Se ha inaugurado una exposición en el Seminario de Cultura Mexicana, la obra de Gabriel Macotela en sus 70 años de algarabía. La exposición tiene pintura de Gabriel, maquetas tipo ciudades de metal iluminadas, dibujos, fotografías de él tocando la batería, es un bonito viaje a través de la obra de Macotela.
Sin embargo creo que habría que contar una historia en particular, que más bien es una leyenda urbana de una de sus obras que debería de ser objeto de discusión y parecería que no fuese central a la leyenda de Macotela.
Cómo narrar lo muy relevante, cómo generar contexto y energía a la historia de una de las esculturas más grandes del mundo, la más alta de Latinoamérica y la segunda más alta en el mundo en el momento de su inauguración. “Mujer chimenea, homenaje a Efraín Huerta”. No le puedes pedir a Robin Hood que presente un curriculum y su página de Linkedin. En algún momento de la militancia de izquierda romántica de Gabriel, le propusieron hacer la mujer más grande del mundo, una gran escultura de 100 metros de altura. Para generar un referente del tamaño de la pieza, en algún momento de la arquitectura de la Ciudad, 100 metros era el límite de los edificios grandes de Reforma, el edificio Citibank (hoy mutilado, Reforma 390) o la Bolsa Mexicana de Valores, ese era el límite de altura de la construcción.
Esta gran mujer es visible cuando uno maneja en el periférico apreciando la belleza del smog y los espectaculares, una figura muy alta que siempre ha estado en el panorama visual de la ciudad, uno no sabe a la lejanía si es una chimenea descompuesta por un temblor o es el Quijote. Eso siempre es característica de los proyectos de gobierno. La Mujer Chimenea es una escultura, arte público, ubicada en San Antonio y Periférico, antes, una fábrica de Cemento Tolteca que funcionó hasta 1986. Su historia, en 1995, en la inauguración del segundo piso, en uno de esos camiones sin techo de doble altura; a Isaac Masri se le ocurrió hacer una “obra de arte público” y le propuso hacerlo a Andrés Manuel López Obrador, en aquel momento Jefe de Gobierno.
A Gabriel Macotela le propusieron hacer de la chimenea abandonada y triste, una obra de arte, la condición: no cobrar. Resulta que ahora parece un acierto hacer que los artistas trabajen gratis, como en el caso de Orozco en Chapultepec. Esa práctica de negociar con los artistas el no cobrar o con cualquier otra persona, genera un daño a la economía que se llama deflación. En épocas de Lincoln se llamaba esclavitud y, en este caso se presume como si fuera un gran logro. El artista no costó, pero la escultura si costó, 22 millones de pesos y la pagaron la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, Grupo Copri y algunas otras donaciones y participaciones de ingeniería de la UNAM y el IPN.
La escultura iba a estar rodeada de un lago artificial y un complejo cultural que iba a ser construido ahí mismo. El proyecto incluía un teatro al aire libre, un parque, una escuela de artes y oficios. La escultura fue inaugurada por Manuel Encinas y nunca se hizo el lago o las otras instalaciones, junto con la “suavicrema” o Estela de Luz (104 metros) son las esculturas más altas de Latinoamérica.
Mujer Chimenea quedó encerrada dentro de un conjunto de departamentos en la dirección de Toltecas 166 y la entrada es limitada, hay que conocer a alguien que viva ahí. Por supuesto, muchos de los que habitan ahí no saben que eso es una escultura de Gabriel Macotela.
El arte en México y la arquitectura de autor todavía no es comprendida y se trata de hacer el trabajo monumental y siempre se atropella por la pésima gestión de administradores. Sólo por hacer un paralelo, la “suavicrema”, una estela de luz totalmente vertical, fue la ganadora de una convocatoria a un concurso de arcos. Pedro Ramírez Vázquez que había entrado al concurso reclamó de manera muy enfática que la “suavicrema” no era un arco. Nuevamente es un proyecto que quedó a medias en medio de una discusión isabelina y pésima gestión.
Los artistas y los generadores de ideas quedan a la deriva y las obras quedan podadas de su potencial y son realmente testigos de la historia. Pero de una historia de difícil lectura, hay que volver a ver la misión de una escultura vista desde un punto de vista de tejido social. La cultura debe de ser de un elemento que provea orgullo a sus ciudadanos de pertenecer a ella y sobre todo generar tejido social, pero no se puede hacer si el objetivo fundamental o la costumbre es deshacer el tejido. Un proyecto que al final queda ahogado por intereses que no congenian con el mínimo civismo por todas sus partes.
Sin embargo, esta historia me permite hablar de mi amigo Gabriel como uno de esos personajes que son resilientes a todos esos factores de desastre del contexto social que vivimos y que su obra sigue ahí, como un tesoro a ser descubierta. Donde los que nos gusta el arte tenemos que volvernos unos antropólogos de la belleza.
Hablar de Gabriel de manera “planchada” en una literatura de “curriculum” o de presentación de un evento social, “aquí les presentamos al gran artista”, o como uno de los creadores más destacados del arte contemporáneo mexicano, sin poner el contexto las peripecias que un artista tiene que hacer para ser artista es no hacerle justicia. Hay artistas que a pesar de todo, insisten en navegar la estructura de un país en desarrollo que se merece el arte y que merece belleza.
El arte es una materia muy frágil y hay que saberlo manejar y celebrar. Gabriel Macotela es un ejemplo de un artista que merece nuevas lecturas, merece que se maneje su trabajo con la fragilidad que necesita y que se celebre su ingenuidad, que se celebren sus pinturas de arena que le conocí en los 80s, cuando fundó Cocina Ediciones y la librería El Archivero. Merece volverlo a leer.
Nacido en Guadalajara, Jalisco, en 1954, Macotela formó parte de una generación que revitalizó la plástica mexicana en los años ochenta. Estudió en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, y a lo largo de su carrera ha colaborado con escritores, músicos y artistas de diversas disciplinas, integrando un enfoque multidisciplinario que se ha convertido en su sello distintivo. Ha participado en numerosas exposiciones colectivas en México y en el extranjero, tanto de pintura, escultura, y libros de artistas en Francia, India, Cuba, Brasil, Estados Unidos, Alemania y España. Vale la pena conocer sus instrumentos metálicos, esculturas tocables, sus edificios maqueta de cuento, descifraras como una navegación de vida, para luego poder imitarla.
La pintura como testigo
Las obras de Macotela han sido descritas de “músicas” maneras, aquí cito a la Galería de Mónica Saucedo, “Macotela concibe a la expresión plástica como un medio privilegiado para comunicar emociones, ideas y sentimientos. Con un valor enunciativo de alta intensidad, mediante un estilo dinámico, feraz, casi barroco pero contenido, profundamente lírico, de una enorme fluidez y cargado de una multiplicidad de significaciones que expresan los sutiles matices de una interioridad a flor de piel. El arte de Macotela representa uno de los momentos más lúcidos y luminosos de nuestra actual pintura”
“El arte debe ser un testigo del tiempo”, ha declarado Macotela en varias entrevistas. Su obra visual está impregnada de una preocupación filosófica y poética por explorar los campos de la expresión. Cuando la obra tiene que ser instrumento musical, cuándo debe de ser música o si ésta idea debe de ser un libro o una pintura. Macotela crea canales de expresión como si fuesen anzuelos tirados en el mar para que el espectador pueda engancharse de distintas maneras a distintas ideas.
Gabriel Macotela no ha perdido la humildad que lo caracteriza. Suele trabajar en su taller de la Ciudad de México, donde continúa experimentando con nuevas técnicas y formas de expresión. Macotela se mantiene fiel a la creencia de que el arte es un medio de resistencia y un espacio de reflexión, y su obra sigue siendo una ventana abierta a las inquietudes y deseos más profundos de un espíritu en movimiento que quiere ser siempre creador.
Con casi cinco décadas de trayectoria artística, Gabriel Macotela sigue siendo un pilar fundamental de la plástica mexicana contemporánea, inspirando a nuevas generaciones de artistas a mantener viva la llama de la creatividad y el compromiso social que el arte debe de sobrevivir y queda ahí para ser descubierto y apreciado para aquel que, repito, quiera ser antropólogo de la belleza.