A toda marcha, con carbón alimentando su locomotora, el presidente Andrés Manuel López Obrador avanza hacia el final de su sexenio cuyo horizonte está a solo seis semanas. Envuelto en una poderosa popularidad de 66%, que es como define su victoria como mandatario, va pisoteando todo y a todos. Como desde el primer día de su gobierno, todas las mañanas quiere aplastar a alguien. Como lo ha hecho regularmante escupe su rencor, y con sevicia ironiza y se burla.
No ve para atrás salvo para exprimir su hígado y lanzar fuego por la boca, pero tampoco ve para adelante, porque lo que suceda a partir del primero de octubre lo resbalará hacia su sucesora. López Obrador como Donald Trump, en el dibujo que hizo de él Barack Obama en su discurso en la Convención Demócrata, “ve el poder nada más como un medio para sus fines”.
Si ya conocemos a López Obrador, el Poncio Pilatos de la vida pública mexicana que siempre se lava las manos y dispersa culpas en los otros, sellará el fin de su responsabilidad en 39 días y lo que suceda después será atribuible únicamente a Claudia Sheinbaum. Ya sabemos. Si salen las cosas bien, será por lo sólido que le dejó el país, pero si salen las cosas mal, la culpa será de la presidenta. Lo que no resuelven sus sumas y restas básicas, es que la responsabilidad de él no termina cuando deje el poder, porque sus obligaciones son transexenales, no para seguir gobernando, sino en la construcción de las mejores condiciones en las que pueda entregar el país para impulsar su despegue, no contribuir a su naufragio.
Lamentablemente para Sheinbaum y para todos los mexicanos, López Obrador es un irresponsable, y lo que se alcanza a ver para el arranque de la siguiente administración es ominoso porque el país que le está heredando López Obrador está tapado por nubarrones.
Este final del sexenio está resultando rojo en todos los sentidos, y si se consuman las 18 reformas constitucionales que anunció en febrero con las muy probables mayorías calificadas que tendrá en la próxima legislatura, el país que dejará sufrirá un retroceso político -lo que no parece preocuparle a Sheinbaum-, compartirá con el crimen organizado el control del país – que le debería preocupar ampliamente, pero no tiene herramientas para impedirlo-, y tendrá un rezago económico importante -que sí tendría que alarmarla-.
El país que le está dejando López Obrador a Sheinbaum está fracturado política y socialmente, y con una economía que perdió fuelle y se está desacelerando. Los últimos datos económicos lo reflejan. El crecimiento anualizado es de 1.1%, y si se mantiene -aunque es más probable que baje- sería el peor indicador del PIB en casi 100 años, superado solo por el del presidente Miguel de la Madrid, que tuvo una tasa de 0.18% de crecimiento por las crisis financiera y petrolera global que enfrentó, y la destrucción que causó el terremoto de 1985 en la Ciudad de México.
El sector manifacturero, que representa el 20% del PIB, cayó 2.7%, ligando siete meses a la baja, mientras que la industria automotriz, el eje y la fortaleza de las exportaciones mexicanas, tuvieron un decenso. El consumo se ralentizó, mostrando que el dinero está caro, la inflación alta y los ingresos no están alcanzando pese a los aumentos salariales, y cayó 2.8% en junio, en la caída más pronunciada desde la pandemia de la Covid-19 en 2020.
Hay diversos factores que han incidido en esta desaceleración, algunos de ellos asociados con decisiones y acciones de López Obrador, porque no atendió la seguridad, que generó temor en inversiones al tiempo de provocar inflación porque el crimen organizado se metió a controlar actividades productivas, y porque se obstinó en terminar sus megaproyectos para lo cual, por primera vez en el sexenio, corrió un déficit fiscal de 5.9%, superior al de cualquiera de los gobiernos neoliberales a los que culpa de todos los males mexicanos. La mecha sobre la bomba es la reforma al Poder Judicial, que es vengativa, definida por lo selectiva que es al no incluir la Justicia Militar ni las fiscalías, y que ha generado reacciones negativas en México y el mundo por la incertidumbre jurídica que trae pegada.
Una nota especial del departamento de Estudios Económicos de Citibanamex hace notar que el mercado no ha calculado en toda su dimensión lo que significa la reforma judicial, que sería resultado de que López Obrador tuviera la mayoría calificada en el Congreso. “También parece haber desdeñado el impacto político negativo de esta y otras reformas, así como subestimado su riesgo económico”, agregó. “En general, los mercados no otorgan mucha importancia al régimen político de un país, es decir, a la robustez de su democracia o rasgos de autoritarismo. Privilegian la estabilidad política y las políticas económicas para el corto y mediano plazo”.
Pero, acota la nota, evidentemente el debiltamiento de la democracia o su desaparición conllevan inestabilidad política e incertidumbre sobre la política pública y el marco jurídico. El análisis entiende que la moderación de las reacciones del mercado responde a que los inversionistas piensan que, pese a todo, no implicará políticas económicas antimercado ni debilitarán el marco económico. Este dignóstico, sin embargo, sería caer en el error que cometieron muchos cuando López Obrador llegó al poder y pensaron que se moderaría, si creen que Sheinbaum es diferente a él y que no comparte su visión y su proyecto. Basta con escucharla.
Pero aún si cumple por razones de pragmatismo lo que ofreció en las múltiples pláticas que tuvo como candidata y presidenta electa de respetar la ley y abrirse al capital privado en inversiones, López Obrador la dejará atada de manos, sin contrapesos y sin espacios de maniobra, porque será él, no ella, quien controle el Congreso a control remoto para impedir que se aperte de la línea que fijó, borrando en el camino al estado de Derecho. En esto no hay interpretación. Es la hoja de ruta que tenemos ante nuestros ojos en este terrible fin de sexenio.