de los representantes de las provincias que lo desempeñarian a nombre de Fernando VII; y las relaciones de sumisión y obediencia a la España debian quedar enteramente disueltas, manteniéndose en el grado que se tuviese por oportuno e indicasen las circunstancias las de fraternidad y armonia.
Miguel Hidalgo e Ignacio Allende viajaron a Querétaro en febrero con el propósito de conocer el plan revolucionario del doctor Manuel Iturriaga, sucesor de Hidalgo en la rectoría del Colegio de San Nicolás y miembro de la abortada conspiración de Valladolid. Manuel Carrera Stampa precisa que se reunieron en la casa de Iturriaga, quien les mostró el Plan de Independencia que había elaborado; las autoridades de Querétaro hallaron el documento al catear el domicilio del ex canónigo en septiembre. Sobre este hecho tan significativo, el autor hace hincapié en que Hidalgo calló durante el proceso que se le siguió, luego de que fue detenido en marzo de 1811 junto con los demás caudillos de la insurgencia; con ello, se prueba que mintió de manera deliberada para no delatar a los implicados en la conspiración. Durante los interrogatorios, el cura hizo recaer sobre sí mismo toda la responsabilidad.
Además de las juntas conspiradoras de Querétaro y San Miguel, pronto empezaron a actuar también las de Celaya, Guanajuato, San Felipe, San Luis Potosí y México. Los de San Miguel planeaban empezar la lucha en San Juan de los Lagos el 1 de diciembre de 1810, con ocasión de la feria y con Hidalgo de jefe. A inicios de septiembre, en un segundo viaje a Querétaro, el cura fue informado que los peones y vaqueros de varias haciendas de la región, como San Pablo y Bravo, ya estaban preparados con armas y tenían una cantidad de dinero fuerte; por eso decidió anticipar la sublevación para el 2 de octubre.
Sin ocuparse mucho de los detalles del plan de operaciones, Hidalgo lo adoptó sin discusión ni mayor examen; Allende, por no ser su función la parte creativa, se encargó de ejecutarlo. Enseguida el militar viajó a las ciudades de México, Puebla y varias más para propagar el plan entre abogados, clérigos y frailes; el cura hizo lo propio en Valladolid, Guadalajara y Querétaro, entre el clero, principalmente. A fines de julio volvió Allende a San Miguel, donde formó una junta, de la cual empezaron a salir varios agentes a principios de agosto para seducir a la tropa, en especial la de la guarnición de Guanajuato. Una vez tomadas las medidas necesarias, se fijó el 1 de octubre para hacer la sublevación en Querétaro, Guanajuato, San Miguel y otros lugares.
Carrillo Díaz dice de Iturriaga, al hablar sobre las juntas preparatorias de la conspiración de Querétaro, ya con la participación de Hidalgo y Allende:
El más importante contacto fue el clérigo Manuel Iturriaga, hombre ilustrado y activo, canónigo de la catedral de Valladolid y de ideas avanzadas, simpatizador del separatismo autonomista. Hidalgo lo conocía, pues fue el inspector de las finanzas de San Nicolás que rindió un informe favorable sobre sus cuentas de tesorero. Iturriaga había sido uno de los conjurados de 1809 que habían escapado a la investigación del Santo Oficio. En el secreto de los conspiradores se decía que fue el autor del plan de Valladolid; era, pues, todo un reactor de tempestades.
Cuando Hidalgo y Allende lo fueron a visitar, desplegó un proyecto lleno de majestuosa sencillez, que apuntaba lo que debía hacerse antes y después del levantamiento. Antes: establecer juntas secretas para propagar “el disgusto con el gobierno de España y los españoles, inculcando los insultos recibidos en los últimos años”, haciendo resaltar. Además, la escasa posibilidad de triunfo de la metrópoli contra “el poder colosal de Napoleón” y, por tanto, el riesgo que corría la “pureza de la religión” si caía el reino español en sus manos.
Después: iniciado el levantamiento, las debían deponer a las autoridades que opusieran resistencia, lo mismo que a los españoles cuyos bienes se aplicarían a “los gastos de la empresa”. Obtenido el triunfo, todos los españoles debían ser expulsados del país y sus bienes destinados a las cajas públicas. El gobierno se pondría en manos de una junta compuesta de representantes de las provincias, la que gobernaría “a nombre de Fernando VII”; “las relaciones de sumisión y obediencia a la España debían quedar disueltas, manteniéndose en el grado que se tuviese por oportuno e indicasen las circusntancias de fraternidad y armonía”. Autonomismo puro.
Carlos Herrejón concluye que la opción final del cura Hidalgo, en que empeñó y arriesgó su persona a favor de la revolución, estuvo fuertemente influenciada por Ignacio Allende. Si bien el militar no le iba a enseñar al cura teólogo las razones que legitimaban la rebelión, sí le mostraría las condiciones del momento y los medios prácticos con que se podía contar para iniciarla. De hecho, fue la insistencia de Allende la fuerza que aceleró la tendencia decidida del cura por la Independencia. Su vínculo al grupo conspirador de Querétaro le significó un ahondar inquietudes y renovar relaciones que nacieron en los años del magisterio teológico. Por eso la cabeza intelectual fue nada menos que su sucesor en el rectorado de San Nicolás: el canónigo Manuel Iturriaga.
Ya vimos que la intervención de fray Vicente de Santa María en la conjura vallisoletana, no fue la única en la que tomó parte un religioso criollo. Otros muchos se unieron en ese movimiento llenos de ilusiones y esperanzas, sacrificando su vida pero no sus anhelos. Los colegios y conventos virreinales fueron semilleros de próceres de la emancipación. De sus claustros, en los que la vida sosegada posibilitaba entrar en contacto con las nuevas ideas, brotaron muchos hombres como Santa María, quienes supieron deslindar a tiempo y con justicia el campo de las concepciones religiosas y el de la práctica de los derechos políticos. En ese sentido, Ernesto de la Torre delibera sobre la semejanza que hay entre fray Melchor de Talamantes, promotor del movimiento autonomista de 1808 en la ciudad de México y la participación que tuvo fray Vicente de Santa María en el de Valladolid, en 1809:
En la quietud del monasterio y con la riqueza de sus bibliotecas, adquirieron ambos una ilustración muy relevante en su época. Su curiosidad enciclopédica los llevó a la práctica de las ciencias geográficas y de la historia, de cuyo desarrollo total adquirireron una filosofía y una conciencia plena que supo advertir la crisis de los sistemas imperiales y el advenimiento de nuevas nacionalidades; su inquietud los afilió en la política, y movidos por un extraordinario sentimiento de libertad, se convirtieron en dos de los teóricos más eminentes que haya tenido el movimiento insurgente mexicano. Hombres de su siglo, su calidad de religiosos no les impidió darse plena cuenta de los problemas que agitaban a toda América, hacerlos suyos y ayudar a resolverlos inmolándose en pro de su generoso ideal.
Lo mismo podríamos decir de Manuel Mariano de Iturriaga y Alzaga, quien participó activamente en la conjura vallisoletana y fue el autor del plan de acción de la insurrección y de gobierno una vez lograda la independencia, que hicieron suyos Hidalgo y Allende, quienes lo pusieron a consideración de los miembros de la conspiración de Querétaro y San Miguel el Grande. De tal manera, las mismas palabras de Ernesto de la Torre aplicarían para el clérigo queretano, porque igual fueron sus méritos y su grandeza.