Corrían los primeros años del siglo XXI.
La primera gran bancada de Morena contaba –además de los hombres–, con un entusiasta y aguerrido grupo de mujeres. Rocío Nahle quien años más tarde quedaría incorporada al gabinete de Andrés Manuel L.O., en la cartera de Energía, coordinaba la bancada.
De entre todas las demás mujeres (Loretta Ortiz, Ernestina Godoy y muchas más de larga e innecesaria enumeración), destacaba por su viveza y juventud, Luis María Alcalde Luján.
Como la lideresa zacatecana ahora gobernadora de Veracruz, LMA también estuvo en el gabinete del presidente AM, pero en dos responsabilidades: la primera en Trabajo y Previsión Social desde donde impulsó uno de los pocos logros reales de su patrón, el alza de los salarios y después en Gobernación, secretaría eminentemente política ahora convertida en agencia de propaganda presidencial (si hiciera falta), como se probó este domingo pasado en la entrega del VI Informe Ejecutivo.
En aquellos tiempos de la legislatura, este redactor tenía un programa de televisión producido por la Coordinación de Comunicación Social de la Cámara de Diputados. “Desde el Congreso”, se llamaba y su formato, forzado por la pluralidad, equidad, paridad y todo lo demás, era sencillo (y aburrido): una mesa de análisis, un panel, integrado por los diputados seleccionados por la oficina de comunicación de cada fracción parlamentaria.
Como los temas sobre feminismo y paridad, legislación de los derechos de las mujeres, protección de los menores de edad, y etc, dominaban parte de la discusión legislativa, los partidos enviaban a sus diputadas más elocuentes (algunas no siempre lo eran), a defender iniciativas, propuestas, puntos de acuerdo y demás, al foro televisivo. A veces se grababa en el vacío Salón del Pleno; otras en la sala de entrevistas “Miguel Reyes Razo” y algunas ocasiones en los patios u otros salones del amplísimo recinto.
Y una de esas diputadas, con frecuentes apariciones, era la señorita Alcalde, a cuyos padre (Arturo) y madre (Berta) yo había conocido (superficialmente), tiempo atrás,m especialmente a doña Berta quien fue contralora en el gobierno de Anmdrés Manuel López Obrador. Como se ve todo cabe en la endogamia de la izquierda.
Luisa María llamaba la atención por muchas razones.
Inicialmente y al golpe de la vista, por su agraciada apariencia de niña prodigio; su larga y rizada cabellera, sus ojos con chispa, con brillo; su fácil sonrisa, pero sobre todo su espléndida memoria: era capaz de repetir, en cualquier tema y bajo toda circunstancia, casi a la letra (o como dicen en francés, “par coeur”), párrafos enteros del compendio de ritornelos de Andrés Manuel L.O., a quien defendía con vehemencia y admiración sin límites.
Era notable, comprometida, siempre dispuesta a exponer y salvaguardar las líneas generales del partido, casi como aquellos pioneros y pioneras de la revolución cubana cuya multitud llenaba la Isla de Pinos en los años del congreso mundial de la juventud cuyo nombre se le impuso.
Quizá el suyo sea un caso de educación o adoctrinamiento extremos por dos vías: la formación familiar y el trato frecuente con el líder político derivado de esa cercanía, lo cual, significa la construcción de una personalidad a partir de la juventud de la discípula.
Posiblemente el gran líder de la Cuarta Transformación la haya llevado de la mano por el amplio mundo de la ideología redentora del populismo pobrista. Y evidentemente no es el único caso en Morena.
Sea como sea ha sido una de las mujeres más avezadas, notables y bien calificadas, en la administración de este primer piso de la Cuarta Transformación al menos desde dentro, lo cual, dadas las circunstancias, es lo único importante.
Y para el segundo piso llega a la posición política más importante del país: superior a la secretaría de Gobernación: la presidencia del partido-gobierno, desde donde podrá pavimentar su camino hacia arriba, porque a su edad le sobrarán tiempo y oportunidades.
Por eso la vimos como la vimos el domingo pasado.